Convicciones

Alvaro Ferrer | Sección: Familia, Política, Religión, Sociedad, Vida

El 22 de octubre pasado, a propósito de que entonces el Gobierno aún no había tomado posición sobre el mal llamado “matrimonio” homosexual, advertí que el tecnócrata observaría la bolsa de “valores” para vender sus convicciones cuando subiera el precio de mantenerlas. Tal cual. La compulsión por ser recordado, instigada y confirmada por los bufones que cuidan su imagen (¿habrá algo más nefasto que necesitar aquello?) junto a otro por ahí que astutamente supo manipular el narcisismo patológico para beneficio de su propia agenda, pudo más. El yo le puso la pata encima a la Patria.

Esta panacea del egoísmo superfluo ha sido la tónica, lo sabemos. Y lo confirmamos cuando el escándalo se redujo a la sorpresa, la falta de oportunidad y la división del sector de cara a lo único que les importa: conservar el poder irremediablemente dilapidado por comodidad y falta de pantalones.

Peores fueron las explicaciones: una sarta insufrible de lugares comunes intentando justificar la claudicación, coronados brutalmente con la frasecita “esto se hace por una profunda convicción”. 

Ciertamente algunos en el Palacio razonan desde burguesas premisas liberales -que reine la diosa autonomía mientras no altere la tranquilidad del propio metro cuadrado-; el gerente, por su parte, las reemplazó por una burda agenda de supervivencia intentando congraciarse con los dueños del lucrativo negocio de los derechos humanos. Las tuercas tienen que estar muy sueltas (y las encuestas muy bajas) para pensar seriamente que “ha llegado el momento”. Ese guión de película gringa no le pega a quien de héroe tiene bien poco. No hay estómago para tanta liviandad.

El sentido común ha sido reemplazado por la frivolidad. La fe ciega en la religión progresista impone el fatalista destino de reemplazar el matrimonio por el no-matrimonio; la apertura a la vida por la dominación de la técnica; la donación naturalmente complementaria por el consentimiento afectivo-sexual; el derecho de los niños por el deseo de los adultos; el mes del Sagrado Corazón por el del orgullo; el arcoíris de la Nueva Alianza por el del diluvio omnipresente del nuevo totalitarismo colorinche (bombeado mediante la complicidad oportunista de la élite empresarial). La locura está desatada.

Pero la realidad está allí, frente a nosotros, pacífica e inconmovible. La tontera no logra subvertir la naturaleza. El daño es enorme, sin duda, pero es incapaz de borrar los anhelos profundos del corazón humano. El designio original sigue vigente en la inclinación que muestra a gritos el camino para la verdadera plenitud oblativa. Los hombres seguirán dejando a su padre y a su madre para unirse a su mujer y formar una familia, ese núcleo irreductible de libertad donde se fragua todo lo bueno de la existencia humana, desde el don y para el don. 

Como dijo Chesterton, “realmente creo que hubo un momento en el que pude haber inventado el voto matrimonial (como institución) de mi propia cabeza; pero descubrí, con un suspiro, que ya se había inventado”… Las cosas son lo que son. Por mucho que pulule en un segundo piso y quede extasiado al mirarse en el espejo, el hombre no es Dios. La embriaguez del poder en algún momento se acabará. Los que se creen lindos despertarán de su sueño y comprobarán que sus intentos de manipulación y transacas fueron impotentes, que el apoyo ciudadano no legitima la estupidez y que su afán de novedades terminó cediendo ante la pobre y frágil belleza de la familia humana. Entonces se darán con una piedra en los dientes y, arrepentidos, reconocerán que sólo en lo Eterno es posible fundar convicciones firmes e inconmovibles.