La casa de todos: un zapato demasiado chino

Mauricio Riesco V. | Sección: Historia, Política

En menos de 50 días tendremos que decidir qué futuro queremos para nuestro país en sus próximos decenios; deberemos aprobar o rechazar el borrador de la nueva Constitución que se nos propondrá para votar. Y si hemos de creer en las encuestas de opinión, el resultado se ve bastante ajustado entre una y otra alternativa, e incierto, además, considerando que en lugar de votar en torno al 45 / 50% de los electores habilitados según ha sido en las últimas elecciones del país, esta vez deberá ser el 100% dado que el voto será obligatorio. La Constitución vigente y el borrador de la nueva, plantean dos visiones no solo distintas sino absolutamente contrarias entre ellas, y en conciencia nos corresponderá optar por un Chile libre o uno esclavo del comunismo internacional donde el Estado disponga por nosotros lo que debemos o podemos hacer y no hacer; la conclusión surge de la simple lectura del borrador que se nos presentará para decidir. 

Algunos de la izquierda han confesado estar oliendo que de ganar el Rechazo su sector sufrirá una costosa indigencia política; y la oposición prevé la tragedia que un triunfo del Apruebo significaría para el devenir del país. Lo sorprendente es que entre los políticos se esté dando tan tarde esa desconfianza sobre el desenlace de aquella aventura absurda que derecha e izquierda iniciaron casi tres años atrás, desesperados los primeros por apagar la crisis subversiva iniciada en 2019, y gazuzos por acceder al cada vez más apetitoso y cercano poder los segundos, pero todos esperanzados en conseguir cada cual sus disímiles propósitos. Así, codo a codo y afanosamente, se dedicaron a la construcción de la nueva “casa de todos” (y todas, por cierto) como candorosamente llamaron el proyecto. Pésimos los proyectistas, nefastos los ingenieros y vergonzosos los albañiles zurdos -la gran mayoría- del equipo constructor, que arrellanados en sus sillones de la Convención Constitucional y extremadamente bien pagados por nosotros, resolvieron “panfletizar” su actividad. A los delanteros ni siquiera se les ocurrió pensar que para la obra necesitarían arquitectos, ni menos que éstos serían los cabecillas de la izquierda dura, la extremista, la violenta, la que no transa, encabezados por el Partido Comunista, el único zaguero del equipo. Hábil éste como siempre, no habiendo firmado las reglas del juego como lo hicieron por escrito los demás, se subió al tablero, se adueñó del juego y ordenó sus peones; los puso a trabajar afanosamente hasta terminar su obra, la misma que acaba de salir del horno y se nos propondrá para su aprobación o rechazo el 4 de septiembre. Ahora, conocida la surrealista obra final, la podemos llamar apropiadamente “la casa de algunos” (as).

No solo fue la rebosante incultura de los maestros zurdos lo que los hizo tirar el tejo pasado más allá de la raya confiados en su apabullante mayoría; quedó en evidencia, también, un espíritu de odiosidad y revanchismo en su labor. Y a pesar del valioso esfuerzo desplegado por los demás convencionales para hacer una construcción útil al país y resistente a las frecuentes inclemencias políticas, el producto que sacaron del horno luciferino aquel fue, si no tenebroso, al menos completamente desconcertante al proponer desbaratar toda la organización política, social y económica del país para cambiarla por otra histórica y mundialmente fracasada. De hecho, el flamante (o inflamante) borrador de Constitución ha sido repudiado por lo extravagante y absurdo de la mayoría de sus disposiciones, lo inaplicable o contradictorias de otras pero, especialmente, por su profunda y estremecedora ideologización. Y entre los que hoy lo rechazan defraudados, se encuentran muchos, muchos, connotados personajes del mundo político de centro y de izquierda, intelectuales, académicos, y empresarios que votaron confiados a favor de una nueva y mejor Constitución en el plebiscito de 25 de octubre de 2020.

Pero todos sabemos, sin embargo, que ni el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” firmado por los proyectistas en noviembre de 2019, ni la legislación actual, ni la aún vigente Constitución de Lagos, ni nada, contempla ninguna vía alternativa al plebiscito de septiembre; por mientras, y como están las cosas, el proyecto de Constitución o se aprueba o se rechaza. Si lo último, nos sigue rigiendo la Constitución actual; si lo primero, solo nos quedaría defender con valentía y decisión el devenir de Chile, pero no habría vuelta atrás… a menos que se alcanzara a sacar antes algún conejo del sombrero.

