La demagogia consiste precisamente en decir lo que otros quieren oír, contradiciendo dos dimensiones fundamentales: una, la objetiva, la de la realidad; otra, la subjetiva, la de la propia conciencia.

El que practica la demagogia pretende contradecir con sus afirmaciones al dato duro, que es muy distinto de lo que está diciendo y, más grave aún, el demagogo sabe que esa operación semántica es falsa.

El Presidente Boric ha practicado la demagogia en su cuenta presidencial y lo ha vuelto a hacer en su gira por el extranjero, al pretender dar seguridad jurídica a los inversionistas (después dirá lo mismo oportunamente respecto de los sostenedores educacionales y de salud, respecto de las confesiones religiosas, respecto de los deudores de todo tipo, etc., etc.).

El dato de la realidad -y probablemente la apreciación en conciencia del Presidente, también- indican que si hay una coordenada que se extiende transversalmente por todos los ámbitos de la vida nacional, ella es justamente la inseguridad.

La inseguridad sobre las normas constitucionales que regularán la vida nacional, la inseguridad sobre los alcances y manifestaciones de la violencia, la inseguridad para todo tipo de propiedades, la inseguridad sobre la unidad nacional, la inseguridad sobre los factores inflación y recesión, la inseguridad sobre el ingreso de extranjeros indocumentados, la inseguridad sobre la estabilidad de la coalición de gobierno, la inseguridad de los niños que están por nacer, la inseguridad sobre el control de la pandemia… la inseguridad de que hayamos podido enumerar todas las inseguridades que afectan la vida nacional.

La demagogia funciona por un tiempo corto: Lincoln nos ha advertido que se puede engañar a algunos todo el tiempo, que se puede engañar a toda la gente por un tiempo, pero que no se puede engañar a toda la gente, todo el tiempo.

Un día y otro -ese día está presente en el hoy y en el mañana de Chile-  la realidad desgarra sus velos y reaparece, nos dijo Octavio Paz.