Cuba (I): Su exasperante estabilidad política

Gastón Escudero P. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Tal vez el logro más innegable de la revolución cubana sea la estabilidad política que la isla exhibe desde 1959, entendiendo por tal la mantención del mismo régimen de gobierno por más de 60 años. 

Después de su independencia de España en 1898, Cuba se sumergió en un período de gobiernos frágiles, pronunciamientos y golpes militares y una fuerte dependencia de Estados Unidos, hasta que en 1952, Fulgencio Batista, un militar que venía interviniendo en la política del país desde 1933, encabezó un golpe de Estado iniciando un gobierno de facto. 

La dictadura de Batista se caracterizó por una fuerte restricción de las libertades políticas, el aumento del gasto público y su consiguiente déficit presupuestario, la disminución de las reservas internacionales, la corrupción y la mala administración. Sin embargo, la situación económica no era mala en términos comparativos. El país dependía de los capitales americanos y de la producción de azúcar. Ello permitió que en los años 50 el país gozara de superávit comercial, de una industria relativamente diversificada y de interesantes índices socio económicos; por ejemplo, era el tercer país con mayor esperanza de vida de América Latina; contaba con la red de teléfonos, telégrafos y radios más importante de la región; y la alfabetización alcanzó el 74% en 1959 (el promedio de la región no alcanzaba el 50%). Pero, al mismo tiempo, existían factores que alimentaban el descontento en la población: falta de libertades políticas, corrupción y, hacia fines de los años 50, deterioro de la situación económica con alto desempleo. Además, su origen extra institucional motivó una resistencia armada que derivó en una fuerte represión con muchas víctimas fatales (alrededor de dos mil). Y tal vez lo más importante, la persistencia desde 1956 de un movimiento guerrillero que, aunque pequeño, contaba con líderes convencidos y carismáticos que Batista subestimó. Durante 1958, la presión de Estados Unidos y varios fracasos militares de las fuerzas del gobierno precipitaron la caída de Batista: este abandonó el país el 1° de enero de 1959. La revolución cubana había triunfado.

Un civil, Manuel Urrutia, juez y hombre moderado, fue proclamado presidente en calidad de Jefe de Estado. El principal líder de la revolución, Fidel Castro, fue nombrado Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y Primer Ministro. Si bien la intención del nuevo gobierno era reponer el orden democrático, pronto ocurrieron hechos que apuntaban en la dirección contraria. Desde su posición como Primer Ministro, Fidel incrementó su influencia y tomó medidas tendientes a concentrar el poder: suspendió el proyecto de elecciones libres (contra la opinión del presidente Urrutia); suspendió la vigente constitución de 1940 (y por tanto de los derechos fundamentales) para gobernar por decretos; apartó del gobierno a los demócratas reemplazándolos por comunistas; inició una reforma agraria; concentró la totalidad de las facultades legislativas en el gabinete ministerial… Pero, quizás, lo más sintomático fue la dura represión que ejerció, primero, en contra de los antiguos partidarios de Batista: los procedimientos judiciales se llevaron a cabo con evidentes irregularidades (juicios populares en un estadio con 18 mil personas exigiendo ejecución de los acusados), que condujeron a que en los primeros cinco meses, unas 600 personas fueran condenadas y ejecutadas; luego, la represión se extendió a cualquiera que, con o sin pruebas, fuese considerado contrario a la revolución. 

En ese contexto, el poder e influencia del presidente Urrutia, contrario al comunismo, fue menguando hasta que en julio renunció. Entonces, Castro quedó con todo el poder en sus manos y de forma indefinida, dada la suspensión del proyecto de elecciones libres. Cuba entró así en un régimen totalitario unipartidista y, como decantaría en los meses siguientes, de orientación marxista. Una vez consolidado en el poder, Castro se abocó a ganar el favor del pueblo y eliminar toda disidencia haciendo encarcelar a quienes mostrasen desacuerdo con su gobierno. Para esto, puso a su hermano Raúl a cargo del Ministerio de Defensa y creó un aparato llamado Departamento de Seguridad del Estado, a cargo de liquidar a la guerrilla opositora, infiltrar a grupos opositores y otras acciones de control de los ciudadanos. Ello provocó el distanciamiento de varios de los protagonistas de la revolución que, al no estar de acuerdo con la conducción de Fidel, serían objeto de encarcelamiento y ejecución. 

