Juventud, héroes y tontos útiles

Joaquín Muñoz L. | Sección: Historia, Política, Sociedad

En sí, las efemérides no son una noticia, pero sí pueden ser parte de una, dependiendo de cómo sea la situación de la sociedad que recuerde un determinado hecho histórico.  Este principio es desgraciada y perfectamente aplicable al Chile de hoy.  Somos testigos impotentes de cómo nuestra república se cae a pedazos, todo por culpa de actores políticos sin el más mínimo sentido de patriotismo y de deber cívico.  Este mes de julio es un triste ejemplo de lo mencionado porque hay dos efemérides fundamentales en nuestra historia que, como contraparte, desnudan el actual proceso de decadencia: el Primer Congreso Nacional, inaugurado el 4 de julio de 1811, y la Batalla de La Concepción, ocurrida los días 9 y 10 de julio de 1882.

El Primer Congreso Nacional fue un ejemplo de civismo que se celebró como una verdadera fiesta republicana, todo lo contrario a la actual Convención Constituyente, celebrada como un ejemplo de matonaje cívico, una institución viciada desde sus orígenes.  Quiso el destino que ambas instituciones se inauguraran el mismo día.  Por su parte, la Batalla de La Concepción está ligada a la génesis de la Convención Constituyente, mejor dicho instituyente, en que ambas se deben a los jóvenes, pero a jóvenes muy distintos.  Se trata aquí de cuán influyente puede ser el compromiso juvenil, pero también de cuán positivo o negativo puede ser según los valores en los que se funda.

Los jóvenes detrás de la aventura constitucional consiguieron su objetivo con métodos moralmente reprochables.  Ellos destruyeron propiedad pública y privada, insultaron, agredieron, mataron, chantajearon, etc.  Todo para torcer la voluntad popular.  El presidente Piñera llegó a La Moneda comprometiéndose a no reemplazar la Constitución, pero forzado por los hechos de violencia, terminó cediendo.  En todo caso, no debemos obviar su falta de valor para cumplir su palabra.  Estos juveniles actores no tienen nada de respeto por la democracia ni por las virtudes republicanas.  Con su actuar, llevaron al extremo dos malas prácticas políticas, propias de Estados fallidos, casi cavernarios: la oclocracia y la demagogia.  Por ende, impropias de un Estado como el nuestro, que tenía como meta cercana salir del subdesarrollo.

Dichas prácticas siempre han existido y siempre existirán.  Con frecuencia, hay activistas minoritarios que, usando la violencia, consiguen sus fines, por ejemplo, cambiar una ley, pero empezar un proceso constitucional son palabras mayores.  Este proceso, que es más un proceso instituyente que pretende “refundar” el país, sin duda, tendrá un mal fin.  Nació mal.  Se sustentó en la oclocracia, el gobierno de la muchedumbre enardecida, en este caso, compuesta principalmente por jóvenes.  Ellos se llenaban la boca vociferando en nombre de la democracia, pero su violencia derivó en un proceso político en que el gobierno elegido incumplió su palabra, es decir, demagogia, destinada a las masas vociferantes que, poco a poco, lo fueron colmando todo.  Este vicio siempre es dañino, pero en la forma en que lo sufrimos ahora, no se puede saber cuánto lo sea.  Podríamos desaparecer como Estado-nación, solo pensemos en las demandas de algunos constituyentes, muy “representativos” por su alta votación, menos de 1000 votos.

En palabras simples, hay jóvenes verdaderamente negativos para la sociedad.  Ellos son capaces de destruir en poco tiempo lo que generaciones han construido con esfuerzo.  Capaces de traicionar todo tipo de bien espiritual.  La destrucción de escuelas, monumentos e iglesias son un gran ejemplo.  Un atentado directo a un concepto elevado: la trilogía de sabios, héroes y santos.  Ellos son verdaderas lacras sociales.

Y, a propósito de héroes, por el contrario, los jóvenes de La Concepción son un ejemplo de virtudes.  Ellos se sacrificaron por su patria, por un bien superior.  Su compromiso fue tal, que decidieron dar su vida por honor.  Muchos deconstructivistas –consciente de su filiación o no- dicen, con vileza y estupidez, que estos héroes murieron simplemente porque no tenían salida, no tenían otra opción.  Nada más errado: el Coronel Juan Gastó, oficial a cargo de las tropas enemigas, les intimó a rendirse, respetando todos sus derechos de prisioneros de guerra, cosa rechazada por el Capitán Ignacio Carrera Pinto.  También dan fe de esta disposición los testigos neutrales (un español y un italiano), quienes comentaron que los últimos soldados en morir, bajo el principio de “un chileno no se rinde”, respuesta dada a los pedidos de rendición, optaron por salir en una carga a la bayoneta.  Simplemente, no hubo intención de rendirse.

El Juramento a La Bandera se realiza el 9 de julio en conmemoración de esta gloriosa gesta y el 10 de julio fue declarado el “Día de La Juventud” por el presidente Augusto Pinochet.  Obviamente, hoy es una efeméride del “pasado”, sería demasiado pedirle a ciertos jóvenes que tuvieran valores, si no, no irían a las protestas violentas ni entrarían en lo que Lenin llamaba, en privado, “tontos útiles”.

Los soldados chilenos que murieron en La Concepción eran muy jóvenes.  En total, fueron 77, el Capitán Ignacio Carrera Pinto tenía 34 años, el mayor de todos, pero la gran mayoría, entre 17 y 21.  Ésta es la razón por la cual ellos deben ser un referente, en particular, para la juventud.  Teniendo toda una vida por delante, optaron por morir cumpliendo su deber.  No obstante, también los adultos podrían verse en ellos.  Entre tanto “servidor público”, ¿habrá 77 personas tan abnegadas?  Es muy posible, pero, sin duda, entre el Congreso, la Convención Constituyente y el Gobierno… mejor no hablar.