Kast o la violencia

Juan Ignacio Izquierdo H. | Sección: Política, Sociedad, Vida

Más allá de las apariencias y coloridos de las franjas electorales, quiero comentar una diferencia de fondo entre Kast y Boric: El primero defiende la vida siempre; el segundo, no.

Hablemos primero del aborto (aprobado en Chile en 2017 para 3 causales); una palabra que nos va sonando cada vez más pequeña, pero designa una tragedia que merece estar en el primer lugar de nuestras preocupaciones. Pareciera que nos vamos acostumbrando a tratar el asunto sólo de una manera superficial, olvidándonos de la triste realidad que representa: el drama de la madre desesperada que duda si matar o dejar vivir a su propio hijo. Si cree que le estoy poniendo color al asunto, le recomiendo ver la película Unplanned (2019). Sin embargo, para Boric el aborto es una tarea en la que se debe avanzar y para defenderlo acude a un frío eufemismo, que oculta lo peor de la indiferencia humana: “nosotros damos libertad a la madre”. Esta frase resuena en mis oídos con la estridencia de la respuesta de Caín en fuga después de haber matado: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Gen 4,9) ¡Claro que el Estado de Derecho, todos los chilenos, somos guardianes de nuestros hermanos! El aborto, y la banalidad con que hablamos de él, es demoníaco: en el mundo se acumularon mil millones de abortos en el siglo XX; en nuestro siglo se cuentan entre 40 y 45 millones de abortos al año (es la primera causa de muerte). ¿Cómo somos capaces de cerrar los ojos frente a tamaña crueldad? La criatura indefensa que toca la puerta del mundo merece nuestro apoyo: nuestro deber es mecerlos, acariciarlos, besarlos; no promover su asesinato.

Y esto es solo el principio. Si a Boric no le parece tan grave abandonar a los niños no nacidos, no es raro que esa grieta de indiferencia se expanda a otros grupos en problemas. Estoy pensando, por ejemplo, en la solidaridad que Gabriel manifiesta tener con la narco-dictadura venezolana, su ambigüedad con el terrorismo en la Araucanía, su promoción del vandalismo organizado en 2019 que destruyó estaciones de metro e incendió supermercados (con personas dentro), su apoyo al proyecto de ley que pretende indultar a los responsables de la revuelta, su camaradería con el Partido Comunista, su visita al principal asesino de Jaime Guzmán y luego su pose (sonriendo, para mayor escarnio) con una camiseta que llevaba estampada la cara del senador atravesada por una bala, y varios etc.

La violencia es peligrosa para todos, también para los que la promueven, justifican o encubren. La salud moral de los países es frágil: cuesta poco introducir en ellos el espiral de corrupción, aborto, populismo, narcotráfico; pero salir de ahí, ¡ay!, ¡cuesta sangre! Chile, en este sentido, está en franca decadencia, y una presidencia de Boric podría ser el golpe que nos termine de derribar.

Por otro lado, es notable lo buen candidato que es José Antonio Kast, y la esperanza que es capaz de infundir en la población comprometida con la vida, la dignidad humana y la salud ética del país. Padre de 9 hijos, honesto (conocido por no haberse llevado siquiera un lápiz del Congreso), sereno frente a las dificultades (¡cuántas veces lo han agredido y él, en cambio, no pierde el dominio de sí!). Kast apoyará a las madres que se ven enfrentadas al delicadísimo dilema del aborto, se opondrá a los abusos de Maduro, pondrá freno al terror que se vive en la Araucanía, disuadirá la violencia organizada y el narcotráfico y, con optimismo, recuperará Chile para los chilenos.