Dos grandes patriotas, dos grandes ejemplos

Joaquín Muñoz L. | Sección: Historia, Política

Por coincidencia o no, el mes de junio tiene efemérides ideales para analizar acontecimientos del pasado y extrapolarlos al presente, cada día más sombrío.  Se trata de fechas relacionadas con dos grandes patriotas: el ministro don Diego Portales y el doctor Nicolás Palacios.  El primero es el fundador de la República y el segundo, quien propuso el primer marco teórico de nuestra identidad nacional.  

Portales nació el 16 de junio de 1793 y murió asesinado el 6 de junio de 1837.  Por una jugada del destino, entre estas fechas está el fallecimiento de Nicolás Palacios, el 11 de junio de 1911.  No fueron contemporáneos; el primero alcanzó a tener un rey, el segundo, solo presidentes; nacieron en lugares muy distintos, el primero en la ciudad de Santiago, prácticamente el único centro urbano del país en ese tiempo, y el segundo, en el corazón de la zona huasa, en Santa Cruz, por aquel entonces una villa.  Hay una diferencia aún mayor: Portales era un hombre de acción, mientras que Palacios, un intelectual.  No obstante, están íntimamente relacionados.  El motivo que le dio sentido a sus vidas más allá del día a día, fue la grandeza de Chile.  Es por esto que Palacios adhiere decididamente al Estado portaliano, y Portales habría adherido a las ideas de Palacios si hubiese alcanzado a conocerlas, es lo más seguro, considerando su trayectoria política.  De hecho, cuesta encontrar a alguien que simpatice solo con uno de ellos.

Gracias a la obra de Portales, Chile pasó de ser el territorio americano más miserable de la Corona española al Estado más próspero, la única república por mucho tiempo, logro conseguido en menos de cincuenta años.  Esto es lo que se conoce como “Estado portaliano”.  “Casi un milagro”, dijo Rafael Sotomayor.  Es el realismo el gran factor de éxito de las concepciones portalianas: considerar que la población necesitaba un Ejecutivo fuerte, un Estado austero y bien administrado y gobernantes modelos de virtudes y patriotismo.  Estos tres principios siempre caen muy bien en la teoría, pero no, cuando se les lleva a la práctica.

Nuestra actual situación política nos obliga a reflexionar sobre la vigencia y sentido de estos principios.  Un Ejecutivo fuerte suena bien, algo así como “todo en orden”, pero cambia la visión cuando ese Ejecutivo fuerte tiene que mostrar su fortaleza.  En su momento, Portales dijo: “Si mi padre se bota a revolucionario, a mi padre lo hago fusilar”, él hablaba en serio.  No obstante la dureza de sus palabras, el Chile de esa época tenía respeto por la autoridad, o sea, veía bien el orden.  Si traemos esto al presente, nos encontramos con que la situación es diametralmente distinta y, por ello, peligrosa.  Es lo opuesto a la actual fiebre revolucionaria de los “caudillos populares del barrio alto” y “sus niñitos bien”, fieles representantes de los sectores postergados.  Esta fiebre nos está llevando a una crisis que sabemos dónde empieza, pero no dónde terminará y, sin duda, no terminará bien.  Nos hace mucha falta un gobierno portaliano, que se atreva a usar sus facultades para poner orden y castigar a todos los subversivos.  El problema es que aplicar este principio tiene costos que muy pocos están dispuestos a pagar.  Por el contrario, Portales, combinando la virtud del patriotismo y el carácter, puso orden, incluso cruzó las fronteras: hizo todo para que Chile le declarara la guerra a la Confederación Perú-Boliviana, un rival superior.  Pensó en Chile, jamás pensó en el qué dirán, las encuestas de la época.  ¡Qué diferencia con los políticos de hoy!

