Mundo Mágico

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Todos los que vivimos nuestra infancia en la zona central y urbana de Chile en los años 1980, ciertamente recordaremos aquel parque de diversiones llamado Mundo Mágico. En él había un Chile en miniatura, donde cada región estaba perfectamente representada y que hasta podía ser animada por sistemas mecánicos activados con unas pocas monedas.

Al leer y escuchar los comentarios que dejara la ceremonia de traspaso de mando, da la impresión de que el presidente Boric, su equipo y sus seguidores viven en un mundo mágico donde sus sueños se hicieron realidad: consiguieron por unas pocas monedas -en forma de promesas igualmente fantasiosas- que sus electores les diesen el mando del aparataje que controla la nación y así tenemos en el poder personas sin experiencia. ¡Se dieron el gran gustazo de su vida!

La libertad aparente que ofrecen las redes sociales dejó entrever la mente de muchos chilenos que pasaron de ser electores del presidente Boric a ser sus seguidores y verdaderos fanáticos. Mensajes que ensalzan la figura del presidente y su humanidad elevada a la más alta categoría, ceremoniales indígenas para “atraer la fuerza y sabiduría” y hasta llamados a que se “aleje la oscuridad y que con el Sr. Boric llegue la luz a Chile” dejan en evidencia lo bajo que ha caído nuestro país. Cuando en una nación cristiana como la nuestra se eleva una autoridad a la categoría de ídolo capaz de traer la luz que sólo nuestro Señor trajo al mundo, se puede ver el nefasto camino de perdición que tenemos al frente. Con ello, no se extrañe que nuestra nación sea humillada aún más, situación que sólo ha de cambiar cuando el pueblo de Chile vuelva a sus cabales y clame por auxilio divino, de donde viene la verdadera salvación.

La figura mesiánica del nuevo presidente -con manos en posición de oración incluida- y los llantos de sus seguidores al ver a su “gran líder” es un reflejo del carácter religioso que tiene en sí la nueva izquierda, cuyo fin -en vez de la plenitud del hombre en libertad y la vida eterna- es aquella nebulosa nueva sociedad bucólica y cuya biblia -tal como señalara Roger Scruton citando a Louis Althusser- continúa siendo El Capital que promete la gran transformación, que nunca llega (“Pensadores de la nueva izquierda” de Roger Scruton). 

Como buenos feligreses, evidentemente no podía faltar la invocación al sanctum sanctorum de las izquierdas chilenas y latinoamericanas, el Sr. Allende. Y así, entre banderas del Partido Comunista, de movimientos homosexuales y de cuanta minoría se pueda imaginar, posando para fotos en posición de rock star en el Palacio de la Moneda, sonriéndose mientras al entonar el himno nacional la algarabía fervorosa gritaba ofensas contra Carabineros de Chile y al son de alabanzas al nuevo mesías, el Sr. Boric asumió la más alta investidura.

También preocupa el equipo de trabajo por detrás de la nueva administración. Asumen que por tener muchos doctorados harán maravillas transformando la administración pública en un Silicon Valley. Están muy equivocados. Un título de doctor -que yo mismo poseo uno- no significa nada sin la experiencia que da lo que mi padre llamaba la “universidad de la vida”, es decir, haber batallado, golpeado puertas por un trabajo y aprendido lecciones con más de un jefe despótico. No discuto que la obtención de méritos académicos demanda un trabajo intelectual importante y que algunos de los miembros del gabinete poseen merecidas credenciales. Sin embargo, el hecho de que muchos de los miembros del nuevo gobierno -comenzando por su cabeza- lleguen a experimentar y sentir por primera vez en carne propia los embates del mundo real -nada más y nada menos que dirigiendo los destinos de una nación de 17 millones de chilenos- es, sin duda, la mayor de las irresponsabilidades que ha cometido nuestro país.

Evidentemente no voté por el presidente Boric y su coalición, y nunca lo haré. Hay quienes han señalado que serán “oposición constructiva” lo cual es una contradicción en sí misma pues no se puede construir siendo condescendiente con un gobierno que apunta a la desconstrucción de la nación. Siendo así, para los que somos verdaderos chilenos, republicanos y amantes de nuestro país, sólo nos resta, por el bien de la nación, desearle lo mejor -dentro de lo posible, o más bien imposible, dado el pandemonio en que se ha de convertir su gobierno por las pugnas internas- al nuevo gobierno y asumir nuestro papel como verdaderos garantes de los principios de la República que, como sea, habrán de prevalecer.