El crecimiento económico y la estabilidad política

Jorge Pérez | Sección: Política, Sociedad

Uno de los problemas con el liberalismo económico es que no valora de manera realista los potenciales peligros políticos futuros del crecimiento económico presente. Para promover la inversión privada en la economía, el liberalismo económico subvalora las externalidades que en el futuro pueden envenenar la convivencia política en la sociedad.

El término neoliberalismo se usó por conveniencia en el siglo XX para desmarcar a los liberales del liberalismo clásico del siglo XIX, que había justificado el uso de la esclavitud para promover el crecimiento económico. Pero el cambio de nombre no cambió el sesgo procrecimiento del liberalismo económico. 

El marxismo trata de solucionar el problema de las externalidades sociales del crecimiento económico liberal, con una cura que es peor que la enfermedad. Eliminan los derechos de propiedad en la economía para redistribuir la riqueza privada, y dejan la inversión en manos de un estado faraónico que hace un pésimo uso de los recursos de la sociedad. En parte porque no hay mercados que entreguen información objetiva sobre las necesidades reales de la sociedad. 

El liberalismo económico opera con mercados competitivos que entregan información realista sobre los precios. Pero, para incentivar la inversión, muchas veces se permite a los inversionistas manipular precios, usando el mercado para traspasar costos y apropiarse de beneficios. Esto puede ser muy sutil. Por ejemplo, permitiendo a los inversionistas inmobiliarios de facto diseñar los planos reguladores. 

Los países desarrollados tienen sistemas políticos responsables, que son capaces de evaluar de manera realista los beneficios económicos presentes y costos sociales futuros. Así han logrado contener los peligros sociales de los riesgos para la sociedad producto del crecimiento económico desbocado.

El problema con los países en vías de desarrollo, como Chile, es que los sistemas políticos están en manos de marxistas fanatizados con la igualdad o liberales fanatizados con el crecimiento. No hay equilibrio. Es más, en Chile la izquierda usó el crecimiento económico con la concertación para forzar a la sociedad a subsidiarles su sobrevivencia política, e incluso su patrimonio económico. Claramente los incentivos para “pichicatear” inorgánicamente el crecimiento económico eran perversos y políticamente no sostenibles. 

Las buenas oportunidades de inversión en la economía chilena no son infinitas. Chile no es Japón, y no puede atraer las inversiones que requiere de sociedades altamente productivas como Japón. Chile tiene problemas serios con la idiosincrasia de su capital humano. Esto es un factor limitante para que Chile pueda ser tan productivo como Japón. Entonces, las buenas oportunidades de inversión en la economía chilena generalmente son el producto de las ventajas competitivas de sus recursos naturales en mercados internacionales. Estas oportunidades de inversión son exógenas a la realidad de la idiosincrasia de la sociedad chilena. Hoy, la tendencia en la economía chilena es compensar la baja productividad trabajando más horas con el mismo salario. Esto está destruyendo la calidad de vida de los chilenos que trabajan para la economía real. Pero, si esto fuera poco la economía real tiene que subsidiar un estado caro y muy poco productivo, donde la gente trabaja de manera menos competente con mejores salarios. 

Para un economista neoliberal no hay crecimiento económico políticamente peligroso. Pero para un país subdesarrollado el crecimiento económico puede ser socialmente tóxico. Especialmente si este crecimiento económico tiene como objetivo comprar popularidad a una clase política corrupta, y financiar un estado faraónico capturado por una izquierda marxista que no valora la estabilidad política. 

No creo que la solución al problema político del liberalismo económico sea renegar de un pasado esclavista, porque la esclavitud no es un fenómeno exclusivo de esas economías liberales. Es más, el liberalismo finalmente logró eliminar la esclavitud de manera formal y funcional. Entonces, es mejor asumir estos errores y aprender de ellos. Una de las lecciones de los errores del liberalismo económico pasado, es que el crecimiento económico debe ser políticamente sostenible. Es decir, el crecimiento económico presente está al servicio de la estabilidad política de largo plazo de la sociedad. Por eso, siempre me sorprende cuando los economistas chilenos de derecha hablan de crecimiento económico, sin considerar los potenciales problemas políticos que pueden explotar en el futuro. 

En los países desarrollados el sistema político controla a los liberales clásicos y a los marxistas. Pero en los países en vías de desarrollo, el problema es que el sistema político está lleno de descriteriados e incluso corruptos. Incluso se da la tormenta perfecta de marxistas tercermundistas controlando el sistema político del estado, y liberales tercermundistas controlando el sistema económico del mercado. Las negociaciones entre ambos no van a ser socialmente óptimas. 

