Chile y la torre de Babel

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política, Sociedad

Confundamos su lengua, de modo que no se entiendan los unos a los otros” (Gen 11:7). En el conocido relato de la Torre de Babel, la consecuencia inmediata de la confusión fue la falla en la comunicación y, posteriormente, el fin de un proyecto común de esa sociedad.

Al quiebre en las tradiciones que nos aunaban como un solo pueblo, una sola nación, se suma la pérdida de un lenguaje común entre los chilenos. Con ello, la harmonía y la búsqueda -consciente o inconsciente- de un objetivo común, se perdió. Esto es evidente al ver el funcionamiento aparente de la Convención Constitucional, en la cual se habla el lenguaje que le acomoda sólo a algunos; a aquellos que no encajan, se les silencia. En los registros que existen sobre lo que sucede en la Convención, son evidentes las pifias e interrupciones cuando Marinovic, Cubillos, Álvarez, entre otros, valientemente intervienen, evidencia clara de la pérdida de civilidad y de comunicación. Así mismo, la falta de transparencia en términos de la entrada de los medios de comunicación y la pauta de discusión diseñada para permitir la libre expresión sólo de algunos hace que la mentada Convención se desarrolle, en la práctica, en “cuatro paredes”, mismo mantra utilizado tan por las izquierdas para referirse al origen de la Constitución de 1980.

El uso y abuso de la cuestión indígena ha sido otro elemento que crea dificultades de entendimiento entre los chilenos, y, al mismo tiempo, promueve la segregación. En nuestro país cada chileno cuenta, pero cuando una institución que ha de redactar el texto constitucional no escatima en esfuerzos, polémicas y declaraciones en hacer alarde de la condición mapuche, que representa menos del 10% de la población nacional que se declara de esta etnia, deja en evidencia que no nos estamos entendiendo y que hay grupos étnicos privilegiados. Más aún, no es de extrañar que el activismo indigenista rompa el balance de armonía y cree un disgusto por los pueblos originarios, malestar que perfectamente podría haberse evitado. Así mismo, el uso del mapudungun en sesiones oficiales, independientemente de que haya un intérprete, no es un llamado a que se respete su lengua ancestral, sino un apelo a crear distinciones, atentando gravemente contra el principio de que somos una sola nación. El plurinacionalismo abre la peligrosa puerta para el surgimiento de movimientos nacionalistas que dañan el alma nacional y esteriliza el patriotismo que apunta a un horizonte común. Como señalara Charles de Gaulle “el patriotismo es cuando el amor a tu propio pueblo viene en primer lugar; el nacionalismo es cuando el odio por un pueblo diferente al tuyo viene en primer lugar”.

Será la casa de todos” rezaba el canto de sirenas que embelesó a tantos. No era la casa de todos, sino la de algunos y para lograrlo les era necesario hacer que la comunicación fuese lo más confusa posible, de manera que nos perdiésemos en la forma, mientras los ideólogos de la nueva Constitución se ocupasen del fondo. Para ello era necesario el lenguaje inclusivo -que no incluye, solo excluye- y el mapudungun -que no interpreta ni representa a la gran mayoría de los chilenos-. Para volver a entendernos, el uso del sentido común es fundamental pues trae a la realidad las mentes embrujadas de tanto discurso delirante y, al mismo tiempo, interpreta de manera fidedigna lo que realmente preocupa a cada chileno, reorientando el horizonte de la República.