¿La dictadura sanitaria ha llegado para quedarse? (II)

Alfonso Hidalgo | Sección: Política, Sociedad

Los principales hechos políticos que llaman la atención

Desde un punto de vista político, también existen diversos aspectos derivados de la situación sanitaria en que nos encontramos (y que expusimos la semana pasada) que conviene tener en cuenta. Para mayor claridad, cuando corresponda se aludirá a los anteriores problemas sanitarios ya mencionados:

1) En primer lugar, el hecho sorprendente que ante la aparición de esta enfermedad, haya existido y además de inmediato, un acuerdo completo y total de los organismos internacionales, de la clase política de prácticamente todos los países, de las autoridades sanitarias nacionales y de los medios de comunicación en su globalidad, para imponer una serie de medidas graves y drásticas a nivel mundial a países enteros: mascarillas, encierros por cuarentenas (aislándose por primera vez a los sanos y no solo a los enfermos), cierre de empresas, prohibición de circulación, vacunación y pases de movilidad, entre otras. Es sorprendente, se insiste, no solo por estar tan de acuerdo tantos países y entidades diferentes al mismo tiempo, sino también porque en cualquier sociedad democrática normal se hubiera producido un arduo y amplio debate a todo nivel, como de hecho ocurre con decisiones mucho menos importantes que la afectan. Sin embargo, hasta ahora no ha sido posible asistir a un auténtico debate científico de posturas diferentes que planteen sus estrategias para enfrentar la actual pandemia y se ha impuesto una verdad oficial y dogmática a este respecto.

2) Un asunto que debe ser tenido muy en cuenta es que la OMS no es, como tiende a creerse de manera preliminar, un organismo supranacional independiente que vela por el bien planetario de manera desinteresada. Muy por el contrario: pese a su origen y relación con el Derecho internacional, en la actualidad la gran mayoría de su presupuesto depende de instituciones privadas ligadas a la salud y también a la industria de las vacunas, y no de los Estados. En consecuencia, no es aventurado pensar que sus mensajes y recomendaciones puedan estar influidos por los intereses de estos donantes, pues sería raro que no exigieran nada a cambio de las ingentes sumas que le proporcionan anualmente. Esta información no es difícil de rastrear y no tenerla en cuenta es un grave error. De hecho, es muy llamativo que muchas de las medidas de protocolo para el tratamiento del Covid inicialmente establecidas por la OMS estuvieran equivocadas, según se ha comprobado más tarde, como el uso de los respiradores en varios casos, la no utilización de antiinflamatorios o al revés, la prescripción de paracetamol. O también que esta organización inste tanto a la vacunación universal (y no a otros tratamientos previos que ayuden a los realmente enfermos), al existir un evidente conflicto de interés con algunos de sus donantes.

3) Particularmente llamativa ha sido la actitud de los principales medios de comunicación. En primer lugar, porque en vez de calmar a la población a fin de permitir una mejor toma de decisiones ante el problema que nos aqueja, han incentivado el miedo e incluso el terror, presentando un panorama apocalíptico que no se ha dado ni de lejos en la práctica. En este sentido, puede muy bien hablarse de dos realidades paralelas: por una parte, la que presenta sobre todo la televisión y por otro, la que estamos viviendo todos los días. En segundo lugar, porque no han permitido que se lleven a cabo debates abiertos respecto de la enfermedad y los modos de enfrentarla, presentando sólo la versión oficial a su respecto, que apunta a la vacunación universal, pese a ser “voluntaria”. Y en tercer lugar, porque hay muchas informaciones más que verosímiles, presentadas por varios medios alternativos –como las mencionadas en el apartado anterior–, que no son abordadas por los tradicionales en absoluto y las veces en que ello ocurre, son generalmente ridiculizadas, tildadas de fake news o de “teorías de la conspiración”.

