¿La misma piedra de nuevo?
Mauricio Riesco V. | Sección: Historia, Política

La historia se repite a través de los años. Y ocasionalmente nuestra insensatez (o indolencia) nos hace tropezar con la misma piedra que ya antes nos había roto las narices. En 1964, Eduardo Frei Montalva fue elegido presidente de Chile con los votos de la derecha solo por tratarse del mal menor ante S. Allende, su contendor. En su presuntuosa euforia por el triunfo obtenido, la democracia cristiana informó al país que gobernaría “por treinta años”, pero los pésimos resultados en la conducción del país y el altísimo grado de populismo desplegado, esos treinta se redujeron apenas a seis. Fue un gobierno hegemónico y muy arrogante, que desde su tercer año fracturó la economía, inyectó una odiosidad clasista -particularmente en el campo- antes inusual y creó demasiadas falsas expectativas a la gente. En su programa de gobierno la DC se comprometió a hacer una “Promoción Popular” ejecutada dentro de un marco que llamaron “Revolución en Libertad”, slogans éstos que abrieron el apetitoso camino a quienes buscaban un socialismo fuerte y un estricto control del Estado sobre la vida de las personas. Y, efectivamente, al término de su período Frei tuvo que entregar el mando de la nación a S. Allende, quien ganó la elección frente a Jorge Alessandri. Frei y sus huestes ya habían engendrado en el país el clima propicio para iniciar el doloroso trayecto al comunismo puro y duro; rehusaron, además, la última oportunidad para evitarlo democráticamente en el parlamento, pudiendo respaldar a la segunda mayoría según lo permitían las normas vigentes en aquella época (no existía la segunda vuelta). Con una sorprendente candidez la DC prefirió hacer un pacto con Allende para votar por él en el parlamento si aceptaba un “Estatuto de Garantías Constitucionales”, creyendo que con eso impediría cualquier intento del nuevo gobierno por trasgredir la Constitución. El resultado ya lo conocemos. Allende, una vez instalado en su apetecido sillón después de dos intentos anteriores, se deleitó cosechando en abundancia los frutos amargos de la siembra irresponsable del mandatario saliente y en los solo tres años que duró su gobierno los incrementó con tanta generosidad que terminó de liquidar por completo el país.
Andando los años, en 2018 Chile eligió para un nuevo período presidencial a Sebastián Piñera, también como el mal menor frente a su contrincante, A. Guillier. Reconozco que en su primer mandato hizo, al menos, dos cosas muy buenas -nobleza obliga-, una, colocar frente al palacio de gobierno una preciosa y enorme bandera chilena que preside el lugar con su noble prestancia y, la otra, promulgar la extensión del período post natal para el cuidado materno de los recién nacidos beneficiando con eso la maternidad. Pero nunca segundas partes fueron buenas. Y esta vez le salió un toro bravo. Y muy bravo para tan mal torero quien, poco a poco, ha ido tolerando a la izquierda todo lo que ésta ha querido hacer. Ha demostrado reiteradamente su incapacidad para gobernar el país. Un buen estadista no se arredra ante un parlamento mayoritariamente opositor; se vale de su voluntad, su conocimiento, su astucia y deja de lado sus ambiciones personales y su lugar en la historia. La indecisión para manejar situaciones sociales y políticas delicadas, y el temor para hacer cumplir la ley liquidan a un país. Como ejemplo están las revueltas subversivas ocurridas desde octubre de 2019 en adelante, ante las que nuestro gobernante desapareció de la escena habiendo sido esa una gran oportunidad para reponer su imagen que ya estaba dañada. También la tuvo, y aún la tiene, si se resolviera a terminar con la guerrilla en Arauco y simplemente aplicando la ley. Pero faltando aún unos pocos meses para que termine su gobierno ya estamos en la misma situación como nos dejó Frei Montalva, aunque por distintos motivos, antes de salir de la Moneda. Y la guinda de la torta (nunca faltan las guindas en los pasteles grandes), fue promover y aplaudir el “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución” firmado en el parlamento en la madrugada del 15 de noviembre de 2019, y de tenebrosa similitud con el estatuto de Garantías Constitucionales de Frei. Luego del plebiscito de octubre de 2020, la astuta y bien planificada izquierda hace poco más de cinco meses obtuvo el triunfo en la elección de los constituyentes con los votos de muchos, demasiados incautos, y se hizo cargo de la redacción de una nueva Constitución, y ahora controla con descaro la convención constituyente y cuenta con los votos suficientes como para que nuestra próxima carta magna sea de corte socialista-comunista-trotskista, como ellos la prefieran, a menos que en el futuro plebiscito establecido en el comentado “Acuerdo”, el país tome finalmente las riendas y la rechace. Con ese paso en falso (me refiero a la ratificación del acuerdo ese), la llamada “derecha” firmó una nueva condena de Chile o, al menos, la dejó pendiente hasta conocer los resultados de esta nueva consulta a la nación.
