El Partido Republicano, un proyecto conservador

José Tomás Hargous F. | Sección: Política

En las últimas semanas se ha ido morigerando cada vez más la incertidumbre con respecto a los comicios de noviembre. Con los resultados de la primaria en el bolsillo, y ad portas de la “primaria convencional” de la ex Nueva Mayoría, faltaba definir qué pasaba con José Antonio Kast, y esta semana se acabó la espera, ya que inscribió en el Servel el pacto parlamentario Frente Social Cristiano, por medio del cual el Partido Republicano aspirará a llevar sus mejores candidatos al Congreso, apoyado por el Partido Conservador Cristiano (PCC), de raigambre evangélica. 

Para quienes creemos necesario un proyecto político nítidamente conservador, e insistimos la urgencia de dichas ideas en el debate nacional, esta lista social cristiana es una muy buena noticia. Por mucho tiempo se dio la incógnita de con quién pactaría José Antonio Kast y qué definiciones políticas tomaría su partido. De hecho, no pocas veces intentó pactar infructuosamente con Chile Vamos, y su Instituto Ideas Republicanas (IR) se integró a una red de centros de estudios representativos de la “nueva derecha”, conformado principalmente por think tanks libertarios o liberales. Así, el Partido Republicano parecía estar tomando un camino bastante distinto al del conservadurismo clásico, optando por fortalecer una derecha alternativa, libertaria en lo económico y conservadora en lo social. 

Sin embargo, en los últimos meses empezó a retomar más fuertemente un discurso patriótico, defensor de la familia y los valores nacionales, tal como lo hiciera en 2017. De esta manera, el rumbo republicano empezaría a ir mucho más en la línea de un proyecto conservador que de uno libertario, lo que terminó en la inscripción del pacto social cristiano.

Es importante recordar los motivos que llevaron a José Antonio Kast a renunciar a su partido, la Unión Demócrata Independiente (UDI) y emprender una candidatura independiente a la Primera Magistratura de la Nación. La UDI estaba entrando en una crisis de ideas –de la cual nos hemos referido ampliamente en otras columnas–, que la tenía como una máquina electoral y no una “minoría creativa” para defender principios. Por esos años, la UDI estaba decidida a llevar a un candidato que representaba valores contrapuestos a los de Jaime Guzmán, como lo era Sebastián Piñera, y había pocas esperanzas de reorientar el partido a su identidad fundacional, en torno a una visión cristiana de la vida, de carácter popular y defensor de una economía social de mercado, siguiendo la tríada que Guzmán repetía. 

Esto impulsó al entonces diputado a emprender un proyecto distinto, que rescatara esas ideas que llevaron a la UDI a ser el partido más grande de Chile. Luego de un sorpresivo 8%, con el cual derrotó a la Democracia Cristiana (DC), fundaría el Movimiento Político Social Acción Republicana (AR), luego el centro de estudios Ideas Republicanas (IR) –al que se le sumaría Foro Republicano (FR), que lleva varios años formando personas en todo el país– y finalmente el Partido Republicano, que este año lograría constituirse en todas las regiones de Chile, con miras a una nueva elección presidencial y, también, a unos comicios parlamentarios que serán cruciales para el destino del país.

Con una centroderecha agonizante, sin un ideario político claro y aferrada a un candidato con un origen e ideas ajenos al sector para mantenerse en el poder, el Frente Social Cristiano tiene una gran oportunidad de convocar a los desencantados de Chile Vamos, que defienden la vida, la familia y el dinamismo de los cuerpos intermedios como base de una sociedad justa y solidaria, y así conformar una mayoría de derecha, conservadora y socialcristiana. Es probable que estas ideas no ganen las elecciones de noviembre, pero tenemos la convicción de que permitirán reconstruir al sector y sacarlo “del suelo político y cultural en que se encuentra con valentía, regresando a sus principios y rescatando su identidad”, como señalábamos en nuestra última columna. Y esa misión sí que vale la pena. “París bien vale una misa”, como dijera Enrique IV de Francia.