Carabineros y Fuerzas Armadas en una encrucijada

Editorial Camerata | Sección: Política

En medio de una revolución que avanza inexorable, Carabineros recibe andanadas de calibre mayor. En La Araucanía operan cuatro organizaciones extremistas, que reúnen unos 200 combatientes en total. Y que al uso de escopetas han sumado armamento militar, como son los M-16. Estos fusiles de guerra se corresponden con los internados clandestinamente el año 1986 por la facción comunista Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que han podido conservarse en buenas condiciones y permitido un manejo más o menos diestro por los líderes de las guerrillas que maniobran en el sector.

Pero mientras estos weichafes (guerreros) reciben apoyos del Partido Comunista y de la Convención Constituyente, Carabineros no cuenta con los medios ni respaldos suficientes, no digamos para proteger a la población que sufre una estela de terror y destrucción en la zona sur, sino que incluso para defenderse a sí mismos. Ya no solo son atacados en terreno, físicamente y por medio de campañas psicológicas: el ámbito judicial es otro campo de batalla donde opera esta revolución violenta y legal a la vez. A las denuncias por exceso de fuerza contra manifestantes desenfrenados, agregase ahora una querella por ilícitos de lesa humanidad contra la población en medio de la crisis del 18-O. Según asesores cercanos al Jefe de Estado, la responsabilidad no pesaría sobre éste, sino que exclusivamente sobre los policías.

El problema adquiere una dimensión superior frente al riesgo de supervivencia que acecha a las Fuerzas Armadas y Carabineros, respecto a su actual configuración. Cómo puede ocurrir su desinstitucionalización, es algo que se entiende solo después de haberse alcanzado una comprensión cabal, ya no de los medios, sino de los fines ideológicos perseguidos por esta revolución, que no se agotan en desmantelar el “modelo económico”: llegan hasta deconstruir los “paradigmas” culturales del orden identitario vigente. El 18-O no destruye empresas representativas del modelo; incendia iglesias y profana banderas o imágenes de héroes. La consigna es acabar con los “metarrelatos” o con el “orden simbólico” imperante, según algunos de sus líderes intelectuales (François Lyotard y Slavoj Žižek).

Esgrimiendo lo “inclusivo” contra las diferencias (que todo sea in-diferente), repudian los binarios cielo-tierra, hombre-mujer, chileno-extranjero, autoridad-subalterno, adulto-niño, propio-ajeno, etc. Todo se con-funde y deben terminarse las separaciones tajantes y excluyentes de roles, géneros e identidades, para re-volverse en nuevos híbridos y “queers”. Por eso -en la lucha subliminal por las mentes- asociamos excrementos con papel Elite o la basura con toallas Noble. He ahí las A y K de los rayados murales, llamado a la Anarquía o el Caos tal como lo definió Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) en Metamorfosis: “Antes del mar, de la tierra y el cielo que todo lo cubre, la naturaleza tenía en todo el universo un mismo aspecto indistinto, al que llamaron Caos, una mole informe y desordenada, no más que un peso inerte, una masa de embriones dispares de cosas mal mezcladas” (ídem Génesis 1, 1).

Y hay sectores liberales convergentes en esto. En La sociedad Abierta y sus enemigos (1945) Karl Popper opuso las sociedades abiertas o “sin fronteras” con las “sociedades tribales” regidas por “fuerzas mágicas”, mismas cuyo sentido de pertenencia se basa en compartir una cosmovisión superior o cierta idiosincrasia, bajo una estructura vertical (como la milicia e iglesias). Lo que a su vez confluye con quienes propician la “democracia deliberativa” (Jürgen Habermas y John Rawls), que implica excluir cualquier orden fijo natural o basado en tradiciones: son antidemocráticas todas las “doctrinas comprehensivas” o concepciones metafísicas y creencias religiosas; un “diálogo racional” solo puede tener lugar cuando está desprovisto de toda ontología trascendente o postulados de esencialidad.

Consciente del alto impacto que poseen estas corrientes, que discurren en lo profundo de la realidad cultural y bajo la superficie de la crisis insurreccional, el analista Moisés Naím advertía el 2013 de esta “revolución de mentalidad” a gran escala que transcurre en la actualidad, que si no es encausada por la “gobernanza”, puede conducir a un estado generalizado de “anarquía y caos”. Ya lanzado el manifiesto por “democratizar la sociedad”, ninguna institución con los caracteres reseñados (iglesia, familia, colegio, milicia, etc.), que profesen algún ideario sustentado en valores o principios condignos con los abominados binarios (dios-hombre, padres-hijos, autoridades-subalternos, loable-indigno), puede sentirse a salvo: o se deconstruyen o perecen.

No es cosa de resistir solo los asedios contra cuarteles policiales y militares. Una reacción en el campo donde la filosofía y las leyes consiguientes asumen forma de armas, resulta más compleja para el Ejército, desde que su Comandante en Jefe proclamara el año 2004 un “Nunca Más”. Si esta renegación con el pasado se comunica aún hoy -sin matices ni distingos- como un deseo de marginarse de las “luchas y disputas internas” en el país, entonces el escenario presenta una debilidad actual, que depara una probable amenaza: entregar a los actores políticos la redefinición de unos conceptos matrices propios, vitales incluso, en circunstancias que suelen conducirse según las tendencias en boga. Como los partidos de derecha, cuyo comportamiento semeja al de un empresario que adapta su “oferta” a las “demandas” populares para subsistir en el “mercado electoral”.

Si aferrados a esta conducta dichos partidos abdicaron de sus propios ideales, una inferencia simple permite conjeturar para estas instituciones permanentes del país un futuro de color rojo.   

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Camerata, el viernes 30 de julio del 2021.