Hoy, la convivencia nacional está prácticamente estrangulada; vivimos en medio de una profunda odiosidad, de una crisis política, económica, institucional, étnica y social sin precedentes en nuestro querido Chile. Y todo ello en medio de una penosa inmigración de miles de extranjeros que llegan al país, la mayoría en situación paupérrima, sin trabajo, sin previsión, sin salud y sin educación, buscando una vida mejor; a diciembre de 2020 ya representaban un 7% de la población total. Para colmo, el presidente de la República, está acusado constitucionalmente por la vulneración al “principio de probidad y el derecho a vivir en un medio libre de contaminación” (y por haber) “comprometido gravemente el honor de la nación”; hoy está bajo la lupa de todos tras la difusión de los llamados Pandora Papers, que revelaron las condiciones de venta de Minera Dominga en 2009 mediante un contrato firmado en Islas Vírgenes Británicas.
El Congreso, por su parte, ha hecho abandono de sus deberes, se apropió de atribuciones que no le correspondían y hoy tenemos un parlamentarismo de facto. El estado de derecho está patas arriba o simplemente no existe en algunas zonas del sur donde los terroristas queman, matan, extorsionan y roban en completa impunidad. El gobierno dice que este año la delincuencia ha bajado un 4% respecto de 2020, pero la Fiscalía nos alertó no hace tantos días que los asaltos con homicidio aumentaron en un 43% en los últimos cinco años, y la percepción y el temor de la población se ha incrementado a un 84,3% en doce meses. ¿Valdrá la pena agregar aquí cómo luce la economía? Largo se ha escrito sobre esto pero uno solo dato lo ilustra bien: Sebastián Piñera tomó el gobierno del país con una deuda pública de 25,6% del PIB; en 2019 subió a 28,2%; el año pasado llegó al 32,5% y a septiembre de ya íbamos en un 33,1% del PIB según datos de la Dirección de Presupuestos. En mayo de este año el gasto creció en un 59% alcanzando un record no visto en los últimos 30 años. A lo anterior se le agrega la planificada destrucción del sistema previsional del país habiendo sido el gran motor de la economía chilena por cuarenta años; se trata, claro, de un apetitoso botín que, de seguir así como vamos, no debiera tardar en ser presa del pillaje en el que se revuelcan los rapaces “representantes del pueblo”.
¿Todo mal? Bueno, sí… pero no. Es decir, hasta aquí sí, todo mal. Y, para peor, a lo anterior se le suma la preocupante pereza con que observamos la destrucción de nuestro país.
Pero aún es posible ver las cosas a través de un cristal de esperanza porque pueden cambiar. Winston Churchill decía que “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Las crisis no son insuperables, y el desencanto de muchísimos chilenos ya hartos de la irresponsabilidad del gobierno debería ser el inicio del cambio para no repetir las angustias y padecimientos de tiempos pretéritos. Las elecciones de autoridades públicas son, por cierto, una muy buena ocasión para elegir personas capaces de conducir el país, y estamos ad portas de una extremadamente importante. Nuevo presidente, nueva Cámara de Diputados, 27 nuevos senadores y nuevos Consejeros Regionales. ¿Qué mejor oportunidad podríamos tener los chilenos para que nuestro país pudiera iniciar su renacimiento en lugar de su “refundación” como quiere la izquierda antipatriota?
Un buen resultado para Chile en esta próxima elección nos evitaría seguir trastabillando con la “misma piedra” y esforzarnos por revertir, con muchas posibilidades de éxito, el estado de crisis en que estamos; reencausar los problemas sociales; recuperar (hasta donde fuera posible en cuatro años) nuestra economía; reforzar nuestro sistema previsional; resolver la situación de la inmigración ilegal; darle duro, muy duro, a la delincuencia y al narcotráfico, etc., etc.
¿Estaremos dispuestos a dar la pelea por quien lidera las encuestas y representa la mejor alternativa para Chile o volveremos a tropezar con la ya temida piedra? De nosotros depende que triunfe el amor por la patria. De nosotros depende erradicar la tóxica semilla que nuevamente germina en nuestros campos y evitar la cosecha que de ella pueda hacer el marxismo. No debemos cruzarnos de brazos; la Virgen del Carmen tampoco lo hará si le pedimos con fe su intercesión.




