El legado de una derecha cobarde, un rebaño sin pastor

Mauricio Riesco V. | Sección: Política

No hace tanto, tuve una triste experiencia con mi querida chaquetita azul que, según me confidenció mi señora, por el brillo de los años ya no era más que un mal espejo. Aunque afligido, tuve que aceptar su consejo para cambiarla por una nueva, sin lustre. Ya en la tienda, caí en la cuenta que la moda ahora es más acomodaticia, se amolda a las necesidades del momento por el que pasa cada cual. Así, muchas chaquetas las hacen con un forro interior tan estiloso que permite darlas vuelta y usarlas al revés sin mayor desmedro estético para quien las viste. El buen vendedor trataba de convencerme de las prodigiosas propiedades de este nuevo estilo y me contaba que los sastres ya no daban abasto por su recarga de trabajo con esta innovación; “este es un año de elecciones, (me dijo), y han estado ocupadísimos en la confección de chaquetas reversibles por su alta demanda. Permítame darle un buen ejemplo en este asunto: dicen que aún deambula por el sector de Las Condes un señor que ha modelado por años una chaquetita multifacética, la más asombrosa que alguien haya confeccionado a la fecha, que le ha permitido exhibirse como ‘UDI-Aliancista-Bacheletista-socialdemócrata’. Es reversible para el lado que le guste a la gente”, me confidenció. No será de buena tela pensé yo puesto que, según se comenta, no le ha dado los frutos esperados. Las vueltas de chaqueta tienen su costo, me dije.

Volviendo a casa (con las manos vacías, aclaro), me topé con un buen amigo mío y le conté sobre esta nueva forma de emperifollarse. Interesado en el fenómeno, él me relató que algo similar pasaba también con las cada vez más escasas pieles de ovejas, y que había sabido que en año de comicios las pobres ovejas no lo pasan bien. Todos los políticos quieren vestirse con sus ropajes de mansedumbre y docilidad. En suma, chaquetas y pieles buscan lo mismo: que los demás crean que los disfrazados ahora son buenas personas, que cambiaron para bien, lo que, en una palabra, viene a ser engaño. Hicimos recuerdos que al término del gobierno del presidente Augusto Pinochet hubo una estampida de muchos de sus cercanos colaboradores, que antes se empujaban unos a otros para figurar al lado del presidente en la foto, pero después, terminado su gobierno, corrieron a camuflarse entre el ganado ovino en un par de corrales. Con mi amigo recordamos, además, que muchos de esos chaqueteados hoy forman parte de un amasijo medio gelatinoso que, si no me equivoco, lo llaman “derecha”. Con cierta compasión comentamos que ellos parecieran suponer que nadie se ha dado cuenta de su travestismo político, cambiando de pellejo cada vez que necesitan uno distinto. Entiendo que Piñera (cuando le gustaban las cámaras), los llamó “cómplices pasivos” si bien muchos de esos pasivos trabajaron con él y varios aún lo hacen. Por razones demasiado evidentes, él valora esa capacidad “camaleonesca”. Son de camadas afines. A varios les conocimos sus intimidantes rugidos en el Parlamento y, una vez instalados en algún sillón importante del gobierno, los convirtieron en sumisos maullidos. 

¿Dónde estarán hoy, me pregunto yo, las fotos en que aparecían con pecho inflado, orgullosos, al lado de nuestro Presidente Pinochet como sus valientes paladines? ¿Rompieron las que exhibían con orgullo en sus escritorios junto a quien les salvó el pescuezo, aquel que encarnó el exitoso desarrollo de Chile, aquel único gobernante en el mundo que venció al comunismo? La deslealtad, la ingratitud, la felonía, en algún minuto se paga, pensé. Lo malo es que casi siempre, junto con los que traicionan, la cuenta la pagan también los traicionados; de hecho, la estamos pagando desde hace ya demasiado tiempo y no ha sido exigua. Chile no estaría de nuevo al borde del mismo precipicio del que salimos hace 48 años si no fuera por esta gente que, debiendo haber sostenido con coraje sus convicciones, sus principios (¿los habrán tenido?), su amor a la Patria, no se hubieran transformado en “sepulcros blanqueados”. 