4) A lo anterior debe sumarse la censura sin precedentes y absolutamente inaceptable que están recibiendo todas las voces que discrepan del discurso oficial. A tal punto ha llegado lo anterior, que las principales redes sociales han eliminado sin misericordia y de un modo totalmente arbitrario cualquier información divergente, todo lo cual es propio de sociedades totalitarias. Incluso en el ámbito científico, han sido acalladas todas las voces –algunas de primerísimo nivel– que transmiten un discurso diferente al hegemónico. Con todo, aun es posible encontrar en algunas redes sociales la información que se ha dado en el epígrafe anterior. De hecho, ante todas las inconsistencias antes mencionadas, se impone como un deber moral al menos echar un vistazo a dicha información y no quedarse con la que transmiten de forma monopólica los medios oficiales, en atención a las múltiples contradicciones que presenta.

5) Sin embargo y pese a la inaceptable censura aludida, al día de hoy existe una auténtica avalancha de información que circula en diversas redes sociales y que está al alcance de quien quiera buscarla, que denuncia todo tipo de secuelas graves e incluso muertes de personas vacunadas. Lo anterior, junto a la proliferación de datos muy variados que muestran las inconsistencias, absurdos, irregularidades y abusos que se están cometiendo con motivo de la actual pandemia. Nada o casi nada de lo cual aparece curiosamente en los medios masivos de comunicación. Tanto material no puede ser casualidad ni tampoco fruto de una conspiración. Además, en muchísimos casos quienes revelan esta información no sólo no están ganando nada con ello, sino que asumen un gran riesgo (como perder sus empleos), lo cual acrecienta su verosimilitud. De hecho, mientras más “mala” es la calidad del video o audio en cuestión, más razones hay para pensar en su autenticidad e improvisación, a diferencia de lo que ocurre con los programas editados que presentan los ya aludidos medios oficiales y hegemónicos de comunicación.

6) Ahora bien, desde el punto de vista del poder, generar pánico y confusión es una muy buena estrategia para distraer a la población de otros problemas y también para obtener la obediencia más absoluta. Y si se apela además a aspectos tan preciados como la salud y la vida –y no a las ideologías, que ya no significan nada para vastos sectores de la población–, el nivel de chantaje por parte de la autoridad puede acabar siendo intolerable. En particular lo anterior resulta más peligroso si se apela a la existencia de un enemigo invisible para casi todas las personas, como lo es un patógeno.

7) Curiosamente, luego de esta situación presentada como catastrófica y que tiene aterrorizada y confundida a la ciudadanía, es la propia autoridad la que casi por arte de magia ofrece la solución a dicho problema: las vacunas (y no otras maneras de enfrentar esta situación según se ha señalado más arriba), quedando así no sólo como la salvadora universal de la humanidad, sino también todos en deuda con ella. Sin embargo, todo tiene un costo, y como ocurre siempre en política, se saca provecho de cualquier cosa para obtener una ventaja o acrecentar el poder, según queda de manifiesto en los puntos que siguen.

8) Debe recordarse que en un principio, se señaló que las medidas –particularmente los encierros– durarían unas pocas semanas, hasta que se lograra controlar la situación. Sin embargo, de esas pocas semanas hemos llegado a los dos años, y todo indica que esta “nueva normalidad” nos seguirá acompañando por un buen tiempo o más aún, que ha llegado para quedarse. 

9) Incluso se nos prometió que con la vacunación (que en un principio se pretendía sólo para una parte de la población, en particular la más vulnerable a fin de obtener la llamada “inmunidad de rebaño”) recuperaríamos nuestras libertades, lo que claramente no ha ocurrido o se ha dado en un nivel muy bajo, y siempre sometido además a nuevas y crecientes exigencias de la autoridad. Más aún: al tratarse de una vacuna que según se nos dice, no protege completamente contra la enfermedad ni impide los contagios e incluso las muertes –en teoría, solo las disminuye–, aún seguimos obligados a usar las mascarillas, a los aforos, al distanciamiento social y un largo etcétera. 

10) En consecuencia, salvo suponer que los contagios y muertes hubieran sido mayores sin dichas vacunas, resulta difícil comprender su utilidad, salvo para recuperar algunas de las libertades anteriormente perdidas con motivo de la pandemia (y que para muchos ha sido la razón fundamental para inyectarse), libertades que según se ha dicho, siguen en vilo, al estar convirtiéndose estas inoculaciones en su requisito permanente y fundamental. Así las cosas, cuesta cada vez más saber si las vacunas se imponen por motivos sanitarios o para controlar a la población. Por tanto, no es difícil ver aquí que la autoridad ha encontrado una forma ideal para ir presionando y restringiendo de manera creciente los derechos de la ciudadanía, pues mientras más cede esta última, más se la constriñe.

