Materia y espíritu: concepciones del poder

Jaime Oviedo E. | Sección: Historia, Política, Sociedad

En la primera vuelta presidencial y en sus circunstancias previas, han quedado esbozados los estilos de sociedad entre los que tendremos que optar los chilenos al ir una vez más a las urnas este 19 de diciembre.

Por una parte, una concepción cristiana del poder político basada en las enseñanzas de la Sagrada Escritura: “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra.” (Tito 3,1).  

Por otra parte, nos recuerda y advierte el apóstol Pablo señalando: “exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador” (1 Timoteo 2,1-3). 

También tenemos un testimonio de esta misma realidad en la carta a Diogneto, documento que defiende desde la razón histórica los dogmas de la fe cristiana, donde se manifiesta que éstos no solo se habían acostumbrado a servir y obedecer las leyes, sino que satisfacían a todos sus deberes con mayor perfección que las que les exigían las leyes: “los cristianos obedecen las leyes promulgadas y con su género de vida pasan más allá todavía de lo que las leyes mandan”.

Por último, digamos a este respecto que Nuestro Señor Jesucristo es tajante al señalar “así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28). 

En definitiva, en clave creyente, el poder es servicio. En contraste, tenemos una concepción del poder político y la sociedad en que el individuo es subordinado a la totalidad, negándole toda consistencia en sus peculiares propiedades personales únicas e irrepetibles como creatura de Dios, dejando al ser humano bajo la dependencia absoluta de cualquier otro elemento de la vida humana, a la realización de un bienestar material incondicionado como única meta histórica, incluso validando la violencia anarquista si fuere necesario para este logro, por ende, desligada de toda visión antropológica trascendente.

A esta altura de la presente columna, la cuestión está planteada inevitablemente en los siguientes términos: ¿materia o espíritu?

Aquí me inclino por la primera visión, la del espíritu, entendiendo que nuestros hitos históricos más importantes han dado muestras más que evidentes de que la épica requiere sobreponerse a lo tangible y concreto porque ¿cómo podríamos entender de otra forma, por ejemplo, que hace ya casi quinientos años un atrevido capitán español con sus huestes haya ingresado al valle del Mapocho después de haber dominado y vencido el rigor de la sierra peruana, o la hostilidad inmisericorde del desierto más seco del mundo, sumado a esto la contumaz resistencia araucana que los recibió a su llegada?  O que ¿hace ya casi ciento cincuenta años un capitán de corbeta llamado Arturo Prat prefiriera inmolarse él y su dotación marinera en desigual condición logística frente a un enemigo muy superior en recursos guerreros? ¿O lo que implicó la colonización alemana del territorio sur-austral de nuestra república?

En efecto, a este respecto en este momento histórico gravitacional para nuestro provenir, hago mías las palabras del insigne historiador e intelectual chileno don Jaime Eyzaguirre Gutiérrez, quien apuntaba en su obra Hispanoamérica del Dolor, diciéndonos con su sabiduría tan particular y hasta con un cierto aire poético: “Así pasó del caos a la historia. Finis Terrae, el talón del globo. Así, se abrió la flor de Chile, hecha de tempestades marinas y de nieves de cielo; de bravuras araucanas y heroísmos españoles, de imposibles realidades terrenas y de indudables esperanzas divinas. El cruce entre la tierra bella y áspera y el alma de Europa produjo el milagro”.

Con todo lo anterior, en el secreto de la urna y frente a la papeleta tengamos presente lo que hemos sido como nación durante estos ya casi quinientos años de existencia y lo que queremos ser para el porvenir de los nuestros. Temple sobre elementos. Espíritu sobre materia.