Hubo una vez cinco anillos
Joaquín Muñoz L. | Sección: Política, Sociedad

Acabamos de ver unos juegos olímpicos que fueron mucho más que deporte. El espíritu olímpico cedió espacio a confrontaciones no deportivas. No se trató solo de las habituales peticiones de asilo y de ciertos gestos en el pódium. La peculiaridad de estas confrontaciones radica en su naturaleza principalmente subyacente, en parte porque no se veían, en parte porque el mundo idiotizado no se fijó en éstas, pudiendo y debiendo hacerlo, especialmente el mundo occidental.
La rendición frente a China
Como algo ya incorporado a las prácticas internacionales, la rendición frente a China se vio descaradamente, aunque ya había muestras de ello con el otorgamiento de los juegos del 2008 a Beijing. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fueron en realidad 2021 por culpa de China. ¿Podía el Comité Olímpico Internacional hacer algo contra China? Difícil saberlo porque cuál sería el argumento jurídico. Podría haber emitido una declaración sobre esta materia. Era poco probable que se comprometiera, siempre es más fácil darse por desinformado. Carecía de solidez cualquier sanción por el retraso de los juegos y los daños al deporte a nivel mundial. Los deportistas chinos no eran los responsables de la expansión del covid. No obstante, es sabido y comprobado que muchos atletas chinos son torturados más que entrenados, incluso siendo niños. Esto no se puede aceptar en una época en los derechos humanos se han transformado en dogma. Tampoco es aceptable dejar pasar la violación de derechos, tales como a la vida, la libertad de trabajo o de desplazamiento por la supuesta negligencia en el manejo del covid. El COI nunca ha hecho nada en el caso de China, es decir, un gran acto de “espíritu olímpico” que tiene al Barón de Coubertin revolcándose en su tumba.
No cabe dudas que el COI y las potencias occidentales paulatinamente se han ido rindiendo frente a China. ¿Por qué no ha habido un reclamo formal y efectivo de parte de dichas potencias? La creciente hegemonía china también se hace sentir en el deporte. Estados Unidos ganó estos juegos “pidiendo agüita”. Debe haber un motivo muy importante para que los competidores de los chinos no usen este recurso para dejar fuera de competencia a un rival tan importante. Más aún si el COI, en defensa de los oprimidos, ahora permite que participen de forma independiente atletas perseguidos por sus gobiernos, lo que está muy bien. ¿Cómo explicar estas contradicciones? Tal vez los auspiciadores tengan algo que decir al respecto.
Feminismo olímpico y feísmo
Ciertos “ismos” empiezan paulatinamente a tomarse los juegos olímpicos. Estuvo presente el revanchismo cuando despidieron a un funcionario japonés por sus dichos sobre el holocausto ya hace muchos años. No obstante, lo peor es la dupla feminismo-feísmo. Su contradicción es verdaderamente grosera. Todos hemos tenido el desagrado de ver marchas en “defensa de las mujeres”, cuyas puestas en escena lo que menos hacen es defenderlas. De partida, la falta de respeto con el cuerpo femenino llega a niveles impresentables: cuerpos desnudos o semidesnudos pintarrajeados grotescamente, desaseados, con tatuajes ofensivos, acompañados de carteles llenos de insultos y vulgaridad, solo por mencionar algunas características. No obstante, esta expresión de feísmo, el feminismo solo tiene ojos para la “sexualización olímpica”. Ya empezó a gritar por las mallas de gimnasia que, según éste, sexualizan a las gimnastas. Es obvio que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Sus marchas son expresiones artísticas, “intervenciones urbanas”, dicen las feministas. Posiblemente, se termine por prohibir las mallas. Lo absurdo de todo esto es que lo verdaderamente artístico y respetuoso con las mujeres es la gimnasia, por algo los nombres de “gimnasia artística” y “gimnasia rítmica”. La idea es la contemplación de la belleza del cuerpo humano y sus movimientos, en este caso, del cuerpo femenino, una especie de “ballet deportivo”. Si fuera otro bando el que reclamara por la vestimenta, sería tildado de reaccionario y arcaico, como mínimo.