11) Además, estas restricciones son adoptadas por regla muy general por la autoridad administrativa, no por vía del legislador, contradiciendo o violando abiertamente garantías fundamentales, sean de tipo constitucional o también internacional. Se da así el absurdo que mediante normas y órdenes de baja jerarquía al interior de un ordenamiento jurídico, como son las que emanan del poder ejecutivo, se conculcan de manera muy fácil derechos que se supone gozan de una bastante mayor protección dentro de un país e incluso algunos que no pueden ser vulnerados ni siquiera en circunstancias excepcionales. A lo cual se ha sumado en muchos casos el papel más que decepcionante de la judicatura, que no ha protegido a la ciudadanía ante estos vejámenes.

12) Pero, si como se comentaba más arriba, es cierto que en algunos países hay más enfermos de Covid vacunados que no vacunados e incluso muertos, desde un punto de vista sanitario, resultaría aún más difícil justificar la imposición forzosa de estas soluciones experimentales, salvo como un método de control social, como de hecho se están utilizando, al ser el requisito impuesto para poder ejercer un conjunto cada vez mayor de derechos fundamentales.

13) Por lo mismo, si los vacunado siguen enfermándose y contagiando –aunque se asegure que menos que los no vacunados–, desde un punto de vista sanitario tampoco tiene mucho sentido la imposición del pase verde –salvo nuevamente por razones de control social–, pues el peligro para la ciudadanía no cambia radicalmente por el hecho de estar o no vacunada. El “pase verde” no otorga así, casi seguridad sanitaria alguna.

14) Sólo esto pareciera explicar que pese a decir constantemente que la vacuna es “voluntaria”, ya hace rato haya perdido ese carácter, habiendo pasado a ser en el fondo obligatoria, dadas las múltiples e ilegítimas presiones de todo tipo que existen para imponerla. Ello, pese a que nadie se hace responsable por sus efectos, y el único “irresponsable” por no inocularse sería quien la rechaza. Lo mismo explica que el plan sea seguir sometiendo a la población a sucesivas y permanentes vacunaciones.

15) Por otro lado y desde una perspectiva más general, todo lo dicho nos hace pensar que todas estas medidas terminarán siendo peores que la enfermedad, entre otras cosas, tanto por los restantes problemas de salud que han quedado excluidos o postergados por la emergencia Covid (pese a ser muchos de ellos bastante más graves que la actual pandemia), como por razones económicas, al producirse un daño sistémico a la producción y al comercio en general a nivel global, que resulta aún difícil de calibrar, pero que sin duda alguna vaticina una grave crisis económica mundial. Todo lo cual va a producir muchos más problemas e incluso muertes de las que se han querido evitar con las medidas sanitarias adoptadas. 

16) Pero además, la situación que estamos viviendo está generando, tal como se señalaba también más arriba, una sociedad dividida entre vacunados y no vacunados, o lo que es lo mismo, por un lado entre “privilegiados” premunidos de un “pase verde” –y por tanto completamente sometidos a los decretos de la autoridad, sea voluntariamente o por la fuerza– y por otro los “desposeídos”, que no están dispuestos a seguir todos sus dictámenes, pasando a ser así ciudadanos de segunda y objeto de todo tipo de discriminaciones, pese a que se señale permanentemente que el Estado no obliga a nadie. Esta merma de derechos humanos fundamentales para toda la población resulta intolerable, pues en teoría, varios de ellos no podrían limitarse ni siquiera en situaciones excepcionales.