¿Por qué los países desarrollados logran un crecimiento económico responsable sin generar externalidades sociales de largo plazo como revoluciones que te obligan a salir arrancando del país? Porque tienen poblaciones con un capital humano capaz de promover líderes políticos y económicos con el sentido común de un país desarrollado.

En Chile hay que comulgar con ruedas de carreta. Si no te arrodillas ante el altar de la disminución de la desigualdad, eres de derecha. Si no te arrodillas ante el altar del crecimiento económico, eres de izquierda. 

Los chinos comunistas están tratando de solucionar el problema político de las externalidades sociales del explosivo crecimiento económico liberal con la asfixiante estabilidad política de una tiranía marxista. Han logrado un crecimiento económico liberal con la estabilidad política de un estado totalitario, gobernado por el partido comunista, que controla los recursos del país. 

El recurso más valioso de los comunistas chinos son los trabajadores chinos, que son explotados como esclavos en un infierno de contaminación tóxica. Ese es el crecimiento económico liberal al servicio de la estabilidad política marxista. Las externalidades económicas y políticas del crecimiento económico explosivo las pagan en silencio los trabajadores chinos, uno de los pueblos más industriosos de la humanidad desde tiempos inmemoriales. El partido comunista explota a los trabajadores chinos para generar el crecimiento económico que necesita el partido comunista para dominar los mercados internacionales. El objetivo del partido comunista chino es generar riqueza para conseguir objetivos geopolíticos. Es preocupante que China haya elegido poner infraestructura de doble aeroespacial en Neuquén frente a la Araucanía, donde la cordillera de Los Andes se hace porosa a la infiltración. 

La derecha económica izquierdizó el sistema político para poder producir riqueza legítimamente con un crecimiento económico socialmente tóxico. Entonces el país subsidió con su inestabilidad social de largo plazo la acumulación de riqueza de un grupo de empresarios poderosos. Ahora que estas externalidades sociales reventaron el sistema político del país, este grupo de empresarios quiere salvar su riqueza negociando el control del estado con la extrema izquierda. 

Chile no tiene una derecha funcional. Tiene una derecha mercenaria, que usa un discurso liberal para esconder intereses bastardos. La derecha chilena no fue capaz de proteger la estabilidad política de largo plazo de la sociedad chilena. Es más, el gobierno militar entregó el país a los empresarios, y estos cuando pudieron entregaron el país primero a la izquierda y luego a la extrema izquierda. 

Chile no puede seguir subsidiando la acumulación de riqueza de grupos económicos poderosos que no son capaces de diferenciar sus intereses económicos privados de los intereses trascendentes de la sociedad chilena. Chile no puede sobrevivir con una derecha al servicio de la acumulación de capital de los grandes empresarios. Chile necesita una derecha capaz de controlar el apetito insaciable de crecimiento económico de los empresarios que buscan rentabilidades tóxicas en un país con muy baja productividad producto de problemas culturales sistémicos de su población. Someter a la sociedad chilena con todas sus pifias a la disciplina monetaria de un capitalismo financiero agiotista es políticamente suicida. Tratar el país como una vaca lechera para explotar el potencial económico de sus recursos naturales es llevar al país a una guerra civil. 

Chile no es Suiza. Los chilenos no tenemos una idiosincrasia calvinista capaz de organizar la sociedad con un trabajo productivo y honesto. Todavía no. Forzar a los chilenos a trabajar como chinos para compensar su baja productividad no es políticamente realista en una democracia representativa. Por un tiempo se puede corromper la representatividad del sistema político, pero tarde o temprano la extrema izquierda va a lograr la representatividad necesaria para apoderarse del estado. 

Hoy la extrema izquierda está a pasos de recalibrar el sistema político del país con una nueva constitución, que les puede permitir regular un proceso revolucionario de mediano plazo desde el estado. Es decir, regular un proceso revolucionario desde el estado para finalmente poder ganar una guerra civil. 

¿Por qué la extrema izquierda necesita ganar una guerra civil? Porque el único poder institucional que les impide apoderarse del estado chileno de manera permanente es la capacidad militar de las fuerzas armadas y carabineros. Entonces necesitan degradar institucionalmente a las fuerzas armadas y carabineros, para que en última instancia no puedan frustrar el proceso revolucionario de la extrema izquierda. 

Si por esas vueltas de la historia la sociedad chilena logra sobrevivir este proceso revolucionario institucionalizado en el estado chileno, no podemos volver a entregar el país a la lógica políticamente irresponsable del crecimiento económico socialmente contaminante. El crecimiento económico tiene que estar alineado con la realidad del capital humano de la población chilena.