Supremacía de la libertad y de los valores cívicos

Joaquín Muñoz L. | Sección: Política, Sociedad

Las elecciones que se nos vienen encima nos enfrentan a una disyuntiva como nunca antes desde el plebiscito presidencial del 88.  Hoy tenemos claro que las opciones son dos: un modelo de libertades personales y valores cívicos, representado por José Antonio Kast y el Frente Social Cristiano, y otro con supremacía del Estado por sobre las personas, es decir, la supremacía de los políticos deconstructivistas, representado principalmente por Gabriel Boric y el Frente Amplio y el Partido Comunista.  Los demás candidatos son versiones más o menos representativas de estos modelos, pero, por lo mismo, bastante ambiguas y paulatinamente decrecientes.  Explicar por qué una opción es mejor, merecería más de un artículo, pero resulta muy fácil demostrar cuál es mejor con hechos, no con palabras.

Resulta incuestionable la superioridad del modelo de libertades personales y valores cívicos por sobre el modelo con supremacía del Estado por sobre las personas.  A muy grandes rasgos se puede explicar esto porque son los individuos los que conocen sus necesidades, capacidades y sueños, no la casta de políticos que los gobierna, aunque hayan recibido sus votos.  Además, cuando el modelo estatista es el que rige, quiere decir que están gobernando las izquierdas, las que nunca han entregado un país mejor o, por lo menos, igual a como lo recibieron.  Por el contrario, lo entregan devastado.  Veamos no más cómo quedó Europa oriental después de décadas de comunismo o lo que pasa en Venezuela y en Argentina (los dos países más ricos de América Latina, pero que increíblemente están entre los más pobres por culpa de la versión populista de la izquierda).  Muchos dirán que los países escandinavos vivieron algo distinto, pero no es así.  Éstos nunca han tenido dictaduras de izquierdas, han sido democracias; siempre han tenido propiedad privada de los medios de producción; el Estado pesa en la economía, pero eso no quiere decir que sean Estados socialistas.  Tienen muchos beneficios sociales, es decir, un “Estado benefactor”, no socialista.  Sin embargo, la economía empezó a resentirse por tantos beneficios.  El electorado optó por los partidos de derecha, los que liberalizaron la economía bajando impuestos, disminuyendo la participación estatal en la economía, etc.   No obstante, la solución al problema económico, las huellas imborrables de ese invento izquierdista llamado Social Democracia, dejan ver que las izquierdas sí o sí son dañinas.  El libertinaje moral dejado de herencia es terrible: aborto, pornografía, matrimonio homosexual, legalización de drogas, destrucción de la familia, debilitamiento del espíritu de nacionalidad, etc.  Simplemente, a la larga “Papá Estado” lo hace mal, por ello, deben ser los individuos quienes decidan sus vidas y aquel debe estar a su servicio, no al revés.  Y esto quiere decir a cada individuo como tal y al conjunto de éstos.  No olvidemos que el ser humano vive en comunidad y sólo en comunidad alcanza su plenitud.

Luego de esta breve explicación, volvamos, estimados lectores, a la situación de nuestra patria.  Que el modelo de desarrollo chileno tiene fallas, las tiene, nadie podría negarlo.  Sin embargo, echarlo abajo completamente sería un error, sería como demoler una casa porque su techo se gotea.  Toda persona medianamente inteligente sabría que solo hay que reparar el techo.  Pensemos en la cantidad de inmigrantes que tenemos, ¿por qué tantos venezolanos huyen de su “paraíso socialista” para vivir en este “infierno capitalista”?  La misma pregunta la podemos formular respecto de los cubanos que huyen a Estados Unidos o los alemanes orientales que huían a Alemania occidental, siempre que el régimen asesino de Honecker no los matara antes de cruzar el muro.  La regla general es dejar un país gobernado por políticos de izquierda con mucho poder para irse a un país con libertades individuales garantizadas, pero es una regla practicada por individuos que sufren las atrocidades zurdas.  Desgraciadamente, muchos no entienden este fenómeno.