El segundo principio sufre del mismo mal.  Nadie quiere el despilfarro y la corrupción, pero en teoría solamente.  Aplicar este principio impide los “beneficios” a los familiares, amigos y electores.  Mientras que su negación nos podría dejar en la bancarrota, lo que perjudica a todos, especialmente a los más pobres, los supuestos beneficiados por el populismo de izquierda.  Un Estado austero y bien administrado no gasta lo que no tiene y menos tolera la corrupción, tampoco tiene proyectos de ley esperando eternamente en el Congreso.  Con esto, estimados lectores, les quedará claro por qué Portales no es el mejor ejemplo para nuestros políticos de hoy.  

Que los gobernantes sean modelos de virtudes y patriotismo suena muy bien, pero quién podría pelearse con todo el mundo para que esto sea así.  ¿Habrá algún partido o movimiento libre de pecado?  Es cierto que hay excepciones entre los políticos, pero muy a regañadientes y cuando todo ha llegado demasiado lejos, es decir, cuando es imposible no oponerse.  Los congresales se negaron hasta el final a bajarse sus abultados sueldos.  En cambio, Portales donaba su sueldo a las milicias republicanas, ¡qué contraste con las autodonaciones de muchos luchadores sociales!  Aquí hay un punto muy importante: las milicias republicanas eran milicias juveniles que, entre sus funciones, tenían la formación cívica de la juventud.  Una juventud cívicamente formada no serviría al actual proyecto de deconstrucción del país, por ello, es que no hay educación cívica.  La formación de buenos ciudadanos es el punto de partida para tener gobernantes virtuosos y patriotas.

Esta política de anticivismo se enmarca en la adaptación de la sociedad para la toma del poder final.  Las izquierdas sufrieron dos grandes derrotas a manos de la cultura cívica portaliana, a saber, el fracaso del gobierno del Frente Popular, encabezado por el presidente Aguirre, y el fracaso del gobierno de la Unidad Popular, encabezado por el presidente Allende.  Ambos proyectos políticos murieron desde adentro, tenían sendos programas de reformas políticas y sociales que chocaron con la solidez institucional; los asfixiaron el legalismo y la cultura presidencial.  Los presidentes Aguirre y Allende fueron sobrepasados por sus cercanos.  Conclusión, nunca las izquierdas o sus herederos concretarían sus planes si no se terminaba con el Estado portaliano, representado en el presidencialismo y el acatamiento de las leyes.  Aprendida esta lección, empezó la campaña de formar generaciones con vocación revolucionaria.

Con todo lo anterior, se entiende por qué Palacios defendía las concepciones portalianas, sobre todo, si consideramos que debió vivir o, mejor dicho, sufrir el parlamentarismo y, con ello, el declive del Estado en forma y, por ende, de Chile. 

Palacios se avocó a la tarea de responder a la pregunta de qué es ser chileno.  Esta aventura intelectual y patriótica lo llevó a abordar un sinnúmero de ámbitos.  El ámbito más importante de su quehacer intelectual, sin duda, fue el etnográfico. Todo converge en éste y, a su vez, éste da sustento a su nacionalismo.  Su tesis racial sobre el origen del pueblo chileno –inspirada por Darwin– la expone en su acabado ensayo “Raza Chilena”, publicado en 1904.  En esa época, todo el mundo era racista de una u otra forma.  Hablar de razas humanas no era un tabú como lo es hoy, por ello, no debe extrañar que el doctor Palacios haya empezado por definir la identidad nacional desde una perspectiva racial.  No obstante, su mayor aporte intelectual fue su mensaje de patriotismo y preocupación social.  Además de su ensayo, publicó muchos artículos de prensa y dictó numerosas conferencias.  Su diagnóstico de la realidad nacional fue el más acertado de ese entonces y, desgraciadamente, sigue vigente.

Una de las quejas de Palacios era la falta de educación económica de la población.  Tipo de educación que necesitamos en demasía.  Esto se nota en la amplia acogida de los discursos de las izquierdas sobre el manejo de la economía, discursos en que no importa si los números no cuadran o, peor aún, “no interesan”.  Son muchos los izquierdistas que sostienen, con una pretendida competencia económica, que los recursos del Estado no tienen por qué acabarse.  ¿De cuál fuman?  No hay ningún erario que resista el despilfarro.

