Condenados al realismo mágico

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

No pocos fueron los que se deleitaron con la conocida obra Cien Años de Soledad cuando en la época escolar leíamos al menos un libro al mes para la concebida prueba de comprensión de lectura. Quién diría que el realismo mágico, al cual creíamos que nuestra nación era impermeable, terminó por instalarse en la mente nacional.

Ese mundo de caudillos, de fantasías y de insólitas circunstancias ya se ha transformado en lo cotidiano. Hoy reina el sin sentido en Latinoamérica: regímenes totalitarios son tomados como ejemplo digno a ser imitado, oportunidades de negocios clave para el desarrollo nacional son dejadas pasar bajo pretextos y sin fundamento técnico; en vez de preferir la bonanza y el progreso, la gente se ha volcado a optar por alternativas de gobierno ruinosas; más bonos y menos trabajo, más estado y menos libertad. Y lo más patético, constituciones mágicas que todo lo arreglarán. De ganar el apruebo de salida, ya imagino que van a imprimir millones de copias de la funesta nueva constitución en formato de bolsillo y tapa roja, a la usanza de los regímenes que inspiran a sus creadores.

No son pocos los países latinoamericanos en que es común escuchar la frase “mejor reír para no llorar”, fiel reflejo de la resignación de millones ante la tragedia de interminables ciclos de crisis y fugaces bonanzas. Resulta incomprensible, como señalara Aldo Mariátegui en su columna titulada “¿Por qué Iberoamérica es tan cagona?”, esta tendencia suicida y autodestructiva de nuestra nación y ese regocijo continental por la mediocridad, celebrada por muchos como parte de nuestra idiosincrasia que goza de ese realismo mágico que describiera el autor de la obra citada. Hay quienes argumentan que somos un continente joven, sin embargo, ejemplos hay de sobra de naciones miserables y otras completamente destruidas por la guerra, que se alzaron como potencias en menos de 50 años, lo que a nosotros nos ha tomado más de cinco siglos y aún no llegamos allá. Lo más lamentable es que cuando estamos en el camino correcto, ya casi consolidándonos como país desarrollado, con niveles de igualdad, educación y prosperidad nunca vistos, reaparece la peste de la mediocridad y lo echamos todo por la borda con los mismos discursos de siempre, que la desigualdad, que la justicia social, que los explotadores y un largo etcétera.

Cual ley de Murphy, todo aquello que estaba por salir mal en nuestro país, salió mal. Y peor: el presidente electo, habiendo gozado de una vida sin ningún tipo de carencias, es un niño incapaz de haber terminado los estudios, y todo presagia que su gabinete integrará a algunos personajes semejantes a él. A la “polola” se le puede integrar como Primera Dama, muy en línea con el natural rechazo que les causa el matrimonio y la familia a los sectores progresistas; era que no lo harían, al final es una alternativa más para copar el estado, y un cajón más para hacer lo que usted ya sabe. Al terrorista de extrema izquierda se le llama luchador social; al criminal, joven soñador; al guerrillero despiadado de la CAM se le llama reivindicador de derechos ancestrales, al tiempo que se busca el indulto de quienes destruyeron el país. Y así, al ver propuestas de ley tan ridículas como “tallas inclusivas”, y a una prensa patética -embelesada con el nuevo presidente- que parte en romería a exaltar al ídolo de las masas avivando el delirio colectivo para recibir a cambio -de manos de su nuevo mesías- un cuchuflí, nos damos cuenta de que hemos caído muy bajo y que la lógica de los Buendía se apoderó de nuestro país.

Después de 50 años, nos encontramos con un presidente que, aunque no lo explicita, se cree la encarnación misma del Sr. Allende, pero con una preparación académica e intelectual muy inferior a la del jerarca de la UP: gustoso se dirige a las masas que escuchan embrujados sus sermones llenos de las mismas consignas, comparten el mismo gusto por los lujos, le habla a ese pueblo imaginario de las izquierdas, sin pertenecer a este; hace alarde de su perro “brownie”, tal como lo hiciese de “chagual” el Sr. Allende, y así la lista sigue.

Sin siquiera haber comenzado su gobierno, este “pequeño chicho”, que saltó de la presidencia de curso a la presidencia de la República, ya está mostrando tener el mismo y fatal inconveniente que tuviese su inspirador: problemas de liderazgo para manejar las fuerzas dentro de su coalición. El presidente electo se va a encontrar con difíciles tensiones dentro de su gobierno, siendo tironeado por el PC, por su coalición y, por las muchedumbres enardecidas más radicales que quieren profundizar el proceso revolucionario. Siendo el Sr. Boric una persona sin experiencia laboral, sin liderazgo y sin fortaleza física y emocional, en poco tiempo su gabinete se puede transformar en un verdadero pandemonio.

Frente a ello, el nuevo presidente tiene dos posibilidades: insiste en este tire y afloje de prometer a unos una cosa y a otros exactamente lo opuesto, que lo llevará a terminar solo en su gobierno -tal como le sucediera a su alter ego- o termina, como decimos en el campo, pisándose la guasca e incorporando a su gabinete a antiguos miembros de la concertación que tanta urticaria le causaban al joven revolucionario. Y es así como, en una nación tomada por el delirio y el encanto de volver a ser parte de un continente prisionero de una verdadera maldición que lo destina al fracaso, el nuevo presidente entenderá el refrán “otra cosa es con guitarra”.