De expertos a intelectuales

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Sociedad

Expertos e intelectuales, otrora escasos, hoy los hay por montones. Las condiciones de la nación cambiaron, las oportunidades de estudio aumentaron y las posibilidades de perfeccionamiento y el avance en los estudios de posgrado, nacional y en el extranjero, también aumentaron, lo cual es de gran importancia para el desarrollo del capital humano especializado que la nación requiere para insertarse en un mundo que avanza en complejidad. Es absolutamente meritorio y loable el importante incremento en el nivel de especialización de nuestra gente, sin embargo, esto no es sinónimo de un proporcional aumento del virtuosismo, ni menos aún de la sabiduría.

Existe una cierta confusión en la que se da la falsa idea de que la cantidad de diplomas que alguien posee, otorga -casi por gracia-, un carácter moral superior para el individuo: si tiene magister, estupendo, si tiene Ph.D., mejor; si tiene dos Ph.D., ¡mejor aún! Lo que olvidan es que ningún grado académico es capaz de otorgar una estructura valórica y moral, menos aún, sabiduría y virtud, preciosos valores que todo ser humano, después de Dios, debería buscar incansablemente. Aristóteles, en su Ética Nicomaquea, nos recuerda “la virtud, como más ilustre cosa y de mayor valor que toda cualquier arte” (Libro II, Capítulo VI) y nos enseña que la virtud se halla siempre en un justo medio. El hombre virtuoso (valiente, por ejemplo) sabe elegir entre un defecto (la cobardía) y un exceso (la temeridad) para actuar correctamente (con valentía), según las circunstancias. Y el habituarse a hacerlo, le ayuda a distinguir con facilidad el bien que debe ser perseguido, para sí mismo y para los demás. Agrega Aristóteles: “tomar el medio, es ganar honra y acertarlo, las cuales dos cosas son propias de la virtud”

En medio de tanto discurso plurinacionalista que sólo tiende a la segregación, ¡qué falta hace el camino del medio!, no en el sentido de tendencia política que aúne “un poco de cada lado”, sino en aquel que apunta al bien común de la nación. En ese sentido, el contar con infinidad de diplomas y posgrados en personajes que están en la esfera pública, que no buscan precisamente ese medio virtuoso, por momentos más parece que sirven como una plataforma visual de un pseudo virtuosismo.

El virtuosismo al cual todo ser humano debería apuntar es a poseer un vasto conjunto de cualidades que lo conviertan en una mejor persona, destacándose en aspectos que transciendan de su pequeña área de especialización. Ahí tenemos la paciencia, la mansedumbre, la fortaleza, la prudencia, entre otras tantas virtudes, detalladas por el Apóstol Pablo en sus epístolas, que encarnadas en su conjunto, las vemos en una persona carismática (poseedora de carisma o gratia), es decir, rica en regalos o dones espirituales… 

De acuerdo con Santo Tomás de Aquino, la felicidad es la contemplación directa del creador, lo cual se consigue, en parte, por la práctica de la virtud, que se alcanza cuando el individuo desarrolla apropiadamente sus facultades. Por tanto, el tener títulos universitarios debajo del brazo, sin desarrollar plenamente todas las facultades humanas trae, como consecuencia, el ser una persona pobre en virtuosismo, incapaz de gobernar a otros y esclavo de una reputación que se sostiene apenas en meros papeles o certificados. De ahí a caer la vanidad y al tratar de llamar la atención por lo que se tiene y no por lo que se es, hay un paso. 

Esto lo vemos mucho en la esfera pública. Hay una sobrevaloración de aquellos individuos con estudios de posgrado, pero que al mismo tiempo son pobres en virtudes y valores. Y, en realidad, son éstos los que verdaderamente marcan la diferencia. Pero no parece importar a nadie. Los medios hacen hincapié en sus títulos, elevándolos a la pomposa categoría de “expertos”, sin darse cuenta de que un individuo puede ser altamente especializado en un área del saber, pero al mismo tiempo ser un ignorante. Me refiero a personajes como Loncón, Atria, Sichel, entre otros tantos. Aunque los mencionados no hacen personal alarde de sus conquistas académicas, sus fan club los siguen obnubilados por sus diplomas, como si eéstos fuesen garantes de la integridad moral, de la verdadera búsqueda del bien común, del compromiso con la ciudadanía en su totalidad y del respeto para con los principios de la República de Chile que de ellos se espera pues, siendo personajes públicos, están llamados a servir y no a ser servidos.

Es en la integridad de los principios, en la sabiduría, en la búsqueda del bien común y en el actuar virtuoso, en lo que reconocemos un verdadero líder. Sin menospreciar el valor del perfeccionamiento intelectual, no lo confundamos con el verdadero sabio, quien -en definitiva- hace la diferencia. En tiempos de elecciones, identifiquemos aquel líder. Aquel que brille por su rectitud, compromiso y virtud.