El desengaño con el curso del gobierno motivó la formación de una resistencia armada conformada por antiguos revolucionarios y campesinos que se opusieron a la reforma agraria. Los combates se prolongaron por cinco años durante los cuales la guerrilla fue diezmada. Sólo en la cárcel de la zona de Escambray —donde muchos campesinos se habían unido a la guerrilla— fueron fusilados más de mil contra revolucionarios (en toda Cuba, durante la década de los años 60, entre 7 y 10 mil personas fueron ejecutadas). La represión ejercida para afirmar el régimen revistió múltiples formas: ejecuciones y fusilamientos sin debido proceso; vigilancia política a nivel de barrios; control de los sindicatos por el gobierno; clausura de todos diarios opositores; restricción de la libertad de culto; cierre de todos los colegios religiosos y confiscación de sus edificios; expulsión del país de sacerdotes y religiosos; persecución de opositores, homosexuales y creyentes…

Una medida particularmente odiosa fue la creación de los Comités de Defensa de la revolución (CDR). Para cada manzana, se nombraba un grupo de personas encargadas de vigilar y denunciar las actividades contra revolucionarias de quienes vivían allí. Así se le hizo sentir a la población que el régimen estaba al tanto de todo lo que ocurría incluso al interior de las casas. Aún hoy, Los CDR realizan actos masivos de repudio ante las casas de opositores con insultos, pedradas y pintadas de consignas, sin que la familia agredida cuente con auxilio policial. El resultado de estas acciones no es sólo el daño moral a las víctimas, sino la desconfianza y el odio que se despierta entre los vecinos, lo que se traduce finalmente en la disolución del tejido social. Sin embargo, la estrategia de Fidel tenía también una cara amable. Para ganarse el favor del pueblo tomó varias medidas con el fin de mejorar las condiciones de vida: fijación de precios, rebaja de los precios de artículos y servicios de primera necesidad, creación de empleos públicos, alzas de salarios. 

En el ámbito de las relaciones internacionales, el gobierno se apresuró a establecer vínculos con la Unión Soviética. En noviembre de 1959, Fidel nombró a su compañero de armas Ernesto “Che” Guevara a cargo del Banco Nacional, con lo que este pasó a ser el encargado de la política económica hasta 1965. Sus directrices fueron, a grandes rasgos, imitar el sistema económico soviético de planificación central, dejar atrás el monocultivo de azúcar diversificando la producción agrícola, y fomentar el desarrollo industrial. En febrero de 1960, firmó un acuerdo con el líder soviético Nikita Jrushov por el que la Unión Soviética se comprometió a comprar azúcar a precios superiores a los de mercado, y a vender a Cuba tecnología, petróleo, acero, aluminio y productos químicos soviéticos. Finalmente, en mayo de ese año, el gobierno cubano restableció oficialmente relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. 

Paralelamente, Castro fue marcando distancia de los Estados Unidos aplicando medidas hostiles a las inversiones americanas en Cuba. En junio de 1960, expropió las compañías petroleras y, en agosto, hizo lo mismo con todos los bancos americanos, varios ingenios azucareros, destilerías, cines y comercios. En octubre, el gobierno norteamericano prohibió las exportaciones a Cuba excepto comida y medicamentos; fue el inicio del “embargo” que aún persiste y al que el régimen cubano siempre ha culpado de sus problemas económicos. En reacción, Cuba expropió el resto de las empresas norteamericanas y, en enero de 1961, el gobierno de Eisenhower respondió rompiendo relaciones diplomáticas. Fidel se había movido con habilidad: cuando estuvo seguro del apoyo de Moscú. no le importó romper con Washington. 

En abril de 1961 ocurrió un hecho que ahondaría aún más el quiebre con Estados Unidos: mil quinientos exiliados cubanos, apoyados por el gobierno norteamericano, iniciaron un intento de invasión a Cuba efectuando un desembarco militar en una zona llamada Bahía de Cochinos, con la intención de establecer un área libre, crear un gobierno provisional y obtener el reconocimiento de la comunidad internacional, pero fracasó estrepitosamente al cabo de cuatro días. Al día siguiente del inicio de la operación, Fidel declaró que la revolución era socialista marxista, aunque los hechos lo venían mostrando hacía rato. 

