San Vicente Ferrer: vocación, vida y obra (I)

Carlos A. Casanova | Sección: Historia, Religión, Sociedad

Es uno de los santos más grandes de la historia. Dios le reveló que haría uso de él como el enviado o ángel a que se refiere Apocalipsis 14,6-7: “Vi otro ángel que volaba por medio del cielo y tenía un evangelio eterno para pregonarlo a los moradores de la tierra y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a grandes voces: Temed a Dios y dadle gloria, porque llegó la hora de su juicio, y adorad al que ha hecho el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” El milenio había comenzado con Constantino y acabaría al desgastarse la predicación de santo Domingo y san Francisco. Entonces se iniciaría el tiempo del anti-cristo y se desataría el tiempo final. Desde que recibió esta revelación en Aviñón, en 1398 ó 1399, no cesó en su predicación, llamando a todos a convertirse. Le tocó vivir en el tiempo del Cisma de Occidente y juzgó que Benedicto XIII era el verdadero Papa. Por eso recorrió todas las zonas que se hallaban bajo su obediencia: el Norte de Italia, Suiza (Friburgo), buena parte de Francia, Castilla (con Extremadura y Murcia), Aragón (incluida Mallorca) y hasta las tierras de moros. Por su predicación, las masas volvieron a vivir la Fe en Jesucristo e hicieron dura penitencia, retrasando como Nínive la hora del castigo. Por su predicación, también, muchos miles de judíos y de moros abrazaron la Fe en Jesucristo, cumpliendo así una de las señales de los últimos tiempos. Realizó, además, por designio de la Providencia, dos obras hercúleas que marcaron hondamente los siglos sucesivos: puso las bases para la unión de los reinos de Castilla y Aragón, y puso las bases para que acabara el Cisma de Occidente por un camino que él no podía haber sospechado.

1. Juventud

Nació Vicente Ferrer en Valencia en 1350. En su juventud recibió una educación excelente de los dominicos valencianos, de Lérida, de Barcelona y de Tolosa. Desde los 24 años ya dio claras muestras de poseer el don profético y de curar. Hay numerosos testimonios contemporáneos de ambos dones, y del profético aún hoy se encuentran pruebas inéditas en los archivos. Así, por ejemplo, al papa Calixto III, Alfonso de Borja, le predijo cuando era un niño que llegaría a ser Papa y que lo canonizaría. El profesor Miguel Navarro Sorní, de la Facultad Vicente Ferrer de Valencia recientemente encontró un manuscrito en el Archivo di Stato de Milán, que data de 1455 y recoge el testimonio del propio Papa Calixto III. (1)

Muy pronto se destacó por su gran ciencia y sabiduría, y también por sus virtudes. El legado de Clemente VII, uno de los dos Papas del Cisma, a quien obedecía el Rey de Aragón, lo eligió como un apoyo de su misión en España. Era Pedro de Luna, con quien inició así una larga amistad. Los notables de Valencia confiaban mucho en él. Por esto pudo poner término a una vieja controversia entre los regulares y los seculares, en relación con la predicación y la administración de los sacramentos, dejando a todos satisfechos (2).

En 1390 predicó en Valladolid y lo escuchó un famoso rabino, Selomoh Ha Levy. Éste, “al salir de un sermón del Pentateuco confesó […] que era la primera vez que la ley de Moisés se le había presentado en toda su claridad”. Se convirtió y tomó el nombre de Pablo de Santa María. En febrero de 1390 se encontraban las relaciones entre judíos y cristianos en su máxima tirantez, en España. Había habido varios asaltos contra las juderías de Castilla, instigados por un cura de nombre Hernán Martínez que actuaba contra las indicaciones de las autoridades civiles y eclesiásticas. Se temía un evento semejante en Valencia. El rey Juan de Aragón pidió que se vigilara la judería para evitar cualquier desmán. Pero cincuenta niños entraron en la judería con banderas diciendo que venía el Arzobispo de Sevilla a bautizarlos. Los judíos entraron en pánico y cerraron las puertas. Los niños comenzaron a gritar, pidiendo auxilio. Y así fue como se reunió una gran turba, entre la que cundió el rumor de que estaban degollando a los muchachos. El Duque de Montblanch pidió a los judíos que abrieran las puertas para que salieran los niños, y vieran todos que estaban sanos y salvos, pero los judíos no entendieron y se atrincheraron dentro con más porfía. Se mostró el cuerpo de un cristiano muerto y el dedo cortado de otro, y en ese momento el Duque perdió control sobre la turba. El barrio fue invadido y cien judíos fueron asesinados. Muchos se escondieron en las iglesias. De ellas fue a sacarlos san Vicente, con la ayuda de cristianos avergonzados, brindándoles su protección y llamándolos también a convertirse. Ese día se bautizaron 7.000 judíos. Debe decirse que todos ellos estaban agradecidos de la protección que les dio san Vicente, y que formaron la Cofradía de “los Neófitos convertidos por San Vicente Ferrer”, que donó 200 florines a los Dominicos en 1403, para la celebración de su Capítulo General. (3)