Ya vistos temas económicos y morales, queda por ver la producción de pensamiento crítico.  Según las izquierdas, en sus “democracias” o en las instituciones controladas por ellas, es donde se produce el pensamiento crítico.  Así se da, por ejemplo, que una persona con “conciencia social” debe ser de izquierda, si no, no tiene conciencia social.  No obstante, un izquierdista normal enmudece si se le pregunta dónde viven mejor los trabajadores, en Corea del Norte o Corea del Sur.  Este consciente social sería más bien un “inconsciente social” porque no ve los terribles dramas que producen sus regímenes ridículamente idealizados.

La producción del pensamiento crítico chileno no ha estado precisamente en organismos controlados por la izquierda o por el Estado.  Es el sector privado quien saca ventaja.  Cuestión de comparar el aporte de las dos principales universidades chilenas, una del Estado -Universidad de Chile- y otra de la Iglesia Católica -Pontificia Universidad Católica de Chile-.  La primera es tildada por la izquierda de pluralista, representativa de la sociedad, no elitista, algo así como la universidad de todos, del pueblo; en cambio, la segunda, de elitista, discriminadora, clasista, la universidad de los momios, fachos y cuicos.  

Durante el siglo XX, en Chile, hubo tres aportes al pensamiento crítico verdaderamente importantes salidos de las universidades: el social cristianismo a mediados de siglo, el Movimiento de Acción Popular Unitaria en los 60 y el gremialismo, también en los 60.  Todos salidos de la Universidad Católica.  Entonces, ¿en qué tipo de organismos se piensa la sociedad?

La superioridad de las universidades privadas también se constata al ver sus ubicaciones en las clasificaciones especializadas.  La clasificación de Quacquarelli Symonds (QS) para 2022 ubicó solo tres universidades estatales dentro de las diez mejores universidades chilenas.  Además, por cuarto año consecutivo, la PUC mantuvo su primer lugar chileno y latinoamericano.  Esto no debería sorprender porque las universidades funcionan como cualquier institución o empresa: las burocracias estatales son menos meritocráticas y competitivas que sus pares privadas.  Nadie cuida, por regla general, más lo ajeno que lo propio, como tampoco le dedica más tiempo y energía.

Este descalabro intelectual de las izquierdas es válido para los otros estamentos educacionales y, por lo mismo, demasiado peligroso porque se trata de la mente de las personas.  Cuestión de mirar nuestra educación: está igual de mal o peor y se le ha aumentado su presupuesto por diez desde la llegada de la izquierda a La Moneda.  Además, el debate siempre gira en torno a aranceles, propiedad de las instituciones educacionales, sueldos, lucro, etc., pero, no entorno a la calidad. 

En resumen, se trata de corregir las fallas del modelo, no de destruirlo y cambiarlo por uno que nunca ha funcionado bien o derechamente nunca ha funcionado.  Cada individuo cumple diversos papeles en la sociedad y no necesita que un Estado coaptado por el populismo zurdo le diga cómo cumplirlos. Las izquierdas encuentran muchos defectos en el modelo de libertad individual.  Básicamente, transformaría a cada individuo en un ente competitivo, “poco solidario” -el concepto de la solidaridad siempre sale a relucir, una especie de botón de pánico-.  Otro caso error zurdo.  La libertad individual no es ni debe ser absoluta.  Es aquí donde tienen que aparecer los valores cívicos, los valores de los ciudadanos íntegros y patriotas: hay ocasiones en que debe primar el bien común o el interés superior de la patria. Combinar todos los intereses es perfectamente posible si se corrigen las fallas aún existentes.  Todo debidamente reglamentado por políticos que trabajen de forma correcta y no pensando en agrandar el Estado para apitutarse ellos mismos o a algún pariente o amigo.  Simplemente, queda absolutamente claro cuál es el mejor modelo en competencia en esta próxima elección.