Semiótica y política chilena del siglo XXI

Jaime Oviedo E. | Sección: Arte y Cultura, Historia, Sociedad

La semiótica es la ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre individuos, sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción.

Por ello, todas las naciones e instituciones procuran representar su ser y deber ser a través de algunos hitos representativos de su idiosincrasia característica, cual íconos a homenajear por siempre. 

De ahí, el interés de la izquierda ideológica extrema de que como toda esencia de las cosas se encuentra en la apariencia, hay que esforzarse por deformar lo más auténtico de una comunidad o colectivo, haciéndola perder su totalidad de sentido.

Para dar algunos ejemplos, mencionemos el usar e imponer la bandera mapuche en vez de nuestra bandera nacional de la estrella solitaria, o bien, elaborar representaciones contestatarias como el perro “matapacos”, a las cuales les atribuyen un significado y un significante disociador de la cohesión social ciudadana necesaria para el desarrollo todo de un país.

Lo más grave a mi respecto es lo que ha ocurrido con nuestro himno nacional. No haré aquí una defensa cerrada de éste, pero sí apuntaré algunos datos notables que son poco conocidos respecto de él. Por ejemplo, que en un concurso de himnos de las principales naciones del mundo efectuado en Europa hace algunas décadas atrás, estuvo a punto de distinguírsele con el primer premio al de Chile, porque al jurado y a los asistentes les había conmovido en lo más hondo. Sin embargo, por una discutible cortesía se le cedió el galardón a la Marsellesa, himno nacional francés, quedando el nuestro en segundo lugar. 

El piano que perteneció a Ramón Carnicer, su autor, se guarda en el Museo Histórico Nacional, y aquí lo interesante del asunto es que éste fue entregado por el señor Carlos de la Barra, Encargado de Negocios de Chile en España, lugar del que era originario este notable músico, por donación expresa del Conservatorio de Música de Madrid.

El 17 de marzo de 1955, al cumplirse cien años de la muerte de Carnicer, el Instituto de Conmemoración Histórica realizó un acto de cultura patriótica en torno al piano de este inolvidable artista. En esta oportunidad se interpretaron los himnos de Chile y España en el más solemne y reverencial silencio.

, o de la pródiga Aconcagua, y no por un artista español como lo fue Ramón Carnicer, que jamás pisó este suelo, ni conoció el Mar Pacífico, ni contempló nuestras mágicas montañas.

Nada más impresionante que su introducción. Ella parece decirnos a todos: “¡Chilenos, oíd, escuchad, estad atentos…!” Y si para nosotros las estrofas tan hermosas de Eusebio Lillo son algo así como el cuerpo airoso de nuestro himno, la música que le dio Carnicer no es otra cosa más que su alma, su espíritu, su soplo vital.

Por eso, cuando sentimos el Himno Nacional nos transformamos de entusiasmo glorioso, nos saturamos de nobles altiveces colmando nuestros labios de dulces plegarias por la grandeza de la patria, que suben en derechura al cielo cual blancos, azulinos, rosados espirales de incienso, corroborado todo esto hoy por un estudio de imagen de Chile publicado por estos días en que un 81% no modificaría el himno nacional. 

Lo anterior confirma que la historia no es mera contemplación, sino un estímulo;  ella solo alcanza todo su valor y eficacia  mientras no se introyecta en lo hondo de la comunidad, mientras no se transforma en tradición. En ese instante, lo que la inteligencia ha percibido, se hace dinámica para la voluntad. La contemplación primera desemboca en vida fecunda y creadora. Un pueblo, una patria ha encontrado su razón de ser y en esto la semiótica tiene un lugar de importante trascendencia.