Nuestra actual situación (VIII)

Alfonso Hidalgo | Sección: Política, Sociedad

Recordemos que abordaríamos tres importantes acontecimientos actuales en los que es posible percibir cómo se están aplicando varias de las ideas que se han expresado anteriormente: la actual pandemia del Covid 19 (que se dividió en dos entregas), la migración y los crecientes desórdenes que se están produciendo al interior de muchos Estados. Hoy veremos el segundo y el tercero.

El uso de la inmigración como arma política

Si bien no se encuentra –que sepamos– vinculado al actual problema del Covid, otro fenómeno que viene a mostrar de manera también bastante clara la influencia de la tríada tantas veces mencionada (instancias internacionales, gobiernos y medios), es el de la inmigración, que abordaremos brevemente.

Debe reconocerse que las razones que llevan a la inmigración son dramáticas, siendo por ello uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, que por lo mismo, debe ser tratado de la mejor forma posible. Con todo, resulta evidente que cualquier estado, reino o imperio, debe resguardar sus fronteras adecuadamente si quiere mantenerse en pie. No solo por el bienestar de sus propios habitantes, sino también para no acabar siendo un lugar peor que aquel del cual provienen los propios inmigrantes. Esta es la razón por la cual la inmigración debe ser controlada, exigiéndose requisitos para la misma. 

En caso contrario, si las fronteras se abrieran de par en par a quien quisiera, ello generaría una desastrosa crisis social y económica y más temprano que tarde, el fin de ese país anfitrión, al ser invadido por poblaciones con otros intereses y culturas, a veces hostiles a la local.

Sin embargo, pese a ello, en los últimos años ha habido un poderoso movimiento en pro de la inmigración global, entendida como un “derecho humano” absoluto, que le permitiría a cualquier persona decidir con total libertad y éxito, dónde vivir. En el fondo, subyace a este planteamiento la idea del fin de las nacionalidades, al considerar que todos somos “habitantes del mundo” y que los Estados no pueden poner requisitos ni trabas a este proceso. De ahí que no resulte extraño que todo esto sea incentivado desde las instancias internacionales.

Es por todo lo dicho que la inmigración descontrolada, concebida como un “derecho humano”, se ha convertido en la forma moderna de invadir países –y nuevamente es imposible no relacionarlo con la Agenda 2030–, en teoría de manera pacífica. Con la agravante que al estar escudada por los “derechos humanos”, deja a los estados indefensos ante ella. Mas, resulta evidente que tal como está hoy concebida, permitiría entrar a un país incluso a todo un ejército invasor camuflado que, cual caballo de Troya, podría proceder a la conquista del mismo desde dentro, o al menos a su desestabilización mediante el terrorismo organizado.

Lo importante es que todo este movimiento cuenta con la “autorización” dada por los “derechos humanos” emitida por organizaciones internacionales, la complicidad de los gobiernos entregados al sistema y la propaganda de los medios de comunicación y redes sociales. Todo lo cual va convenciendo a buena parte de la población de que cualquier regulación o requisito que se exija a la misma constituye una inaceptable arbitrariedad.

De manera menos dramática pero no por ello carente de importancia, una inmigración descontrolada y a gran escala produce una grave desestabilización de las sociedades receptoras, al tener que hacerse cargo de las apremiantes necesidades de grandes masas de población nueva, muchas veces llegadas en unos pocos años. 

A lo anterior se añade la oscura y muchas veces ignorada labor de las redes y organizaciones de tráfico de personas, que lucran descaradamente de esta situación, situación que suele relacionarse con la explotación sexual, el contrabando de drogas o armas y otras actividades por el estilo. Ello, al margen de diversos problemas de marginación e inestabilidad social que se producen gracias a este fenómeno.

Todo lo dicho hace que la presión sobre los sistemas fiscales del país receptor pueda hacerse intolerable, al tener que costear sus ciudadanos todas estas prestaciones a las que los “derechos humanos” obligan para con los inmigrantes. Esto sin considerar los problemas que trae para la economía, al serle imposible absorber toda esa nueva mano de obra –ya que ni siquiera tiene la capacidad de dar empleo a la totalidad de sus propios ciudadanos–, al margen de otros problemas como el trabajo ilegal. Situación que se agrava sobremanera en la actualidad, si se toma en cuenta la grave crisis económica que se ha producido con motivo del Covid. 