2. Confesor y partidario de Benedicto XIII. Visión celestial y primera gira apostólica

Poco a poco, san Vicente fue cobrando renombre universal. La reina de Aragón le tenía gran respeto. Pero después pasó a la Corte de Aviñón como uno de los que apoyaban al Papa Benedicto XIII, Pedro de Luna, sucesor de Clemente VII. Es éste uno de los misterios de la Providencia. Como se sabe, santa Catalina apoyó al Papa romano, de 1378 a 1380, cuando murió ella. Raimundo de Capua siempre apoyó al mismo Papa. Del lado de Aviñón se encontraban san Vicente Ferrer y santa Coleta. Después de haber estudiado y meditado esto, me parece que la Providencia permitió que estos dos últimos santos se equivocaran en lo concerniente a quién era el Papa legítimo, con el designio de castigar los pecados de los romanos, pero también de poner fin al Gran Cisma, cuando resultara oportuno. En efecto, el apoyo dado por san Vicente y santa Coleta al Emperador y al Concilio de Constanza inclinaron la balanza en ese sentido.

Fue san Vicente a Aviñón en 1395 y, como confesor del Papa Benedicto XIII, le aconsejó que renunciara al papado para conseguir la unidad de la Iglesia. Pero Pedro de Luna siempre se negó con una u otra excusa, y hasta mucho más tarde siempre consiguió medios políticos para hacer sustentable su posición. En ese contexto cayó enfermo fray Vicente y todo indicaba que se moría. Pero el 13 de octubre de 1398 se curó milagrosamente, después de haber recibido de lo Alto una visión celestial. Esta visión es la que marca toda su vida posterior y le da sentido a la totalidad de su existencia en la tierra: se le aparecieron san Francisco y santo Domingo, de rodillas, y éstos pedían a Dios que lo sanara. A sus ruegos baja Cristo y le toca familiarmente la mejilla y le da la misión de ir a predicar por el mundo, diciéndole que esperará los resultados de esta predicación antes de la venida del Anticristo (4). En otros relatos, Jesucristo estaba por destruir el mundo y tenía apuntadas tres lanzas contra él, si el mundo no se convertía. Por eso lo envió a él, a Vicente, como “embajador del lado de Cristo”.

A partir de este momento comenzó la predicación de san Vicente. Se despidió del Papa Benedicto XIII, quien le dio plenos poderes para predicar y absolver en todos los territorios sometidos a su obediencia. Esto, como ya dije, marcó las zonas a las que dirigió sus pasos. Teniendo tal licencia de la autoridad suprema de la Iglesia (a su juicio) no necesitaba ninguna otra: inició su misión, tras haber rechazado la dignidad episcopal en la diócesis de Valencia (5). Pero igual escribió unos años más tarde una carta al General de los Dominicos para explicarle cómo su misión estaba en línea con el espíritu de la Orden.