En el ámbito económico, el apoyo soviético permitió que en 1961 Cuba gozara de una cierta expansión, pero en 1962 la economía cayó y la escasez de alimentos y de productos básicos llevó a decretar congelamiento de precios y racionamiento mediante una cartilla de productos básicos (que sigue vigente). Guevara intentó cambiar el rumbo, decretando una segunda reforma agraria que no hizo sino empeorar la situación. En 1964, los asesores soviéticos aconsejaron abandonar la política de diversificación y aprovechar la ventaja comparativa del azúcar. El cambio implicó que en marzo de 1965 Guevara dejara la gestión y conducción económica en manos del mismo Fidel, quien mantuvo la orientación estatista pero abandonó la diversificación y la industrialización y liquidó los restos del pequeño comercio privado asumiendo su propiedad y administración. En 1968, el gobierno lanzó una campaña destinada a aumentar la producción de azúcar movilizando a toda la población tras el objetivo, lo cual terminó afectando a otras actividades, profundizando el deterioro general de la economía. Fidel hizo una autocrítica pública y decidió renunciar a las pretensiones de autonomía económica. 

El período que va de 1971 a 1984, se caracterizó por la institucionalización de la revolución. En 1976 fue promulgada una nueva constitución que rigió hasta 2019. Esta declaró el carácter socialista del Estado y el rol del Partido Comunista como “fuerza dirigente superior de la sociedad”. Depositó el poder legislativo y constituyente en la Asamblea Nacional, órgano unicameral compuesto por diputados elegidos por voto popular. El poder ejecutivo y administrativo quedó entregado al Consejo de Ministros, y la administración del país, a su vez, a las Asambleas a nivel provincial y municipal cuyos miembros eran de elección popular. Pero en la práctica, los miembros de las distintas Asambleas fueron —y son— siempre designados por el Partido Comunista, y así también el poder máximo estuvo siempre en manos de Fidel como Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros (en este último cargo fue sucedido más tarde por su hermano Raúl). 

Durante los años 70, las condiciones de vida en materia de salud y educación mejoraron pero la economía se hizo más dependiente de la Unión Soviética por lo que cuando, en 1981, el gobierno soviético —que enfrentaba sus propios problemas— redujo el precio que pagaba por el azúcar cubana y subió el precio del petróleo, las condiciones de la población volvieron a empeorar, provocando un auge de la emigración. 

El fenómeno de los autoexiliados cubanos comenzó junto con el régimen. Los primeros en huir de la isla fueron personas de clase media que disponían de los medios para hacerlo y para asentarse en el extranjero (especialmente Estados Unidos). En 1961, comenzaron a hacerlo en forma masiva los pescadores en sus balsas, atraídos por la proximidad de las costas de Florida. En los primeros tres años del régimen, unas 50 mil personas, incluidas muchas que habían apoyado la revolución, se autoexiliaron. En 1980 y a raíz de que miles de personas ocuparon la embajada de Perú en La Habana exigiendo visados, el régimen se vio obligado a autorizar su salida. La autorización duró 6 meses, durante los cuales 125 mil personas (1,3% de la población total) logró salir, aunque muchos no alcanzaron a hacerlo. El golpe para la imagen del régimen fue durísimo tanto por la cantidad de gente interesada en escapar como por el hecho de que la gran mayoría era pobre, justamente aquellos a quienes la revolución había prometido favorecer. Otro episodio de huida masiva ocurrió en 1994, cuando una muchedumbre, al no poder embarcarse en balsas, se enfrentó con la policía. Fidel autorizó entonces la salida de 25 mil personas, pero no fue suficiente para detener el éxodo por lo que dio orden de bombardear las balsas con sacos de arena lanzados desde helicópteros; unas 7 mil personas murieron en el mar en el verano de ese año. Desde el inicio del régimen, más de 2,5 millones de personas —más del 22% de la población actual— ha huido del país.

En 1985, la llegada de Mijaíl Gorbachov al gobierno de la URSS hizo soplar vientos de cambio, pero Fidel los ignoró: en 1986 inició un “Programa de Rectificación”, consistente en un llamado a luchar contra funcionarios corruptos, proscripción del mercado libre agrícola, colectivización de las pequeñas granjas privadas y una vuelta a la centralización de decisiones y al fortalecimiento de la autoridad central. 

La caída de la Unión Soviética al comienzo de la década de los 90, acarreó el fin de la ayuda económica que alimentaba al sistema cubano. Entre 1990 y 1995 el Producto cayó 9,2% promedio anual y las consecuencias fueron terribles para la población: la lista de artículos vitales y gratuitos incluidos en la libreta de abastecimiento y sus cantidades, se redujeron y lo mismo ocurrió con el gasto estatal en salud y educación. En un intento por adaptarse a las nuevas circunstancias, el gobierno adoptó medidas permitiendo espacios de libertad económica sin perder el control político: entre otras cosas, autorizó el emprendimiento privado en pequeña escala y de empleos por cuenta propia y fomentó la inversión extranjera y la descentralización del comercio exterior. Las medidas dieron resultado y entre 1996 y 2003 la economía creció 2% promedio anual. A esto se sumó la ayuda que significó la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1999: este país comenzó a enviar petróleo a Cuba a precios subvencionados, lo que contribuyó a que entre 2004 y 2009 el crecimiento anual promedio del PIB fuese 7,2%. A pesar de ello, las prestaciones estatales siguieron deteriorándose, a lo que se sumó la aparición de odiosas desigualdades entre los cubanos que se beneficiaban del turismo y los que no. 