Nuestra clase política está agotada. No de trabajar, por cierto, sino por su creciente decadencia. Por intereses mezquinos y una grave infidelidad con el país, los chaquetas vueltas de esa peculiar “derecha” se han ido acercando, poco a poco, a quienes desde hace ya tiempo vienen negociando la venta de Chile al comunismo internacional. Víctimas de una presumible necrosis cerebral (esa sí que es irreversible) y junto a un medroso y complaciente Ejecutivo, no quisieron apagar a tiempo la mecha de la asonada subversiva narco-terrorista desatada en todo Chile desde octubre de 2019; y, peor aún, en menos de un mes, un 15 de noviembre de aquel año, firmaron en el congreso el contrato de promesa de compraventa tan anhelado por la izquierda marxista. El pacto fue bautizado elegantemente como “Acuerdo por la Paz Social y nueva Constitución”. Junto a los otros ocho presidentes de partidos políticos firmantes, también estuvieron por parte de los vendedores los presidentes de los tres partidos que aún conforman la coalición de gobierno, (cómplices activos para este efecto), vistiendo vanidosamente sus chaquetas vueltas. Todo muy bien coordinado con Piñera y sus cortesanos que ya habían ido entregando nuestro país a la tiranía de los DDHH y, en consecuencia, su administración quedó radicada en Ginebra desde donde hoy nuevamente nos controla la señora. A los dos días de la firma de aquel contrato convenientemente aplaudido por el presidente de la República, en un solemne discurso nos advirtió él muy bravo, que ahora “No habrá impunidad ni con los que hicieron actos de inusitada violencia ni con aquellos que cometieron atropellos o abusos”, refiriéndose a los actores de la asonada narco-terrorista de aquellos días. Como Garrick, aún se ríen-llorando las víctimas en Arauco y en Chile entero, y hoy ya se propician fórmulas para dejar en libertad a los pocos desalmados que se pudieron apresar y condenar de los varios miles que participaron.    

Escasos fueron los políticos visionarios que se opusieron valientemente a ese “Acuerdo por la Paz Social y nueva Constitución”, muy escasos. Nada cuesta comprender que para Chile el pacto aquel tendrá una trascendencia muchísimo mayor que la próxima elección presidencial; en efecto, el destino de nuestro país luego del plebiscito, terminó quedando en manos de unos constituyentes que mayoritariamente son parte de una izquierda dura, ignorantes muchos, beligerantes, odiosos, amenazantes como su presidenta E. Loncón, que insiste en su discurso de lucha de clases. Los hay incluso dispuestos a entrometerse en las responsabilidades de otros poderes del Estado como su vicepresidente; ahí está como ejemplo, la exigencia de liberar a los procesados o condenados por los saqueos, incendios, lesiones, daños a edificios, destrucción del Metro de Santiago y otros delitos que por cerca de US$4,500 millones provocaron aquellos subversivos a los que se refería nuestro presidente en los desmanes de fines de 2019. Son jóvenes idealistas, como los llamaba S. Allende. Son los “presos políticos”, según J. Bassa, vicepresidente de la Convención Constituyente.