Comenzó por Provenza; siguió por las provincias Alpinas, la Lombardía. Aquí se enfrentó con las sectas maniqueas del “Santo Oriente”, Valdenses y Cátaros, que habían asesinado antes a Pedro Mártir y amenazaban a todos los demás predicadores. Allí, por la gracia de Dios, que confirmaba sus palabras con milagros, obtuvo grandes conversiones, incluida la de un obispo herético. Siguió después hacia Saboya, y llegó a Ginebra y a la diócesis de Lausana. Uno de los prodigios obrados en esta odisea predicadora fue que todos (alemanes, ginebrinos, provenzales, italianos) comprendían lo que decía el Maestro Vicente, aunque él hablaba en catalán. De esto hay innumerables testimonios contemporáneos, mal que les pese a autores que, siguiendo los prejuicios de su mala filosofía en lugar de los testimonios históricos, atribuyen esos milagros al “mito” que sucedió al “Vicente histórico”.

Durante este viaje, en Alba Mañana (hoy Alejandría), un joven sienés escuchó a san Vicente y, al volver a Siena, tomó el hábito de los Hermanos Menores: Bernardino de Siena. Estuvo también san Vicente en Alba Pompeya. Allí lo escuchó Margarita de Saboya quien, al enviudar en 1419, tuvo una visión de su antiguo maestro (que acababa de morir) que la llevó a tomar el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo. A pesar de tener poderosos pretendientes, decidió vivir su voto de castidad, fundó un Convento dedicado a Santa Magdalena y es hoy venerada como santa. El padre de Margarita, movido por la misma predicación, proscribió los nombres de gibelino y güelfo y devolvió la paz a Saboya. San Vicente ejerció el mismo efecto pacificador en el Piamonte.

Sabemos que tras Saboya y el Piamonte fue san Vicente a Suiza, y llegó a Friburgo. Después fue a Lyon, a solicitud del maestro Juan Gontel. Por cierto que ya se le había unido Juan Placentis, que documentó mucho de lo que sabemos de las peregrinaciones apostólicas del Maestro Vicente. Una de las características de las dichas peregrinaciones es que al santo lo acompañaba un enorme séquito de hombres y mujeres entregados a la penitencia. Entre ellos estaban los disciplinantes, tan incomprendidos ya por Gerson y por la gran mayoría de nuestros intelectuales contemporáneos, que no pueden entender lo que decía san Pablo: “cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia”, ni tampoco el reato de pena que pesa sobre nosotros aún después de obtener el perdón de Dios. En Lyon, un soldado impenitente se unió a esta procesión disciplinante.

Después de Lyon pasó por varios otros lugares, pero no bien determinados. Hay noticia cierta de que en 1408 visita Galicia, Santiago de Compostela y La Coruña. Se dice que después de esto visitó el reino de Granada, por la curiosidad que sentía el propio rey, que murió el 11 de mayo de 1408. Según los dominicos de Calatayud, fueron 7.000 los moros convertidos por la predicación de san Vicente en esta visita. De allí partió para Jaén, Baeza, Sevilla, Córdoba, que ya estaban en poder de los cristianos. En la Catedral de Sevilla y en los Anales de Sevilla quedó constancia de la visita de san Vicente, que dio por resultado la fundación de la Cofradía del Buen Ladrón.

De Córdoba subió a Toledo. Se dirigió allí a la sinagoga y exhortó a los judíos a convertirse. La mayoría de éstos efectivamente se convirtieron e hicieron cesión voluntaria de su sinagoga, que se convirtió en la iglesia de Santa María la Blanca. De aquí pasó a Lupiana, donde, impresionado por la predicación del Maestro, un judío converso y muy docto maestro entre los israelitas tomó el hábito dominico y el nombre de Pedro de Madrid, con el que ejerció celosamente el oficio de predicador, habiendo heredado el espíritu del Maestro.

3. Concilio de Perpiñán y continuación de gira apostólica por España

Pasó después por diversas ciudades hasta llegar a Burgos. Visitó Guipúzcoa y allí ejerció admirablemente el don de lenguas, pues todos lo entendían, aunque el pueblo hablaba euskera y el predicador catalán. Fue entonces cuando se dieron el Concilio de Pisa, donde, con intento de poner fin al cisma, se eligió un tercer Papa; y el de Perpiñán, convocado por Benedicto XIII. Allí se dirigió Vicente. De allí fue enviado Bonifacio Ferrer, su hermano, como plenipotenciario a Pisa. El proyecto del santo era claramente la convocatoria de un Concilio general para poner fin al cisma. Aunque en Perpiñán se reconoció a Bonifacio XIII como verdadero Papa, se le suplicó “que promoviera eficazmente la unión de la Iglesia por la vía de la renuncia, debiendo preferirse esta vía a las otras, sin excluir ninguna” (6). Esto expresa perfectamente la posición del santo, que buscaba la unidad de la Iglesia y que, entretanto, lo empujaba a ocuparse de las almas por medio de la predicación.