17) Sin embargo el asunto llega más lejos, puesto que respecto de los “desposeídos”, en ciertos países como Australia, se está llegando a situaciones que francamente pueden catalogarse de genocidas. En efecto, si en ausencia del “pase verde” en algunos casos no es posible trabajar o comprar alimentos, en el fondo se está condenando a muerte a quienes han tomado el camino de no inocularse con una solución experimental y desconocida. Lo cual no puede resultar más contradictorio con el supuesto afán de la autoridad de terminar con la pandemia y salvar vidas. En consecuencia, si con poca probabilidad no se muere por Covid (y en varios casos, teóricamente debido a las vacunas), se podría morir con mucho mayor frecuencia debido a la pérdida de derechos por no inocularse “voluntariamente”. Y para colmo, el único responsable por posibles efectos adversos de las vacunas es el propio inoculado, según se ha dicho. En suma, si en el fondo se lo hace responsable por una conducta impuesta y en caso de no llevarla a cabo es condenado al más radical ostracismo, ¿se puede seguir creyendo a estas alturas que todo lo que se hace es por nuestro propio bien? Pocas veces se ha visto una práctica más totalitaria que esta. 

18) Ahora, una cosa que debe quedar absolutamente clara es que resultará tremendamente difícil que la autoridad “suelte” de buen grado este poder que ha adquirido sobre la ciudadanía. No solo por las innegables ventajas que tiene desde su perspectiva, sino además, por lo fácil que le es imponer nuevas y sucesivas restricciones, fundándose en otro problema “sanitario” –dado que se trata de un enemigo invisible–, que con la ayuda de los medios de comunicación oficiales, vuelva a despertar el terror en nuestras sociedades, ante lo cual la propia autoridad llegará más tarde con la solución, a costa de más y más derechos fundamentales, y así sucesivamente. La campaña del terror se podría volver de este modo constante, colocando a la humanidad permanentemente frente al despeñadero, a menos que se haga lo que la autoridad manda, siempre a costa de sus derechos. 

19) Se ha encontrado así la excusa perfecta para implantar una dictadura sanitaria permanente: el miedo impulsado por factores de salud y eventualmente a la muerte. De esta manera, al ser una realidad que el gran común de las personas no puede comprobar, y que por lo mismo sólo resulta accesible a ciertos especialistas, la posibilidad de generar una paranoia sanitaria está al alcance de la mano, amplificada por los medios de comunicación, máxime si se ponen de acuerdo y se silencia cualquier voz disidente. De hecho, ya la OMS está anunciando el curioso y conveniente “descubrimiento” de una nueva enfermedad: el “virus Marburg”, proveniente de África, adelantándonos que podrían volver a tomarse las mismas medidas adoptadas con motivo del Covid. E incluso y aunque cueste creerlo, cada vez salen a la luz más noticias oficiales que apuntan a controlar a la población y volver a los encierros, a fin de proteger al planeta del “cambio climático”.

20) Debe recordarse que si existe hoy un sector de la sociedad desprestigiado, es la clase política. No sólo porque salvo muy honrosas excepciones, su actuación muestra permanentemente que su principal preocupación es mantener y aumentar sus cuotas de poder, importándoles bastante poco la suerte de los gobernados, sino también porque día a día se descubren en todas partes más y más casos de corrupción que se expande de forma constante, afectando a prácticamente todas las autoridades y otros sectores de la población (políticos, jueces, muchos empresarios, buena parte de la industria de la salud, etc.). En consecuencia, ante esta lamentable realidad que se nos enrostra todos los días, ¿por qué pensar ahora que las medidas político-sanitarias adoptadas por los gobernantes sólo han sido decididas por nuestro propio bien? ¿Es que en esta ocasión la clase política sí está realmente preocupada por la suerte de los ciudadanos? Si todo puede ser utilizado y de hecho se utiliza con fines políticos, ¿por qué la actual situación sanitaria debiera ser la excepción? En realidad, es la excusa perfecta para mantener a la población secuestrada, en teoría por su propio bien.

21) Pero además, resulta muy llamativo que la ciudadanía se lo crea a pies juntillas. Sencillamente las cosas no cuadran, y nuestra candidez no puede ser tan patética. Es por ello que lo anterior no resulta explicable sino por la campaña de terror sin precedentes que se ha generado y una feroz represión de cualquier voz disidente. Esta es tal vez la mayor prueba de la peligrosa deriva totalitaria en que estamos inmersos y que es preciso detener mientras sea posible.

