Disney y la batalla por el poder

Eleonora Urrutia | Sección: Arte y Cultura, Política, Sociedad

Con el receso escolar de Semana Santa celebrado en todo Occidente son muchos los niños que visitan Disney. Aprovechando tal publicidad, Disney+ anunció que desde finales del 2022 el 50% de los futuros personajes de nuevas producciones serán de la comunidad LGBTQ+.

Hace ya un par de años que este gigante del entretenimiento reconoció tener entre sus metas la intervención cultural en el desarrollo sexual de menores. Una prolífica agenda LGTBQ+ para niños fue develada hace poco en una escandalosa reunión en la que la CEO de Disney reconocía haberla implementado en la programación. Ya se habían eliminado el año pasado algunos clásicos del cine infantil como Peter Pan, Dumbo, La Dama y el Vagabundo, El Libro de la Selva y Los Aristogatos, creados antes de que la dictadura de los colectivos ofendidos tomara el poder, porque “incluyen representaciones negativas y/o maltrato de personas o culturas”.

La tendencia no es nueva. Pero el encono con los clásicos infantiles merece especial atención porque se trata de historias que vienen construyendo un plexo de valores, una ética y una estética. Justamente porque es el mayor gigante cultural y porque no hay un humano vivo que no haya sido influenciado por alguno de sus personajes, es que no se trata simplemente de una empresa. Desde luego el problema de los dictadores de la corrección política no es el espectro fantástico en el que se mueven estas películas, porque lo que salta a los ojos aún de los muy menores es que todos estos relatos son una fantasía que exime a la caricatura de responder por sus características. El problema son los valores con los que no está permitido fantasear y que son, precisamente, los que hicieron grandes a los clásicos de Disney y a Occidente: la belleza, la fidelidad, la valentía, el esfuerzo, la familia o el amor romántico. 

Sería miope, sin embargo, analizar el supremacismo LGBTQ+ sin ponerlo en contexto. Esta dictadura cobra fuerza gracias a la necesidad de la izquierda de reinventarse en la gerenciación de luchas a las que jamás había prestado atención pero que, en la actualidad, le son muy útiles a su fines, como el feminismo, el ambientalismo, el veganismo y otros “ismos” re semantizados. 

Feminismo

Es un crimen haber despojado al feminismo de su base liberal, convirtiéndolo en un movimiento tribal, de mujeres cantando como zombies consignas fascistas hacia un enemigo abstracto, y dejando sin protección las mujeres policías, militares o las atacadas por miembros de ideología afin a la de las dueñas de la tribu. Sin embargo, cada día crece y se acepta la presión feminista sobre aquellos sectores más prometedores y estratégicos de la economía. Se pide cupo en la dirección de empresas, las finanzas, la política, pero nunca en la minería, recolección de residuos o en el picado de piedras de caminos rurales. Esto no es feminismo; es una forma de obtener ventajas y prebendas. No busca la igualdad de oportunidades ni la igualdad ante la ley, que por eso pelearon nuestras abuelas, sino un entramado de regulaciones que concentran el poder en manos de fanáticas y extremas.

Ecologismo 

Otro ejemplo. El socialismo es el predador ecológico más feroz, pero es, increíblemente, el que más se llena la boca con la propaganda verde. Sobran los ejemplos: el Mar Aral, la cuarta mayor masa de agua interior del mundo de un tamaño similar a Irlanda fue secado hasta convertirlo en un charco contaminado en medio de un nuevo desierto. La Bahía de Kara-Bogaz-Gol, a orillas del mar Caspio, secada con la construcción de una represa cuyos gases tóxicos produjeron un saldo de muertes incalculable. En 1957 una planta nuclear secreta llamada Mayak en Kyshtym, en los Urales, produjo una nube radioactiva de cientos de kilómetros afectando a más de 250.000 personas. La explosión de la central nuclear de Chernóbil en 1986 provocó la liberación de radiación que excedió la generada por las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas. La causa fue la manipulación secreta del reactor para obtener el plutonio necesario para el arsenal nuclear sumada a la ineficiencia de la burocracia rusa. Pero la maquinaria propagandística verde reencauzó la discusión a la necesidad de unas energías renovables que demandan millonarios subsidios y que encarecen la vida y la producción en todo el mundo.­ La izquierda reemplazó la causa obrera por la nueva utopía: salvar al planeta convirtiéndose en portavoz indiscutido del ecologismo y convirtiendo al capitalismo en el causante del supuesto deterioro del planeta. 

Veganismo

El objetivo del veganismo y la oposición a la modificación genética de los alimentos es controlar el desarrollo de la investigación y la producción agrícola. Ya lo han hecho antes con otros rubros con lucrativos resultados: los demonizan, se erigen como garantes de la aplicación de normas verdes y pasan a gerenciar la supervisión del rubro colonizado.