En 2006, Fidel, afectado por una enfermedad, cedió el poder a su hermano Raúl, lo que alentó esperanzas de apertura que pronto se vieron defraudadas. En 2009, un Informe de Human Rights Watch afirmaba: “Las prácticas represivas del gobierno de Raúl Castro… han generado un clima de temor que ha afectado profundamente a los disidentes y la sociedad cubana en general. El temor a la represión determina la conducta de los cubanos, ejerciendo presión para que participen en actividades a favor del gobierno y disuadiéndolos de expresar su disenso o de involucrarse en actividades que puedan percibirse como ‘contrarrevolucionarias’. Las personas que expresan una opinión política distinta viven bajo el temor constante de sufrir hostigamiento, golpizas o detenciones.”

En 2011, el Congreso del Partico Comunista cubano acordó iniciar un programa de reformas (otro más) con el fin de actualizar el modelo económico, aunque sin abandonar el socialismo. Se ampliaron las áreas económicas para emprender por cuenta propia y se consolidó una nueva reforma agraria permitiendo la propiedad privada de extensiones menores de tierra con el fin de reducir la dependencia de importaciones de alimentos. En 2014, se inició un diálogo con Estados Unidos con la intención de llegar al restablecimiento de relaciones diplomáticas (lo que ocurriría en 2015) y de relajar el embargo. Pero las reformas, lentas e insuficientes, no tuvieron éxito: el crecimiento anual promedio entre 2010 y 2016 fue sólo 1,3% y, según el Ranking de Libertad Económica de la Fundación Heritage, en 2016 la isla era uno de los 5 países menos libres del mundo. 

Tampoco la muerte de Fidel —en noviembre de 2016— dio paso a cambios relevantes. Y si bien, en 2015, Rusia condonó a Cuba la deuda —el 90% de su deuda externa total— al mismo tiempo el país vio mermar la ayuda venezolana. A más remate, el gobierno de Donald Trump echó pie atrás con el proceso de diálogo y tomó medidas que paralizaron la inversión extranjera y redujeron el turismo. 

En 2019, se promulgó una nueva constitución que no introdujo cambios relevantes. El Informe de 2020 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) señala que la institucionalidad del Estado “no sufrió mayores cambios… El Partido Comunista Cubano continúa teniendo alta relevancia al ser considerado como la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado… y no se observan ajustes institucionales para garantizar la independencia de la administración de justicia, ni una separación de los poderes públicos”. No es de extrañar entonces que sigan vigentes “las restricciones a los derechos políticos y el sistema electoral continúa sin brindar garantías para el ejercicio libre de estos derechos”.

Cuando a principios de 2020 llegó la pandemia del Covid-19, el gobierno se demoró en cerrar sus fronteras y en adoptar otras medidas de prevención. Los centros asistenciales, que ya sufrían problemas de abastecimiento, vieron profundizar la escasez de medicamentos y artículos sanitizadores. La economía cubana y su aparato público no estaban en condiciones de enfrentar el severo shock que supuso la pandemia y esta tampoco ha permitido adoptar las medidas de apertura económica que favorecerían la activación económica. La caída del PIB de -11% en 2020 es el corolario de lo anterior. 

El año 2021, ha estado marcado por un hecho significativo: el 16 de abril, Raúl Castro renunció a su cargo de Secretario General del Partido Comunista. Ya en 2019, había dejado el cargo de Presidente designando como sucesor a Miguel Díaz-Canel, quien recién asumido proclamó el continuismo del régimen, y quien ahora también ha sucedido a Raúl como líder del Partido Comunista. El retiro de Raúl y el inevitable relevo generacional que impone el hecho de que los demás veteranos de la revolución que aún participan del gobierno del país rondan los 90 años, permite abrigar esperanzas de un punto de inflexión. Sin embargo, el Comité Central del Partido, el verdadero núcleo del poder político, está conformado por probados partidarios de Raúl quien, seguramente, seguirá manejando el poder desde las sombras y prolongando la exasperante estabilidad política cubana.