Después de la celebración, la responsabilidad y el valor

Joaquín Muñoz L. | Sección: Educación, Política, Sociedad

Acabamos de disfrutar de la “temporada de celebraciones”, pero debemos preguntarnos qué se podía o se debía celebrar.  Sin duda, el reencuentro entre seres queridos después de las cuarentenas de dudosa utilidad, un fin de semana largo o lo que sea, nunca faltarán motivos para un buen asado con amigos o familiares.  Sin embargo, en Fiestas Patrias, no es tan simple responder a dicha pregunta.  Lo primero es qué motivo específico hay para celebrar, cómo y, lo más importante, quiénes pueden o deben hacerlo.

Las Fiestas Patrias consisten en una fiesta cívica que corresponde al “cumpleaños nacional”, pero que implica un lado muy solemne porque este nacimiento fue el fruto de innumerables sacrificios de personas que nos antecedieron.  

Ya respondida la primera pregunta, debemos ver las dos restantes.  Por ser un cumpleaños, puede haber jolgorio, bailes, alcohol, asado, etc., por supuesto, con moderación.  La parte solemne debería estar representada por la preeminencia de los bailes, música, comidas y bebidas típicamente chilenas.  No obstante, las Fiestas Patrias son el momento ideal para traspasar conocimientos y valores a las nuevas generaciones.  Los rituales cívicos no pueden estar ausentes, por ejemplo, izar nuestro Pabellón Nacional, cantando nuestro Himno como corresponde, es decir, con las manos a los costados, los ojos abiertos (no se trata de una sesión de meditación) y en fila de costado si se puede.  No se debe izar la bandera de ningún grupo separatista ni terrorista, tampoco el Pabellón Presidencial, ese que lleva el Escudo.  La bandera de la estrella solitaria es la única bandera que nos cobija a todos.  También esta efeméride es  un momento ideal para inculcar “chilenidad”, enseñar de Chile y enseñar a amarlo y respetarlo.  Aquí entra absolutamente todo: la geografía, historia, personajes pasados y presentes de paz y de guerra, arte, ciencia, tecnología, civismo, etc.  Especialmente, civismo para que haya cada día más y más chilenos dignos de celebrar esta festividad.

Sobre quiénes pueden o deben celebrarlo, la cosa es muy simple, sólo que difícil de creerlo o decirlo: no todos y, desgraciadamente, menos de los que uno quisiera.  De partida, quedan fuera especialmente quienes rechazan o niegan el concepto de patria; quienes ven en Chile solo a su país, y quienes lo reconocen como su patria, pero se desligan de su presente y futuro.  En otras palabras, quienes están preocupados a favor o en contra del “modelo”; quienes ven en Chile solo un territorio, y quienes se desligan de la trascendencia de la patria, respectivamente. 

La patria es un bien trascendente.  Surge como fruto de los aportes de numerosas generaciones, por ende, es un bien cultural y material, pero especialmente cultural y, por ello, espiritual.  Las personas que reciben una herencia y la enriquecen para quienes vendrán, corresponden al elemento demográfico; entre dicha herencia viene un cúmulo de usos y valores que ordena la vida en sociedad, se trata del elemento institucional, y el territorio, el principal bien material, es donde se establece dicha sociedad, el elemento territorial.  Simplemente, un ente tridimensional, en que la dimensión demográfica es la más importante porque es la capaz de crear cultura, o sea, de trascender.  En palabras del maestro Rafael Alvira “la patria es el conjunto de saber que nos han dejado nuestros antecesores”.

Ya quedando todo claro, supongamos, debemos avocarnos a pensar nuestro “Chile posdieciochero”.  

La responsabilidad aparece en primer lugar.  Un auténtico patriota, republicano o nacionalista -póngale el nombre que usted quiera- se preocupa de la cosa pública, aunque sea en su círculo privado, trata de ser una mejor persona y, especialmente, un mejor ciudadano.  Se informa y reflexiona para opinar, influir y decidir en beneficio de su patria.  Vota, pero con un voto “pensado”, no es de esos “arrepentidos de haber votado ‘apruebo’ en el plebiscito constitucional”, porque siempre supo que la Convención sería un tongo.  No es víctima de las consignas rascas, por ejemplo, no cae en eso de “mi cuerpo, mi derecho”, jamás aprobaría el aborto por pensar en los seres humanos indefensos e inocentes y por la patria, pues, con el aborto, se mata una parte del futuro de Chile.  Cuando vota, si no tiene opción, lo hace por el mal menor, pero se toma la “molestia” de preguntarse “cuál es el mal menor”, escuchando a algún correligionario que quiera orientarlo.  La responsabilidad se puede practicar de tantas maneras que sería imposible mencionarlas en un artículo, o sea, ahora veremos el valor.

Considerando la explicación del significado de las Fiestas Patrias y de la responsabilidad, cabe meditar sobre cómo se puede practicar el valor patriótico en “tiempos de paz”, como los que estamos viviendo: partiendo de un pensamiento genuinamente patriótico y con coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.  Honrar la fe los domingos, pero votar contra ésta es falta de valor; quejarse de la corrupción, pero robar en el trabajo, también; dar limosna a un mendigo, pero pagar malos sueldos, también.  Los ejemplos son interminables, no obstante, tal vez todos se puedan resumir en el principio de “hacer apostolado personal y constante”.  Un buen ciudadano, preocupado de su patria trata de evitar los problemas nacionales, de orientar al prójimo, aun corriendo el riesgo de ganarse enemigos, por algo debe tener valor.

Hoy, son muchas las personas que no están yendo a votar por miedo al covid o por otras razones de salud, a ellas se les debe pedir que hagan el último esfuerzo, y vayan a votar en la que podría ser su última elección.  Se trata de un esfuerzo minúsculo comparado con el cruce de Los Andes, suceso sine qua non para ganar nuestra independencia, que hoy pende de un hilo muy delgado.

Las actuaciones con responsabilidad y valor son el aporte que las actuales generaciones deberían dejar a nuestro Chile, se trataría de “un todo sucesivo”, como Vásquez de Mella define nación.  A propósito de definiciones, la gran Gabriela Mistral define patria como “el paisaje de la infancia”, ¿irá a quedar algo de paisaje si quienes deben oponerse a la deconstrucción ni siquiera van a votar?  Ya está claro quién puede y quién debe celebrar las Fiestas Patrias, basándonos en intelectuales de peso, que la mayoría de nuestros políticos no conoce, no entiende o no es capaz de entenderlos.