Sucede que desde que el hombre es hombre no hizo otra cosa que modificar la naturaleza. Es lo que lo distingue de otras especies y un hecho maravilloso dado que, caso contrario, no existiríamos. Desde que nuestros lejanos abuelos recolectaron semillas y las plantaron donde pudieran controlarlas, y cazaron animales y los usaron para comer, vestirse o defenderse, el hombre viene modificando la naturaleza en su beneficio. La domesticación es manipulación genética, gracias a la cual los hombres, partiendo del lobo, llegaron a los caniches teñidos de rosa y con botitas que viajan en las carteras de las estrellas, firmes defensoras del dogma ecológico.

La modificación genética se hizo instintivamente mediante cruza y selección desde hace siglos, pero la aceleración del conocimiento científico hizo que esa cruza y selección permita manipular genes específicos que mejoraron la calidad de vida como nunca antes. Sin embargo la ideología que se opone a los organismos genéticamente modificados ha crecido exponencialmente este siglo en los lugares en que el hambre no es un problema y en cambio la demencial soberbia de la ingeniería social sí lo es, en paralelo con otras variantes del anticapitalismo identitario. Tiene sentido: es fácil asustar a alguien persuadiéndolo de que come veneno. Y si no es por él, ante la duda, por sus hijos se abstendrá.

Para las grandes empresas que son blanco de todas estas demandas, apoyar estas causas representa un análisis de costo beneficio. Dada la virulencia de las guerras culturales, las corporaciones se involucran en el capitalismo woke para minimizar las pérdidas. No las lleva a la quiebra en el mediano plazo ni genera grandes ganancias, sino que funciona como una especie de aporte mafioso. Es fundamental recordar que el lucro es pecado para la narrativa de izquierda y el antisistema representado en la ideología woke, demanda dar por tierra con el sistema capitalista. Por ende, las corporaciones son objetivos obvios. 

El problema es el poder

Estos temas que parecen lejanos para Chile no sólo están presentes, sino que se están viviendo de manera acelerada y suponen un problema peor que el que tienen en este momento los países del Norte. Allí, los activistas de estos colectivos tan presentes en la realidad mediática, sólo logran imponerse a fuerza de vandalismo y cancelación. Pero están lejos de soñar, por ejemplo, con cambiar la Constitución para alcanzar sus fines. En Chile ya lo han logrado. En su propuesta la Convención Constitucional está impulsando estos temas como siguiendo un libreto. Han armado un fárrago que no sólo afectará la economía sino que hará imposible la convivencia. Basta mencionar como alternativas convencionales el derecho a la naturaleza por sobre el hombre -lo que no se verificará pero si otorgará un poder omnímodo para impulsar regulaciones desquiciadas; la plurinacionalidad- lo que implicará cuotas de poder en base a minorías sobre representadas; las distintas justicias conforme esas nacionalidad, lo que acabará con la igualdad ante la ley, en fin, la eliminación de pesos y contrapesos que limitan el poder y resguardan los derechos más fundamentales.

Acá no debe haber ingenuidad; esto es una discusión de poder. Sucede que el poder ha de tener una resistencia a su dominio porque siempre tenderá al absoluto. El verdadero progreso reside en su límite. Sin la libertad que viene permitida por la oposición al poder no hay salida, y quienes aman el poder para entronarse en un lugar que jamás alcanzarían de otro modo, lo saben. Las tendencias autoritarias plasmadas en la corrección política que imponen todos estos movimientos, que en general y mayoritariamente, no tienen nada que ver con las causas que dicen defender; buscan acabar de manera arbitraria con esa libertad, anclándose en un tema moralizante que se suele presentar como progresista, como meta que ninguna persona se atreva a discutir. Buscan, en definitiva, legitimidad absoluta a cambio de poder. Y cuando tiene el poder se deslizan hacia su forma autoritaria, traicionando aquello que invocaron para alcanzarlo. Llegados a esta instancia, se está ante la ruina de cualquier forma de pluralismo. Cuando se reniega de la libertad porque se impone un ideario de sumisión diseñado por burócratas, el poder se convierte para siempre en incuestionable. 

Para la derecha, la batalla asimétrica gramsciana no es una opción, es el único camino posible. Hay una gran enseñanza dada por la izquierda. Las corrientes que hoy son dominantes, se la pasaron dando luchas transversales. Todo espacio, toda brecha debe ser ocupada. En la asimetría, el impotente necesita creatividad para constituirse como vanguardia y asumirse como la cultura rupturista –mal que le pese– la fuerza rebelde, la contracultura, y no se puede permitir descuidar ningún campo. Si la creciente comprensión de esta asimetría es lo que ha puesto de manifiesto  el combate cultural, sería útil que la derecha tomara a Gramsci y a los que lo sucedieron. Ciertamente, lo han hecho los enemigos de la libertad, de la vida y de la propiedad, y al hacerlo, avanzaron sobre el resto.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el miércoles 20 de abril de 2022.