Sin embargo, pese a lo antes dicho, la visión oficial y la labor de las organizaciones internacionales, de los gobiernos nacionales y los medios de comunicación, no han cejado en su impulso y apoyo a la migración masiva, lo que a la postre sólo puede traer más pobreza e inestabilidad a los países receptores.

Más aún: hoy se está dando el absurdo que en virtud de los “derechos humanos”, se estaría obligando a los Estados (y a esta clase dirigente entregada a las instancias internacionales) a tratar incluso mejor a los inmigrantes que a los propios ciudadanos que los han elegido y que mantienen al sistema funcionando con sus impuestos. En este sentido, se da el absurdo que los migrantes tienen más derechos que los nativos, pese a que estos últimos son los que financian estas dádivas, con lo cual los primeros terminan beneficiándose con unos frutos que ellos no han contribuido a generar. Situación que termina siendo un poderoso imán o factor que atrae a más inmigrantes, agravando por ende el problema.

Al mismo tiempo, esta población huésped termina siendo por regla general, una agradecida incondicional de los sectores políticos que han facilitado su llegada al país, generándose a la postre un conocido y nefasto clientelismo, que nada bueno puede traer para el Estado anfitrión.

Por último, este llamado global a la inmigración hace que los países de origen pierdan capital humano, coartando aún más sus posibilidades de salir de la pobreza.

Como corolario, lo importante es que toda esta situación debilita a los Estados receptores, al generar una pesada carga para los mismos, así como una gran inestabilidad social, todo lo cual incrementa la pobreza de estos países. Además, es una muestra más del poder que están adquiriendo sobre ellos las instancias internacionales.

Los crecientes desórdenes que se están produciendo al interior de muchos Estados

Por último, y si bien se habló de este fenómeno a propósito de la crisis de la democracia, se ha creído necesario mencionar el grave problema de las crecientes y cada vez más desatadas manifestaciones violentas que están afectando a tantos países, sobre todo occidentales, donde nuevamente se percibe la influencia nefasta de las organizaciones internacionales, los gobernantes y los medios.

Debe recordarse que los “derechos humanos” se han convertido tanto en la excusa como el escudo perfecto para estos actos de vandalismo. Ello explica que las autoridades no quieran o no puedan hacer prácticamente nada para enfrentar esta grave situación, al estar sus participantes amparados por una especie de invulnerabilidad generada por esos derechos.

En este sentido, los peligros que conlleva este fenómeno para la estabilidad y el normal funcionamiento de los países resulta manifiesto, al violar de manera flagrante el estado de derecho y pretender imponer en su interior la ley de la selva, atentando de paso contra las reglas de cualquier democracia mínimamente decente. Así, se da el contrasentido que los actuales “derechos humanos” están utilizándose para destruir las actuales democracias y el funcionamiento de nuestros sistemas legales.

De esta manera, un aspecto que conviene resaltar, es que protegidos y legitimados por estas instancias internacionales, gobiernos entreguistas y medios de comunicación, estos grupos violentos se están convirtiendo en los nuevos ejércitos urbanos de nuestro tiempo, pues su actuar, su financiamiento y la planificación subyacente, muestran muy a las claras que no se trata de un fenómeno espontáneo, por mucho que quiera presentárselo bajo esta apariencia. 

Igualmente, reafirma lo anterior el hecho evidente que estas turbas enloquecidas y peligrosas, se encuentran financiadas, armadas y organizadas por oscuras entidades ya sea nacionales o internacionales. De ahí que reafirmemos nuestra convicción en cuanto a considerar que son los ejércitos modernos, infiltrados dentro de nuestros Estados y que además, poseen una peligrosa inmunidad que los hace intocables gracias a los “derechos humanos” de origen internacional y la complicidad de las clases gobernantes y de los medios de comunicación. 

Todo lo dicho hace que nuestras sociedades se encuentren casi indefensas ante sus ataques, porque cualquier reacción que se produzca ante ellos, por muy lógica y justa que sea, será inevitablemente condenada en nombre de los “derechos humanos”, considerándola una inaceptable violación de los mismos. Ello explica también la grave campaña de desprestigio y de desfinanciación que existe en la actualidad contra la fuerza pública.