De la borrachera al delirio

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política, Sociedad

Se volvieron locos”, “Chile está desquiciado”, “¿será que la pandemia generó un daño mental a las personas?”, “¿qué clase de maldición cayó sobre Chile?”. Todos hemos escuchado estas frases en los últimos tres años. Son frases alegóricas, pero que algo de verdad tienen. Lo que no explican, y lo que pocos parecen advertir, es que el país decidió optar por el suicidio.

Chile, tierra de poetas”. Así era llamada nuestra tierra hace algunos años por turistas que venían encantados a conocer nuestro país. La verdad de las cosas es que esa frase debería ser reformulada y rezar “Chile, tierra de experimentadores”. Algunos experimentos -como el milagro económico de los 1980- han funcionado, otros -como los experimentos socialistas- han sido un fracaso. Está bien, la prueba y el error son parte de las reglas del juego del trabajo experimental, lo mismo que eliminar las estrategias fracasadas y potenciar las exitosas. Lamentablemente, nuestra sociedad tiene la vocación de aquel personaje de historietas infantiles Giro sin Tornillo y persiste, obstinadamente, en hacer funcionar experimentos que destruyeron nuestra sociedad en otras oportunidades y que hoy amenazan con llevarnos a un pozo del cual será imposible salir.

¿Qué es lo que lleva a nuestro país a insistir en la fórmula del fracaso? A estas alturas, a mi juicio, ello es promovido por el delirio y la locura que le siguen a la borrachera a la cual se lanzara premeditadamente. La Revolución de Octubre del 2019 fue la gran fiesta de los enrabiados con la cual se dio inicio al plan montado por la extrema izquierda chilena para hacerse del poder de una vez y para siempre. Sí, para siempre. En ella se vieron los frutos de años de trabajo de las izquierdas en su proceso de transformar la consciencia de cientos de miles de chilenos. En esta fiesta, le dieron sentido a la vida de una generación entera que se sentía perdida en la frivolidad y repartieron a rienda suelta la “chupilca revolucionaria” -mezcla de populismo, rabias, frustraciones y un toque de panfletería marxista perfectamente re-acondicionada a los nuevos tiempos, para que sepa dulce al paladar del incauto-. Con este brebaje se les convenció de la necesidad de cambiarlo todo y de que ellos serían los protagonistas.

La fiesta pasó y dejó en su camino lo que acostumbra una desenfrenada jarana: una estela de destrucción, cofres vacíos y comensales presos de una borrachera “de aquellas”. En el caso del alcohol, es conocido su efecto de euforia, seguido por la depresión y hasta la aversión. En el caso del gran carnaval montado por las izquierdas, la destrucción material es evidente para todos, el déficit fiscal se hará notar dentro de poco y los comensales, luego de la borrachera, pasaron al delirio, que, por definición, implica una perturbación de la razón. Es por ello por lo que -no importa cuántas razones y poderosos argumentos se le entregue a quienes hoy están dispuestos a aprobar la nueva constitución (ya algunos llaman de “mamarracho”)- muchos no están dispuestos ni a escuchar, ni a dar su brazo a torcer. Peor aún, siguiendo el estricto significado de “delirio” (fruto del estado alterado de la razón) creen piamente que un gran futuro nos espera.

Los que aún gozamos de razón, nos espantábamos -pero no nos sorprendíamos- con las delirantes propuestas venidas de la CC al tiempo que la coalición de extrema izquierda del nuevo gobierno, junto con sus ciegos adherentes, les avivaban la cueca. Ironizábamos con la analogía de la retroexcavadora sin imaginar que llegaríamos al punto en que nos encontramos hoy. De aprobarse la propuesta constitucional, nuestro país será completamente despedazado en lo territorial; el alma nacional será aniquilada y reemplazada por una pléyade de naciones, al tiempo que crecerá el aparato público a proporciones obscenas. ¿El resultado? Un país sin carácter nacional, sin soberanía ni integridad territorial, con movimientos “nacionalistas” e indigenistas dispuestos a profundizar conflictos armados civiles ya existentes, un aparato público -como ya se vislumbra en el nuevo gobierno- al servicio de operadores políticos de izquierda, fuga total de capitales, y, como consecuencia, el aumento de la deuda internacional y el pueblo en la miseria. Es decir, la fórmula perfecta para el fracaso.

¿Cómo fue que llegamos a esto? Los historiadores se encargarán de decirlo. Por ahora, sólo me atrevo a señalar que llegamos a este punto producto de la secuencia lógica de eventos que ya se gestaban hace una década y que desencadenaron la borrachera revolucionaria, el delirio, la locura y, de ésta, al suicidio nacional.

Aún tenemos Patria ciudadanos” nos recuerda Manuel Rodríguez. Mientras aún haya chilenos sensatos -y créame que son cada día más- que se atrevan a defender nuestra República, aún tendremos viva la esperanza de la última alternativa que nos queda: el plebiscito de salida. Si nos farreamos esta oportunidad preciosa, me temo que ya no tendremos un futuro esplendor en nuestra copia feliz del Edén.