¿Sería oportuno y conveniente hacer saltar ese conejo fuera (si lo hubiera)? Y si se le dejara brincar ¿en el canasto de qué sector caería? El gobierno podría argumentar que es su responsabilidad recibirlo, pero encabezado éste por un mandatario incapaz de gobernar con una mínima idoneidad, conocimiento y destreza, incluso ni con un ínfimo decoro dado el cargo que detenta, y rodeado de otros más vivos que él aunque igual de peligrosos, sería el peor canasto para recibir a ese pobre conejo; los alacranes del PC darían inmediata cuenta de él. ¿Y cuál, entonces? ¿El de la actual oposición? ¿La que propició la fórmula para dar término al gravísimo problema político generado a Chile, ese que no vieron o no quisieron ver a tiempo y que al caer después en cuenta de que su error ya no tenía ni explicación posible, ni disculpa aceptable, ni vuelta atrás? ¿Tendrán ellos ahora el canasto apropiado para dar al país la confianza de no tener agujeros por donde se le escape de nuevo la presa?

Chile ha sido por muchos, por demasiados años un laboratorio, y aunque pareciera que nos gusta caminar por las cornisas, el país ya no resiste más experimentos. No necesitamos otra “Revolución en Libertad”, slogan que Frei Montalva largó con bombos y platillos y que, efectivamente, trajo la revolución a Chile, en los campos primero (“la tierra para el que la trabaja”, su otro slogan) y en el país entero después, al desembocar en aquel otro experimento de la “Revolución con empanadas y vino tinto”, como la llamó Allende al iniciar su gobierno al mismo tiempo que nos amenazaba con su lema “avanzar sin transar”. A ambos mandatarios les resultaron “exitosas” sus revoluciones, tan bien empalmadas entre ellas que ya entre 1970 / 73 terminamos de perder los pocos derechos fundamentales que nos iban quedando, incluidos, por cierto, la propiedad y la libertad. Y si bien con nuestro exitoso gobierno militar recuperamos nuestros derechos luego de vivir en un Chile a punto de explotar, este episodio se tuvo que sumar también al inventario de un laboratorio al que no le han faltado oportunidades para estallar. ¡Ya no más ensayos!  

Nosotros tenemos la palabra hasta el día 4 de septiembre al menos, y después, quienes detenten algún poder o influencia social, política, académica, serán los más capacitados para buscar alguna salida consensuada que nos pueda evitar consecuencias desastrosas para el país entero; hay opciones que permitan destrabar el freno e incertidumbre en que hemos estado viviendo desde hace tanto tiempo. ¿Convergencia transversal para designar a personas probas, cultas, honorables y conocedoras de lo que debe ser una Constitución, para que consientan redactar un nuevo borrador que lo apruebe el Congreso? ¿Colaboración de Universidades prestigiosas, Centros de Estudio, Iglesias cristianas? ¿Habrá un verdadero interés ciudadano y la necesaria voluntad política para ello, es decir, para estar dispuestos a recibir al conejo en el canasto tejido por los brazos de todos, uno promisorio, libertario y sin celadas ni portillos que pudieran facilitar el tironeo del animalito de un lado a otro para desollarlo vivo nuevamente? Se requiere de esas personas e instituciones en que todos confiemos, esas que creen en la familia; en el derecho a la vida; en la igualdad de oportunidades; en el derecho de propiedad; en la libertad religiosa; en la libertad de educación; esas que por su cultura aprecian los valores patrios, nuestras costumbres y tradiciones por sobre cualquier prerrogativa indigenista. De esas que valoran la misma justicia para todos, sin distinción de etnias, razas o condiciones. ¿Será mucho pedir? No, en absoluto; existen muchísimas de esas entidades y personas. Y más aún, las hay que, respetando esos valores fundamentales, desechan la plurinacionalidad, los escaños reservados, la paridad de género en lugar de la capacidad de las personas, de esas que creen en el desarrollo de un país único e indiviso, sin autonomías territoriales indigenistas y con ciertos órganos estatales autónomos, etc. 

La incertidumbre y las circunstancias actuales hacen necesaria una oportuna -y esta vez inteligente- solución alternativa que congregue y no divida a los chilenos, que augure progreso en libertad y no humillación en esclavitud. Estamos a tiempo aún para rechazar la propuesta del 4 de septiembre y sostener nuestras instituciones, resguardar nuestros valores, nuestra integridad territorial, nuestro único emblema, a tiempo para defender la organización política del país y para proteger la vida de los ciudadanos antes de que la reconocida capacidad estratégica del Partido Comunista dé cuenta de Chile y los chilenos.