Frente a estos dos casos, no debemos olvidar que los juegos olímpicos son un evento occidental en su origen y espíritu, continuidad de una festividad de la Grecia antigua, cuna de nuestra civilización. No se puede permitir que se alejen del humanismo de Occidente.
El caso chileno
Los resultados de nuestra delegación olímpica fueron pésimos: ninguna medalla. Sin embargo, se puede sacar una gran lección: se ha metido hasta la médula en el deporte nacional la cultura izquierdista que ha contaminado casi toda la sociedad chilena. No puede haber resultados tan malos con un presupuesto anual del Estado que supera largamente los trescientos millones de dólares. Tenemos duplicidad de funciones entre el Ministerio del Deporte y el Instituto Nacional del Deporte, un botín de “pitutos” para los políticos; mientras los deportistas hacen lo pueden. Los triunfos deportivos traerían efectos muy dañinos para los políticos, por ejemplos, una juventud sana, no idiotizada, y el reforzamiento del espíritu de nacionalidad. ¿Qué cultura deportiva han generado estas dos burocracias estatales? Ninguna. Qué contraste con la labor de la Dirección General de Deportes y Recreación, la DIGEDER, organismo del gobierno Militar que organizaba, entre otros, eventos deportivos desde los niveles vecinales hasta los nacionales con la participación de los todos estamentos de la sociedad, un buen ejemplo es la “Gran Posta de Chile”. Incluso existía el Canal Nacional Deportivo Laboral. Y todo esto en un Chile con un ingreso per cápita de unos US $ 2300, equivalentes al día de hoy, no los US $ 24000 actuales. Otra cosa extraña fue la nacionalidad ad hoc de dos deportistas cubanos. Se trató de “nacionalidad por gracia”, dada por la unanimidad del Senado, sin duda, muy acorde con su “categoría”. Ésta fue muy “graciosa”, un verdadero chiste, ¿qué habían hecho por Chile estos atletas? En realidad, se les nacionalizó para que hicieran algo, “la carreta delante de los bueyes”. Más bien, otra forma malsana de fomentar la inmigración y saltarse el espíritu de las leyes. La mediocridad de los comentaristas deportivos era vomitiva, siempre justificando los malos resultados de todo el mundo, que el covid, que el calor, que la humedad, pero éstos afectaban a todos. Una pésima guía para los jóvenes que se inician en el deporte. En una final de gimnasia, Pedro Carcuro se preguntó por qué lloraba una niña que había obtenido medalla de plata, pese a que era sabido que ella iba por el oro.
No obstante los malos resultados, el olimpismo chileno tiene un desafío mucho mayor: organizar los “Juegos Panamericanos de Santiago 2023” en un país debilitado por la insurrección, casi sin Estado de derecho. El próximo gobierno deberá terminar con el narcotráfico, los portonazos, la guerrilla, los saqueos, etc. en solo un año. De no darse esto, la imagen del país será dañada aún más. Es un espectáculo grotesco ver el comercio tapiado con planchas metálicas, las paredes rayadas y cuanto uno se pueda imaginar. Solo pensemos qué se dirá cuando las delegaciones extranjeras sean víctimas de la delincuencia en cualquiera de sus formas. ¿Sujetarán los animalistas progres a sus “cachupines intocables” para que no muerdan a los ciclistas o maratonistas? ¿Borrarán sus “intervenciones urbanas” los grafiteros feístas para que la ciudad se vea más bella y limpia? ¿Se irán del metro los comerciantes extranjeros ilegales? ¿Desaparecerán las cocinerías venezolanas y colombianas que obstruyen las veredas? ¿Serán evitables las manifestaciones de delincuentes autovictimizados? ¿Tendrá apoyo un eventual gobierno de derecha para realizar los juegos sin dar nada a cambio? Todas estas preguntas son muy atingentes y lamentablemente de fácil respuesta: “no”.
Debemos prepararnos para una gran vergüenza y descrédito, por supuesto, gentileza de la izquierda o para pagar el precio que ésta ponga.