Hay evidencia documental de que, tras pasar por Perpiñán, san Vicente fue a Montpellier en noviembre de 1408, y a Nimes. De allí pasó a Cataluña, llamado por el rey Martín de Aragón. Pasó por Elna, donde resolvió un conflicto sobre los impuestos pagaderos al Papa. Siguió a Collioure, donde promovió la vocación de Pedro Queralt, venerado como santo. De allí, a Gerona, donde una inscripción en una escalera de granito da testimonio de la eficacia de la predicación de san Vicente, del número de sus auditores e incluso del tema que tocó. Siguió hacia Vichy, donde alcanzó la reconciliación de los enemigos mortales, y al pie de su púlpito se abrazaron los jefes de partidos y se perdonaron solemnemente.

Después de algunos rodeos, fue san Vicente a Barcelona. De allí partió a Manresa y Lérida. En esta época murió en Cerdeña Martín El Joven, el heredero del rey de Aragón, que se hallaba viejo y enfermo. Volvió san Vicente a Barcelona y la encontró afligida por la peste. Compuso una hermosa oración y la recitó con el pueblo. Una vez que éste fue excitado al arrepentimiento, fue liberada la ciudad del azote que la afligía.

Poco después volvió san Vicente a Valencia, pasando por Tortosa. Allí puso en movimiento el Colegio de los Niños huérfanos, que, con varias transformaciones subsistía aún en el tiempo de Fagès; y la Universidad de Valencia, que aún subsiste. En esta ocasión supo de dos judíos condenados por el crimen de matar a sendos niños cristianos. Los judíos escucharon su predicación y pidieron el bautismo. La Ciudad les concedió el indulto y vivieron después como perfectos cristianos. También apaciguó las contiendas civiles.

4. Influencia sobre las ordenanzas de Valladolid

Desde Valencia se fue a Orihuela y Murcia. De allí pasó a Castilla. Primero, Toledo, después Ocaña y Valladolid, y finalmente a Ayllón, donde estaba la Corte de Juan II, con su madre y su tío, Fernando de Antequera. Es indudable que tuvo mucha influencia san Vicente sobre las leyes que ordenaron la separación entre judíos y cristianos. Algunos lectores modernos, incurriendo en franco anacronismo, achacan a “antisemitismo” estas medidas. La verdad es que el descubrimiento del Talmud en el siglo XIII había destruido la imagen que el pueblo cristiano tuvo hasta entonces de los judíos, como “Pueblo del Antiguo Testamento”. Se cayó en la cuenta de que la Biblia no era ya la fuente escrita de la religiosidad judía. Se había experimentado, además, los efectos de la nueva religiosidad de la Cábala, que en algunas versiones celebraba extraños sacrificios humanos, como los que ha documentado Ariel Toaff (7). El pueblo cristiano experimentaba la profunda hostilidad de esta minoría, que se las arreglaba con su gran habilidad financiera y con otros saberes, para recaudar los impuestos y encargarse de las finanzas de príncipes y nobles cristianos. No era la usura el flagelo más inocuo que blandía esa mano. Por supuesto que buena parte del pueblo judío ignoraría muchas de estas prácticas, si bien todo el pueblo, sin duda, participaba de los sentimientos de hostilidad de sus líderes. Todo esto es explicado por Vicente Beltrán de Heredia: los documentos de la época reflejan las constantes quejas de los cristianos oprimidos, y el orgullo de los judíos que sostenían que “la profecía de Jacob, ‘Non auferetur sceptrum de Juda’, se verifica en España, donde ellos tenían el cetro del dominio y del gobierno” (8). En cuanto a la opresión de los cristianos, veamos algunos ejemplos: “Estos se quejan de ‘la gran soltura e poderío que era dado a los enemigos de la fe, especialmente a los judíos’ en Castilla, en el real palacio y en las casas de los nobles y caballeros, encomendándoles los oficios más lucrativos y los cargos más honrosos, desde los cuales esclavizaban a los cristianos, exigiendo de ellos que les hiciesen reverencia y acatasen sus mandatos, de suerte ‘que todos estaban captivos e sujeptos e asombrados de los judíos’” (9). Y en nota da las fuentes: “Cf. Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla, ed. de la Academia de la Historia. Las quejas en ellas contra las medidas abusivas de los judíos en la recaudación de las alcabalas son continuas Citemos por ejemplo las Cortes de Burgos en 1367, núm. 9 y 11; las de Toro de 1371, núm. 2 ; las de Burgos de 1377, núm. 1; las de Soria de 1380, núm. 21, etc.” (10). El fin de estas leyes era precisamente impedir que los judíos hicieran daño a los cristianos; consolidar la fe de los conversos; y proteger de violencias a los judíos. Por supuesto, aunque san Vicente inspiró a la reina Catalina y al Regente Fernando a escribir estas leyes, como dice la Crónica, sin embargo, no las escribió él mismo. Contrariamente a lo que sostienen ciertos autores que adulan al poder, san Vicente logró conversiones masivas por medios pacíficos, precisamente al ponerse como valladar contra las violencias del pueblo o al hacer grandes milagros delante de la multitud judía; y logró conversiones selectivas por medio de la predicación de la verdadera doctrina, como fueron los casos de Pablo de Santa María, de Jerónimo de Santa Fe, de Pedro de Madrid y (a través de estos doctores judíos) de muchos otros. En el libro Juchasin se dice que por su predicación se convirtieron 200.000 judíos, lo cual es una exageración. En realidad, según Fagès, convirtió en España solamente unos 70.000.