22) Nos encontramos así frente a un momento crucial de la historia humana. Puesto que las piezas no cuadran y hay poderosas razones para sospechar de los inaceptables réditos políticos que se pretenden obtener a costa de nuestros derechos y libertades, o nos damos cuenta de lo anterior, o podríamos sucumbir ante la imposición de un Estado totalitario en un principio de tipo soft, pero que cada día muestra más claramente sus garras al ir consolidando su poder. De nosotros depende reaccionar, pues resulta claro que nadie vendrá a salvarnos y que la libertad, si no se defiende, se pierde.

Corolario

La verdad es que resultaba muy difícil prever que en cierto momento podía afectarnos una enfermedad que iba a cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y al parecer para algunos, de manera permanente. Y que la autoridad iba a tomar esto como excusa para imponer una serie de restricciones totalitarias, antes inimaginables, a nuestras libertades más elementales. Evidentemente todo indica que se intentará sacar el máximo provecho a esta cómoda forma de control. 

Sin embargo, puede concluirse luego de todo lo señalado hasta aquí, que las piezas de este complejo rompecabezas no calzan y que existen demasiados cabos sueltos.

De esta manera, estimamos que el miedo a perder la salud o experimentar la muerte se está transformando en una nueva forma de dominación, ante la cual aterrorizada, la población está dispuesta a hacer y a conceder cualquier cosa. Una salud que sin embargo nunca llega, pues siempre aparecen nuevos peligros cada vez más aterradores –como las nuevas variantes–, para cuyo combate, curiosamente, siempre la autoridad tiene la solución –las vacunas–, a costa de más y más libertades. El juego parece así bastante claro y no se ven razones para ponerle fin. En este sentido, puede hablarse muy bien de un eficaz mecanismo de domesticación de nuestras sociedades.

A lo anterior se añade una notable falta de espíritu crítico por parte de la ciudadanía, dispuesta por regla general a aceptar sin cuestionar todo lo que mande la autoridad sanitaria. Por alguna razón que no se logra entender, la mayoría de los gobernados ni siquiera está dispuesto a plantearse la posibilidad de una intención oculta en todo este proceso, otorgándole a la autoridad una bondad e infalibilidad difíciles de creer, que contrastan, curiosamente, con el constante descontento y crítica mostrados hacia ella a diario por situaciones de todo tipo, muchas de ellas bastante menos graves que la actual.

También es necesario recalcar que en esta oportunidad parece existir una férrea coordinación internacional para la sustracción de libertades, siendo los gobiernos nacionales simples ejecutores para su implementación. Y esto no es ninguna teoría de la conspiración, sino simplemente la constatación de la paulatina pérdida de soberanía que están sufriendo nuestros países, quienes dependen de manera creciente de decisiones tomadas por diversos organismos internacionales que no controlan y que no han sido elegidos por la ciudadanía. En el presente caso, tanto el anuncio de la enfermedad, los protocolos para combatirla (muchos completamente errados, dicho sea de paso), la promoción de las vacunas y de las demás medidas sanitarias y un largo etcétera, vienen dictadas desde fuera de los Estados. Podríamos estar así ante los inicios de una dictadura planetaria, en que los gobernantes pasan a ser sus servidores y por tanto, enemigos de los ciudadanos.

Y tal vez la principal dificultad para reconocer este hecho a nuestro juicio evidente, es la incapacidad para muchos de creer que la autoridad pueda llegar tan lejos. Sencillamente, no pueden aceptarlo. Sin embargo, si se ha ido expandiendo una corrupción planetaria sin precedentes, ¿qué impide que se pueda caer en una práctica como la que estamos enunciando?

Es por eso que tal vez los problemas más graves sean aquellos que no se perciben a simple vista –o peor, que no se quieran ver– razón por la cual nos atacan por sorpresa. De esta manera, a nuestro juicio resulta indudable el grosero aprovechamiento político sin precedentes que se ha hecho de esta crisis sanitaria, de haberla. Ello, pues como se ha dicho, las piezas no calzan. Con la agravante que la situación se va haciendo cada vez más asfixiante, más prepotente y más despiadada. Parece así que para sus promotores, la dictadura sanitaria ha llegado para quedarse.