Abogaba Palacios por la ayuda a los más necesitados, pero no por el clientelismo social del Estado a la manera de las izquierdas, que termina generando una cultura parasitaria de poco sentido de superación.  Rechazaba absolutamente el socialismo por coaptar el mérito.  Proponía un mayor número de becas, o sea, un premio al mérito; no la cantinflada de “una educación gratuita y de calidad”.  No existe la educación gratuita, la paga el Estado con los impuestos, los que perjudican a los más pobres, quienes son los que menos asisten a la educación formal.  Por otra parte, los de mayores ingresos son los que menos necesitan esta supuesta gratuidad y son los que más la aprovechan. 

En el pensamiento de Palacios, eran cruciales el esfuerzo personal y la propiedad privada, por ello, su preocupación por la industrialización y el desarrollo económico del país.  Esta parte de su pensamiento, se refleja en la propuesta de aumentar el número de becas para la educación técnica y en su defensa de la industria y comercio nacionales, frente a sus pares extranjeros.  Proponía una competencia en igualdad de condiciones.  Propuesta que las actuales autoridades deberían considerar frente a la competencia desleal del comercio ilegal, realizado principalmente por inmigrantes en desmedro de los comerciantes establecidos.  Hoy vemos con estupor cómo el comercio establecido no puede funcionar, mientras que, en las veredas, se vende de todo, pese a las cuarentenas y el toque de queda completamente inútiles.

No obstante todo lo anterior, lo principal en el pensamiento del doctor Palacios es la preocupación por la persona humana como tal, expresada en su amor irrestricto por el “roto chileno”, a quien llamaba el “gran huérfano”, pues, no ve una real preocupación por él de parte de la clase gobernante.  Lo que, en ningún caso, significa que apoyara la siniestra lucha de clases izquierdista, sino un trabajo conjunto entre todos los estamentos de la sociedad en pos de la grandeza nacional.

Se lamentaba Palacios por las malas condiciones de vida que hacían emigrar a muchos hombres jóvenes, porque esto se traducía en familias que no se formaban o que se rompían.  La pobreza pasaba así a ser una constante, originando males como niños sin arraigo, deserción escolar, abortos, desnutrición, delincuencia y vicios.  Denunció el alcoholismo estimulado por la gran cantidad de taberneros extranjeros.  Algo así como lo que sucede hoy con la droga.  También denunció la llegada de pornografía de fácil consumo; es de antología su pelea con el comerciante extranjero que le ofreció material pornográfico en plena calle.  Sería muy útil tener presente este ejemplo en tiempos, en que bajo las premisas de la deconstrucción, se acepta un sinfín de políticas venidas de afuera, las que solo dañan el alma nacional, partiendo por lo más inocente y puro de nuestra sociedad: nuestros niños, cuya “autonomía progresiva”, propuesta por las izquierdas, no es más que una canallada, un lobo con piel de oveja.

La preocupación del doctor Palacios por sus compatriotas necesitados, está plasmada en su clamoroso pedido: “¡Dennos escuelas. Instruyamos al pueblo!”.

Simplemente, Palacios es el mejor ejemplo de una auténtica preocupación por el progreso material y espiritual de la población y de la patria en general.  Desmiente irrefutablemente las mezquindades de las izquierdas y sus modelos absolutamente fracasados.  Por su parte, el ministro Portales es otro ejemplo que debe estar presente en estos tiempos, tiempos de “constitucionalistas de la hora veinticinco”.  Reiteradamente, la historia nos ha demostrado que cuanto más portaliano es un gobierno, más progresa Chile, pero las izquierdas se dan el gustito de adoptar políticas fracasadas, desechando el patriotismo.  

Estas líneas pretenden ser un homenaje a estos dos patriotas de excepción.  Un homenaje atípico, resaltando sus legados y vigencia, que es lo más importante en tiempos de crisis.