Más que meras anécdotas

Gonzalo Cordero M. | Sección: Política

El inicio del funcionamiento de la Convención Constituyente está lejos de ser auspicioso: violencia, falta de respeto a los símbolos patrios y a las instituciones, ausencia de las formas mínimas que permitirían el trabajo eficaz de un órgano colegiado. Desde afuera se observa que predomina el fanatismo, el grito destemplado, exactamente lo contrario de lo que es la esencia de la democracia constitucional.

Nada de esto me sorprende, pero sí asombra el voluntarismo de quienes quieren seguir creyendo que estamos frente a una oportunidad y no frente a una creciente amenaza a nuestra libertad. La presidenta, contrariando el principio esencial del Derecho Público, sostiene que no puede negarse a discutir el cambio del quorum de 2/3; el vicepresidente le atribuye a la Convención la calidad de Poder del Estado, despropósito incomprensible en un abogado de su formación, salvo que se entienda en el marco de una agenda política para expandir de hecho el poder de los convencionales; al segundo día el edificio donde se reunieron estaba “rodeado” por manifestantes que agredieron a uno de los representantes de Vamos por Chile. 

Es imprescindible abandonar el buenismo, a estas alturas francamente irresponsable, y hacerse cargo activamente de que cada una de estas acciones es mucho más que una mera anécdota; cada una de ellas tiene un profundo contenido conceptual y simbólico, cada una de ellas es inaceptable en un Estado democrático de derecho. Si las permitimos en silencio o con la frivolidad del que mira con el desapego de su comodidad atávica, podemos encontrarnos en unos pocos meses o años en el vértigo de un tobogán que nos devolverá a la América Latina de la pobreza, los cuartelazos, la violencia como método de acción política y el odio como patrón de las relaciones sociales.

Seguimos teniendo un sistema democrático, con prensa libre, con libertad de expresión, un país en que los ciudadanos podemos debatir, confrontar ideas, denunciar el uso arbitrario del poder público. Este es el momento de ejercer esos derechos o de arriesgarse a perderlos anestesiados por la marea de la “buena onda” que nos impide tener un juicio crítico de todo el que se viste con algún ropaje de diversidad o de víctima de las estructuras sociales.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, como carta al director.