La próxima semana hablaremos, entre otras cosas, de la intervención de san Vicente en el Compromiso de Caspe y en el fin del Cisma de Occidente.

Notas:

(1) Cfr.  http://www.seudexativa.org/seudexativa/Eventos_Especiales/EspecialCalixtoIII/San_Vicente_Ferrer.htm

(2) El pasaje en que Daileader cuenta este evento es uno de los lugares en que más claramente el lector desprevenido puede percibir cuán poco confiable es su historiografía. Este autor, en efecto, proyecta estados de ánimo al documento, como si al asegurar los derechos de los regulares san Vicente lo hubiera hecho angrily. (Cfr. Saint Vincent Ferrer. His World and Life, Palgrave-Macmillan, Nueva York, 2016).

(3) Cfr. H. Fagès,Historia de san Vicente Ferrer, A: García, Valencia, 1903, tomo I, pp. 68-72. Pedro Cantera elogia este trabajo, y tiene toda la razón (cfr. “La predicación castellana de Vicente Ferrer”, pp. 238 y 265). Es un monumento a la paciencia y la laboriosidad monacales. Recorrió este dominico todos los lugares por donde se dice que pasó san Vicente, examinó los archivos municipales, los archivos de los conventos, los edificios, las estatuas, los púlpitos, las pinturas, las fundaciones (cofradías, colegios, órdenes, monasterios), y recogió una cantera enorme de datos preciosímos.

(4) Así la extrae Fagès de un sermón de san Vicente. Tomo I, pp. 116-117.

(5) Fagès, Tomo I, pp. 120-121.

(6) Fagès, tomo I, p. 206.

(7) Cfr. Fagès, Tomo I, p. 336.

(8) “San Vicente Ferrer, predicador de las sinagogas”, Salmanticensis 2/3 (1955), p. 675.

(9) Ibídem, p. 671.

(10) Ibídem. Este autor describe muy bien la situación a que se había llegado: la ruina de las finanzas de los príncipes cristianos de España los había llevado a entregar la recaudación de impuestos y el manejo de las finanzas precisamente a los judíos, que se habían servido de su posición privilegiada para oprimir al pueblo cristiano de diversas maneras, lo cual explica (aunque no justifica) las violencias de la década de 1390, semejantes a las que se dieron en Ucrania bajo el dominio polaco-judío.