Treinta

Adolfo Ibáñez SM. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Mucho se habla de los 30 años, desde 1990 hasta hoy. La derecha y restos de la ex-Concertación los definen como los mejores de nuestra historia según ingreso per capita, movilidad ascendente, disminución de la pobreza, etc. La izquierda los condena moralmente porque continuaron el modelo de la “dictadura”, desechando los cambios revolucionarios.

Recapitulando: la Concertación nació como una coalición electoral para derrotar a Pinochet, en 1988. La presidencial de 1989 la consolidó como una exitosa coalición electoral. Pero entre tanto, la caída del Muro de Berlín y de los socialismos reales liquidó los planteamientos concertacionistas tradicionales. Y el marco institucional los obligaba a negociar con la derecha y también a tranquilizar a los socialistas más duros. La bonanza económica de los noventa disimuló su contradicción: amantes del socialismo, pero continuadores de la “dictadura”. Este conflicto soterrado se tradujo en clientelismo, no en mística, mientras la derecha pervivió custodiando el “modelo”. Se soslayaron los pedestres y cotidianos ajustes a las políticas, para privilegiar los índices macroeconómicos: necesarios, pero sin alma.

La crisis asiática de 1998 la afectó y alentó presiones sectoriales que debilitaron la conducción del país: comenzaron a menudear paros y huelgas. Pero nunca se superó aquella crisis. Solo vivimos el alza inusitada y prolongada del precio del cobre, lo que permitió tapar los hoyos políticos y administrativos con plata (Transantiago, el principal), y generar una sensación de riqueza desconocida en el país. El impulso propio disminuyó desde entonces: bajaron los índices y se envejecieron las políticas de pensiones, educacional y muchas otras: volvimos al camino del subdesarrollo.

Bachelet y Piñera mostraron lo peor del arco político en el momento crítico: cuando la baja del cobre nos enfrentó a la realidad de nuestra pobreza y falta de mística. La izquierda insistió en tapar este vacío con izquierdismo extremo, volviendo a los sesenta. Y Piñera, el súper “yo”, abrazado a los índices macro en vez de realidades concretas, con una derecha acomplejada y confundida. De aquí que hoy los chilenos no encuentren motivos para sostener el enorme esfuerzo personal y colectivo que requiere el abrir futuro: escuchan a algunos políticos que hablan de reformas (artilugios) y también a otros que respaldan la violencia (destrucción). Pero lo que se necesita es la fuerza y la convicción del espíritu.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el lunes 11 de octubre de 2021.