Deuda histórica: no existe

Joaquín Fermandois | Sección: Historia, Política, Sociedad

Así es. De ninguna manera se puede asumir una “deuda histórica”, nada más que no sea una referencia muy metafórica, desprovista de toda pretensión empírica ni menos de cualquier pretensión de adquirir fuerza de ley. ¿Por qué?

Muy sencillo, porque es ontológicamente imposible. No se puede recrear fácticamente el pasado, es decir, lo sucedido ayer o hace 5 siglos. Ni tras la expulsión se puede regresar al Paraíso por secretaría, creencia que se propaga y fomenta por estos pagos. Incluso el mejor historiador solo tiene una aproximación un tanto hipotética al pasado. Así como el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, el propósito de mejorar el resultado de hechos del pasado, próximo o remoto, se transforma en utopías de pasado, retrospectivas, las más catastróficas de la historia moderna, como fueron las del comunismo y del nazismo, las más simbólicas y representativas, si bien no las únicas. Entonces, ¿es que no hay remedio a situaciones de grupos humanos desaventajados?

Sí lo hay. En efecto, la sociedad humana por sí misma jamás regresará al paraíso perdido. Sin embargo, no se trata de un callejón sin salida: su situación es mejorable como tanto se ha probado a lo largo de la historia (los humanos tienden a olvidarla, es parte del problema), y nunca dejará de ser cierto. Es el arreglo posible del presente, si se adoptan medidas persistentes, con autodisciplina. Esto último, el tesoro escondido entre nosotros, es lo más arduo en nuestros países latinoamericanos.

Es lo que sucede con la plurinacionalidad, la autonomía territorial y la restitución de tierras, amén de gobiernos regionales que pondrán en tensión las finanzas del país y tendrá personal mal pagado en huelga permanente. Si se toman en serio estas palabras y conceptos, ello resultaría al menos en retroceder hasta la batalla de Curalaba, en 1598; Chile llegaría hasta el Bío-Bío, y eso. Se nos dice que esas referencias no son más que un “reconocimiento”, un cariñito. Entonces, ¿para qué están en una Carta? ¿Para que no las tomemos en serio y para que la Cámara de Diputados y Diputadas afine día a día lo que vaya siendo Chile según el humor del día? Un país así se escurre por un abismo.

Todo ello por un problema sobredimensionado, animado por una ideología muy moderna que se vincula a la contracultura; una victimización estratégica en consonancia con el grito del momento; y sumada a una organización, quizás con múltiples centros, pero que en todo caso tomaron en serio la teoría del foco de Guevara y de Abimael Guzmán, de crear un núcleo de mentalización para después pasar paulatinamente a la acción directa. Ahora estamos en eso, hasta el cuello.

Seguimos exaltando al problema indígena como si el ser de Chile girara en torno suyo. El único problema real es el conflicto mapuche. Ninguna bagatela desde luego. Salvo pequeños núcleos en el norte, se trata de un mundo mestizo, donde ni siquiera la pobreza es la causa original. Reventó en el país cuando este dio un brinco material importante, y quizás fue uno de sus motivos; también porque ya se está lejos de una pureza original y lo mestizo es tan fuerte como el rasgo propiamente mapuche. Fuera de esa zona, salvo el apellido, poco lo diferencia del resto de sus compatriotas en un país que, comparando con la región, es bastante homogéneo, teniendo en cuenta que jamás hay una realidad pura.

Pobreza, factores culturales, integración paulatina al mundo moderno son problemas a enfrentarse. No podemos retornar al pasado (de cajón, supongo), sino que le somos fiel en la medida que sigamos alistando al país para el futuro, obviamente sin destruirlo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el martes 31 de mayo de 2022.