Pueblo

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Historia, Política, Sociedad

En la democracia el poder del pueblo ha desempeñado un papel protagónico desde que comenzó la lucha contra la “tiranía”, encarnada por los monarcas. A partir de entonces, el pueblo sería el verdadero soberano. En ese momento nació el problema: ¿qué se ha entendido por pueblo, antes y ahora? 

Primero fue la clase alta. No era fácil ponerlos de acuerdo entre las ideologías de la libertad y la necesidad del orden. Al poco tiempo se sumó la clase media y se dificultó el problema entre lo libertario y lo ordenado. Poco después, cambios económicos y tecnológicos agregaron al escenario un enorme número de los trabajadores manuales (la mano de obra). Pero como estos últimos eran muchos, y apremiados por las necesidades básicas de la subsistencia y del trabajo, permitió a algunos pensar que necesitarían conductores y redentores, tarea para la cual se ofrecieron presurosos. Pero la enorme complejidad social, rural y urbana, se escapaba de la simplificación que les acomodaba a estos mesías. 

Así creció el concepto de pueblo y se fueron desdibujando sus contornos. La respuesta consistió en que los pretendidos conductores-redentores proclamaron la revolución para ganar a la multitud. A veces triunfaban: pero no eran buenos para gobernar. De allí que, en ocasiones, la mayoría los echaba porque ya bastante tenían con trabajar y subsistir. Hoy han sido reemplazados por oportunistas que desprecian a las instituciones y a las personas: afirman que el pueblo lo forman solo los que aceptan sumisamente su voluntad y su protagonismo, con exclusión de todos los demás. Por aquí llegamos a que hoy el pueblo parece constituir un fantasma ligado al fraccionamiento y a la imposibilidad de comunicarnos y de conformar una comunidad. Para reforzar este carácter, la Convención Constituyente ha recurrido al plural: los pueblos. 

Para imponer esta desunión, se ha planteado negar el pasado, de modo que desaparezcan los esfuerzos, logros, alegrías y penas en común que contribuyeron a formar el complejo amasijo que formamos en el presente. En Chile es el mestizaje el fenómeno cultural que nos amalgama. Pero el trasfondo de lo mestizo es contradictor al mundo ilustrado con su racionalidad de corte matemático. Y como la democracia tiene que ver con esta última, no deben extrañarnos los altos y bajos en la lucha bisecular por imponerla. Nuestras complejidades están más allá de las formas y de los discursos. Están en lo que podríamos llamar nuestra alma colectiva, siempre que ella exista.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el lunes 13 de septiembre de 2021.