Ovejas ¿sordas, ciegas, desorientadas y flojas?

Mauricio Riesco V. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Una de las tantas cosas extrañas que hemos podido observar en algunos políticos es que desde hace ya más de dos años descubrieron que delegar responsabilidades en la convención constitucional que crearon, les ha rentado. El empecinado sermón de la izquierda es que todos nuestros pecados se deben abonar a la cuenta de la derecha y a la Constitución de Lagos. Pero, para efectos prácticos, ya resulta obvio ver que a la derecha la tienen bajo control desde hace un buen tiempo, y en cuanto a Lagos y su Constitución está igualmente claro que no respetan ni a uno ni a otra; el primero, muy conservador y la segunda, antidemocrática. Y por lo mismo, tienen cocinada una diferente en su reemplazo y que ya nos espera a la puerta del horno; esta vez el amasijo es a su gusto.

De la izquierda nada extraña y, por el contrario, conforme a nuestra experiencia, de ella cualquier cosa es posible. Pero lo que ha resultado ser verdaderamente inaudito es que del “otro lado” (así lo llamo porque no pareciera estar muy claro si en este país quede algo de derecha), se dispuso generosamente toda la carne sobre una amplia y costosa parrilla para dar vida a esa nueva Carta Magna, criatura que creyeron concebir para salir de un serio problema político y de la que hoy son, apenas, sus padres putativos porque está claro que quien finalmente la engendró fue la izquierda. 

Entre aquellos generosos parrilleros, estaban los gestores del salvataje del ya agónico gobierno de Piñera; pero, afanados como estaban entonces, olvidaron la conocida astucia de la izquierda para manejar y tomar ventaja de las encrucijadas que les puedan parecer atractivas. Y esta vez fue genial; les dio jaque mate al decidir colaborar aplicadamente en el engendro aquel y mantener a flote la que parecía ser la tabla de salvación para el agonizante y sus enfermeros. Bautizada la criatura con un nombre rimbombante, “Acuerdo por la Paz Social y una nueva Constitución”, no mucho tiempo después la izquierda dura se develó como su verdadero progenitor y continuó trabajando simultáneamente en lo ya sembrado, lo que mejor sabe hacer: fomentar la discordia, la confusión, el caos, el desconcierto, la enemistad, el terrorismo, para así poder ofrecer al país una nueva Constitución como la solución al guirigay generado por ellos mismos. Vieja y correteada zorra, la izquierda sí que sabe cómo alcanzar sus objetivos, pero a un costo para el país que esta vez equivalía a dejar un grandísimo cartucho de explosivo con los fósforos al alcance del partido comunista. Me refiero a la criatura, esa del seudónimo rimbombante. Los comunistas no firmaron el Acuerdo, pero sí tomaron los fósforos y encendieron la mecha; aún no ha llegado ésta a su término, pero todos sabemos que le quedan solo tres meses más para hacer volar el país si nosotros no la apagamos a tiempo.

Trágico callejón por el que los oportunistas de siempre y algunos ingenuos, nos han obligado a caminar con esta peligrosa carga sobre los hombros. Desde hace tiempo la nación entera les ha estado gritando a esos políticos que dejen de prenderle una velita a cada santo y un cirio a satanás, pero no escuchan; le tienen simpatía a don sata.

Estamos viviendo con una economía ya a las puertas de la UTI, y en política nos está saliendo todo mal estos últimos años. Es que no solo hemos elegido autoridades incompetentes; también toleramos subversiones como la de octubre del 2019; permitimos mantener un país sin orden público; nos  hemos desentendido por ya demasiado tiempo de una región entera capturada por el terrorismo; aceptamos leyes que facilitan un ecologismo radical, ese que impide cazar mariposas pero autoriza a matar seres humanos; votamos por legisladores empecinados en doblarle la mano a la naturaleza permitiendo a los hombres asegurar que son algo así como mujeres y viceversa; un narcotráfico que ya se adueñó del país y a cuyos líderes hasta se les provee de funerales con escolta policial y fuegos artificiales, y, así, un largo etcétera. Y ahora, ya como la guinda de la torta, se nos viene encima un plebiscito donde con solo una raya sobre un papel se decidirá el futuro del país y de su gente.

¿Qué fue lo que le pasó a nuestro querido Chile, donde se condenaba la corrupción, la deshonestidad, la perversión; el terrorismo; al que se le admiraba y reconocía en todo el mundo como aquel del “milagro económico”; se nos comparaba con Hong Kong; el que en treinta años, su PIB per cápita lo incrementó en cinco veces; que fue un ejemplo de estabilidad económica y desarrollo social? Hasta se nos aseguraba que Chile era el “jaguar de Latinoamérica” porque se podía escuchar desde lejos el “rugido” de un país emprendedor. Hoy, en cambio, se oye apenas el triste gemido de un animal que, extenuado, aun se resiste a claudicar, a doblegarse y ser sometido; pero pide ayuda. La pandemia podría explicar apenas una parte de su estado, una mínima parte. Pero no han sido los overoles blancos, ni los mapuches, ni los narcos, ni la inmigración ilegal y descontrolada, ni los delincuentes, los principales causantes de la ruina en que se está convirtiendo el país. Algunos de ellos, siempre al acecho y dispuestos a soliviantar al resto, solo han aprovechado las facilidades otorgadas. La causa concluyente ha sido la falta de una mano firme y resuelta para legislar, otra para aplicar y hacer cumplir la ley y otra igual para sancionar su trasgresión. Y, hay que decirlo, en la deplorable administración del país todos tenemos una parte de responsabilidad; recordemos que a las principales autoridades aún las sigue eligiendo la ciudadanía. Nos faltó humildad para reflexionar antes de rugir con prepotencia. Y nos sobró entusiasmo para disfrutar el confort alcanzado. El hecho es que terminamos hiriendo de muerte al jaguar y volvimos a ser los corderitos de antes, manipulables, indolentes y, peor, insensibles a la suerte del país.

La sordera en un rebaño es complicada; igual que lo es su ceguera. Su desorientación, en cambio, tiene solución más fácil; siempre habrá buenos pastores. Pero el desastre estaría consumado si a lo anterior se agregara que el rebaño no quiere despertarse de su modorra por dejación, por no querer percibir ruidos, riesgos o peligros que lo pudiera sacar de su agradable sopor. Y si a septiembre próximo llegáramos sordos, ciegos, desorientados y aletargados, deberíamos sufrir las consecuencias; el tiempo es tan corto como el de esa mecha ya encendida que corre aceleradamente al explosivo. Por eso, ya no queda espacio para esperar cómodamente que alguien nos provea audífonos, lentes, brújulas y nos despierte para no caer al pantano, esa es la ilusión de los flojos que terminan por hundirse en él. Hasta las ovejas se despabilan cuando olisquean la cercanía del lobo.

Estando todos a apenas tres meses de poder apagar la mecha, con esa simple rayita sobre un papel podemos evitar el cambio de nuestra actual Constitución; prevenir que no se apruebe ese voluminoso paquete de 499 normas -sin contar las transitorias- dispuestas con odiosidad e ignorancia y que, aunque muy poéticas suenen algunas, que las hay, componen un engendro de errores, contradicciones, ambigüedades, dudas y peligros. Esta vez tendremos que leer su borrador y estudiarlo con atención para afinar el ojo y distinguir lo que es un tósigo de alto riesgo para el país y optar por lo que ha demostrado ser nutritivo y que nos dio robustez por tantos años, la Constitución de Lagos.