El valor de la vida

Pamela Pizarro | Sección: Sociedad, Vida

Ciertamente, en esta última década, el debate social sobre el aborto se ha dividido entre las personas o movimientos que defienden la vida y los que defienden la autonomía -por cierto, mal entendida- que la mujer que tendría sobre su cuerpo y lo que podría gestar.

Son muchos los argumentos jurídicos y filosóficos al respecto, pero lo cierto es que en este debate ha estado ausente la discusión sobre el valor que le damos a la vida en sí misma o, incluso, si se lo damos o no.

Probablemente, en una sociedad materialista y que, como tal, discurre entre el hedonismo y el nihilismo, la noticia de que un hijo en camino no cumple con todas las expectativas que uno tiene como padre, produce una frustración que muy pocos están dispuestos a soportar, por lo que lo más fácil y rápido es poner fin a la vida del que está por nacer.

En este orden de cosas, hoy, con ayuda del lobby abortista, esa práctica se ha ido normalizando y las conciencias se han adormecido frente a la realidad del acto abortivo que no es sino el quitarle la vida al hijo dentro del vientre materno.

Ahora, volviendo al tema sobre el valor de la vida, sucede que, paradójicamente, las grandes ausentes en este debate han sido las propias madres, que son finalmente las que llevan a este niño que se debate entre la vida y la muerte, ya sea por una condición natural o por una decisión personal o de terceros que no se aperciben realmente de lo que es tener a un ser humano en el vientre materno.

Por el contrario, la propaganda de sensibilización del aborto, ha ido en la línea del sufrimiento que la madre tendría al vivir nueve meses con este hijo que tendría un futuro incierto.

Pero, ¿se ha conversado con las madres que han tenido o tienen esta experiencia?

Ciertamente, una, como madre, sufre y sufre mucho. No es fácil enfrentarse a una situación de incertidumbre respecto al curso que tomará tu vida al seguir adelante con un embarazo inviable o no planificado. 

¿Es todo eso justificación suficiente para desgarrar del útero una vida en desarrollo? La respuesta es no. Nada justifica tamaño acto, ejecutado para obtener un bienestar que quizás incluso jamás se alcance.

En este sentido, cabe reflexionar sobre el sufrimiento. En efecto, al ponerlo como justificación suficiente del aborto, olvidamos que aquel es connatural al ser humano; tal como lo es la felicidad; sin embargo, nos negamos a aceptarlo e, inútilmente, pretendemos desterrarlo de nuestras vidas.

En otro sentido, también se pasa por alto que, por insoportable que este sea, o por más incapaz que sea la madre para lidiar con él, ella no morirá por su causa. A contrario sensu, el aborto mata al hijo, hijo que jamás volverá y que jamás conocerá.

Cabe entonces preguntarnos. ¿Qué es lo que hace que hoy la sociedad categorice la vida o derechamente, la elimine?

¿No será que en los hechos, estamos comulgando precisamente, con todo lo que condenábamos del régimen nazi, donde el establecimiento de diferentes categorías de personas, llegó a su macabro esplendor? Lo que nos concierne -la ideología del aborto- guarda, a lo menos, un asombroso parecido, en cuanto el hijo planificado y físicamente perfecto es de primera categoría, mientras que el hijo no planificado o imperfecto, lo es de segunda.

Sin duda son cosas que debemos considerar a la hora de definir la impronta moral que queremos dejar a la infancia, futuro de la humanidad.