Aborto y objeción de conciencia

Gonzalo Ibáñez S.M. | Sección: Política, Vida

Como es bien sabido, la ley que autoriza el aborto en tres causales contempla la posibilidad de que los médicos especialistas involucrados (ginecólogos) puedan invocar una objeción de conciencia para evitar ser llamados a practicarlo. De hecho, una importante mayoría de entre ellos ha declarado ser objetor de conciencia con lo cual la práctica de ese crimen se ha visto en alguna medida entrabada. Ello hasta el punto, en todo caso, de que en la Convención Constitucional se está sosteniendo la conveniencia de poner término a ese derecho de los médicos y de aprobar una legalización del aborto prácticamente libre. Lo cual ha encendido las alarmas. Por eso, conviene destinar algún tiempo para analizar la realidad de la conciencia, de cuál sea su función y de su papel en este problema que significa la práctica del aborto.

Desde luego, hemos de decir que la objeción de conciencia no es un recurso que pueda esgrimirse de cualquier manera como, por ejemplo, para dar paso a la comisión de delitos. La conciencia no se justifica a sí misma y, por lo mismo, no basta que alguien sostenga que toma una decisión porque su conciencia se lo aconseja, para que todos los demás tengamos que aceptarlo sin chistar.

La conciencia es, de hecho, nuestra inteligencia aplicada a una determinada acción u omisión. Sobre la base de que la bondad o maldad de esa decisión no quedan entregadas a la voluntad del sujeto, a ella, como inteligencia, le corresponde conocer cuán ordenada puede ser a nuestro fin -el bien común- una concreta decisión y le corresponde entonces dar razones acerca de por qué sea conveniente adoptarla o rechazarla.  Por ejemplo, un constructor de puentes, si su obra se desmorona, no puede asilarse en su conciencia para justificar no haber sido fiel a las reglas que la ciencia de la construcción enseña para estos efectos. El, por su profesión, conocía o debía conocer esas reglas y eso manda en su conciencia.

En este contexto ¿puede una persona esgrimir el dictamen de su conciencia para evitar ser llamado a practicar un aborto? La validez de la respuesta va a depender, por lo que hemos dicho, no de la voluntad de esa persona sino, en definitiva, de lo que la inteligencia enseña acerca de ese ser que se gesta en el vientre de una mujer y de todas las otras realidades que rodean esa situación. Es en este momento que corresponde dar paso no tanto a lo que nos puedan decir o sostener, por ejemplo, las religiones, sino derechamente a lo que nos diga la biología o ciencia de la vida. Es ella la que nos enseña la realidad principal que debe, en este caso, presidir el juicio de la conciencia: que ese ser es un ser humano a carta cabal, inocente e indefenso, por lo que si un médico procede a quitarle la vida no hace sino cometer un asesinato. Lo que está entonces detrás de su decisión de abstenerse de cometerlo no es una conciencia que especula en el vacío, sino la evidencia del crimen que se quiere cometer a través de sus manos. Esto es lo que da sustento a la posición de esos médicos objetores de conciencia. Ellos simplemente dicen Sí a la vida.

Es cierto que muchas veces se presentan circunstancias dolorosas en torno a la decisión de respetar la vida del que está por nacer. Un embarazo, que habitualmente trae tanta alegría, puede convertirse en motivo de honda preocupación e, incluso, desesperación para una madre que carece de los recursos para sostener después una crianza; que puede haber sido abandonada y que no cuenta con los apoyos familiares tan importantes en estos casos. Pero, claramente no es la muerte de la criatura el camino de solución, sino, desde luego, advertir cómo el éxito o fracaso de un embarazo no es algo que pueda dejar indiferente a la comunidad. Es en el momento mismo del nacimiento de sus nuevos miembros que esa comunidad se juega su suerte, por lo que, sobre todo, debe estar atenta para prestar toda su colaboración y así asegurar el éxito de ese embarazo y de ese nacimiento. Cuando, por el contrario, esa comunidad legaliza el crimen y, aún más, lo incentiva, es su propia existencia la que está poniendo en juego.

No son los médicos objetores de conciencia los que, por lo tanto, deben cambiar, sino la legislación que autoriza e impulsa la práctica de ese crimen. De acuerdo a lo que hemos dicho, no pueden asilarse en su conciencia quienes promueven ese crimen y quieren hacer de él un acto legal. El crimen -quitar a otro la vida sin que intervenga una razón de legítima defensa- viene siempre condenado por la conciencia porque es un acto malo de suyo. De hecho, si queremos encontrar una fecha en la cual comienza el desmoronamiento de nuestra república es esa, la de la ley que autoriza el aborto. Al lado de matar un niño en el vientre de su madre, es casi intrascendente incendiar centros comerciales, saquear supermercados, quemar iglesias o tomarse calles y autopistas. Es de esto de lo cual en Chile debemos tomar verdadera conciencia y agradecer a esos médicos su valentía para no dejarse arrastrar a la comisión de un crimen abominable. Y, de una vez por todas, no hacer del derecho a la vida una vana palabrería, hueca de sentido, aplicable en algunos casos y en otros no. Terminando con la hipocresía en esta materia podremos, por fin, comenzar la reconstrucción de nuestra patria.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Valparaíso, el miércoles 2 de marzo de 2022.