Chile huele a azufre. Resulta fácil imaginar que, así como vamos, quizás si pudiéramos ver instalada en la Moneda una pandilla mefistofélica que cada vez toma más fuerza y lo hace en la misma medida en que surte efecto el potente anestésico que han inyectado a los ciudadanos de este país. Su jefe, don sata lo llaman, no olvida que fue destronado hace 48 años (“ni perdón ni olvido” acuñó como lema tiempo después), y esta vez viene algo más rudo por las facilidades frívolamente ofrecidas por un gobierno entreguista, inepto y miedoso del “cuco” de Ginebra, y por unos políticos chaqueteros que con su transformismo han traicionado sus conciencias y a nuestro querido Chile. Todos ellos han dado las facilidades para que el marxismo retome el poder. Por mientras, ansioso de recibir oficialmente la batuta, el “destronado” ha estado ejercitando solapadamente sus destrezas en el palacio de gobierno, en nuestro parlamento, en los tribunales de justicia (incluido el Tribunal Constitucional), y en el Ministerio de Obras Públicas; desde allí dirige la repavimentación de nuestros anticuados caminos para poder alcanzar aún más rápido la idílica fantasía comunista.  

Hoy, la nación chilena es un rebaño sin pastor. Y quienes aspiran a pastorearnos, salvo una valiosa excepción, los demás lucen esas inmaculadas pieles de oveja para cubrir sus verdaderos propósitos. Su codicia les ha hecho inhalar el azufre que regala a granel el director de esa orquesta. 

Mientras seguía camino a casa, meditaba que tenemos a la vista solo dos oportunidades para revertir el proceso de demolición de nuestro querido Chile, de interrumpir la venta de este país al comunismo internacional: la primera será el 21 de noviembre de este año con las elecciones presidencial y parlamentarias, y se nos dará, incluso, unos pocos días para recapacitar (hasta el 19 de diciembre) si eventualmente los resultados lo requieren. Y la segunda y última ocurrirá durante el próximo año 2022, cuando a través de un plebiscito de salida se apruebe o rechace el texto de la nueva Constitución que se proponga a la ciudadanía. El desenlace nos revelará qué rumbo tomará Chile por, al menos, los próximos 30 o 40 años. Aprovechar estas oportunidades dependerá de una mayoría que anhela vivir en paz pero se encuentra profundamente hipnotizada; y no me refiero a esa “derecha” bobalicona, narcisista y adicta a la ambigüedad, sino a la gran mayoría de los ciudadanos asqueados de lo que vemos pasar por nuestras propias narices todos los días. Tendremos que despertar de nuestro letargo y dar la batalla convencidos que las mismas causas producen siempre los mismos efectos y estos ya los conocimos de muy cerca no hace tanto tiempo atrás. No podemos olvidar que, como decía alguien por ahí, entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa. Para diluir pronto los efectos del narcótico que aún mantiene sus efectos en una mayoría, necesitamos de un pastor que se esfuerce por su rebaño disperso. Un verdadero pastor que sea capaz de reorientar a Chile por su ruta de progreso por la que caminábamos entusiastas y esperanzados, un pastor capaz de llamar las cosas por su nombre, que sea sordo a los cantos de sirenas y valiente en combatir el comunismo y sus secuaces con toda energía. Evitar un próximo reinado luciferino dependerá exclusivamente de nuestro pueblo despabilado y advertido, ya que, por razones demasiado obvias, no tendremos a nuestras valerosas Fuerzas Armadas que defiendan a esta nación; varios cientos de sus miembros ya han sufrido el pago con que Chile les agradeció el haber podido mantener nuestras cabezas sobre los hombros. Es imposible que quieran recibir, de nuevo, el mismo pago por liberar al país. Si desdeñáramos aquellas dos oportunidades, nos estaría quedando únicamente el recurso de amparo ante la corte celestial y con serias probabilidades de perderlo por tontos. 

Así las cosas, me he vuelto a enfundar en mi vieja y querida chaquetita azul, brillosa pero irreversible, y dispuesto a defender a nuestro querido Chilito de los comunistas y sus aliados, esos chaquetas reversibles cófrades de un mismo amasijo gelatinoso. Es cierto que intenté convencer a mi señora que el resplandor era mío, no de la chaqueta. Pero, tan buena ella, desde entonces se ha limitado a describirme los estragos psicológicos que ha estado provocando la pandemia del murciélago de Wuhan.