Transhumanistas tendiendo a lo salvaje

Cristóbal A. Mena Alarcón | Sección: Sociedad

Hace alrededor de un mes atrás, salió publicado en redes sociales un cortometraje de Taika Waititi auspiciado por la Humane Society International llamado Save Ralph, donde Ralph -un conejo antropomórfico animado por stop-motion, desfigurado por las pruebas químicas de la industria cosmética-, narra de manera complaciente sus desventuras en su “trabajo” como animal de prueba. Quizás si viste el video y eres de temperamento sensible sentiste lástima por el protagonista. Quizás ya llevas meses tratando de tener una vida más “saludable y responsable” o “sintonizada energéticamente” evitando comer animales o carnes rojas. Pero prestemos atención a una frase del video puesta con intención irónica. Ralph dice: “(…) al final del día supongo que está bien, lo hacemos por los humanos ¿verdad? Son muy superiores a nosotros los animales (…)”. He ahí el quid de esta columna. La conclusión que esa frase quiere dejar es que los humanos seríamos iguales a los animales. 

¿Por qué debería importarnos? ¿De dónde se origina esta nueva ideología animalista que ha llegado con la fuerza de un maremoto a cambiar consciencias de los jóvenes principalmente y a algunos adultos incluso? Todos conocemos a un pariente o conocido que ha dejado de comer carne roja o que incluso se ha vuelto vegano. Todo se remonta al trágico siglo XX europeo, con las dos cruentas guerras mundiales que sacaron lo peor de la sociedad civil, en particular, para el mundo cultural de Europa central y dejaron en aparente bancarrota intelectual y moral a la tradición filosófica laica de occidente. Desde una anterior oscuridad salieron a la palestra escuelas relativistas morales (en especial francesas y alemanas), el absurdismo y “arte” postmoderno. Las consecuencias de este cambio de ideología no tardó en hacerse notar: imperios cayeron, se reformó la iglesia, las empresas pasaron a tener departamentos de impacto ambiental y social, y para un porcentaje importante de intelectuales en particular en la izquierda surgió la “náusea” hacia el mundo moderno.  En aquel acabose de mundo, la filosofía de la ilustración y modernidad que funcionaban como sistema operativo de occidente hasta entonces fue reemplazada gradualmente (y con ferocidad exponencial desde los años 60 hasta la actualidad) por el materialismo puro y el relativismo nihilista en lo ético-moral. Algo había quedado profundamente dañado en el alma de Europa y de ese daño surgió también el temor a causarlo. Desde el punto de vista de la Teoría de Fundamentos Morales de Jonathan Haidt, el occidente europeo (y más recientemente Estados Unidos y América Latina) pasó de ser un grupo de sociedades que valoraban la libertad, la justicia y el progreso,  a convertirse en un grupo de sociedades cuyo eje principal es el daño, en particular, el temor a causarlo. 

Todo tema que otrora hubiese sido motivo de división o controversia pasó a ser un foco activo cultural y social (temas como la raza, la discapacidad, la preferencia sexual, la religión, etc.) Naturalmente, el trato del ser humano al medio ambiente, controversial para algunos desde los albores mismos de la revolución industrial, ahora dejó de ser meramente un tema estético y también pasó ser foco activo de acción de grupos ecologistas, y así fue como surgieron grupos como la WWF, Greenpeace y muchos otros grupos menores. Todo esto ocurrió en plena guerra fría, donde un victorioso pero cambiante Estados Unidos y sus aliados trababan batalla ideológica y económica contra el bloque Soviético. Muchos de estos grupos reciben hasta la fecha financiamiento de países del mundo comunista o exsoviético (en particular de Rusia y China), y es notorio el sesgo antioccidental que tienen desde su fundación. Algunos de sus miembros fundadores y más relevantes incluso son directamente comunistas, socialistas o anarquistas; así como un porcentaje importante de sus bases activas de miembros.

Estos grupos han ido incrementando su militancia, paradójicamente, causando más daño a nivel social y comunitario del que pretenden evitar. Algunos de estos grupos han sido directamente tomados por la interseccionalidad marxista de base Gramsciana (tema para otra columna). Hoy en día incluso existen grupos que abiertamente desafían “el derecho” que tendría el ser humano mismo de poder existir. El mismo ser humano sería dañino para la existencia del medio ambiente, por ende, debería extinguirse. Posturas tan demenciales son la base ideológica de movimientos ecoterroristas autodescritos como misantrópicos tales como el colectivo 269 Life de Francia (famosos por hacer que sus miembros se grabaran con hierros calientes el número 269 emulando al ganado), Individualistas Tendiendo a lo Salvaje, entre otros. Fue famoso en 2017 el destrozo del Bioterio de la Universidad de Chile, liberando ratones los cuales  rápidamente perecieron al frío y los perros vagos. Además, dos pobres tesistas de magíster perdieron todo su trabajo. Los panfletillos dejados decían lo siguiente: 

Hoy nos alzamos y actuamos para romper con las jaulas de la ciencia y el progreso. Solidarizamos con las ratas que se encontraban encarceladas. Rechazamos las excusas utilizadas para justificar la autoridad de delantal blanco (…) Atacaremos cualquier investigación que implique la utilización de animales no humanos como sujetos experimentales, porque apostamos por la destrucción/abolición de todas las formas de explotación, lo que incluye el especismo”.

He ahí por qué me repugna Ralph el conejo, puesto que comparte la misma base ideológica de estos movimientos que abiertamente rechazan a la dignidad humana distinta de los animales. Incluso desde el punto de vista cristiano, negaría la custodia entregada por Dios al ser humano sobre la tierra. Es cierto que para muchos es algo desagradable el tener que sacrificar ratones, monos, palomas y otros animales por la experimentación animal, pero ese sacrificio más allá del ejemplo casuístico de la industria cosmética, es el que permite el desarrollo de medicamentos, antibióticos, ungüentos para nuestros hijos y tratamientos para todo tipo de enfermedades. Existimos científicos que reconocemos y respetamos a los seres vivos, pero es un respeto de la misma índole de una persona que no es cruel con perros o gatos, y no de alguien que valora la vida humana al mismo nivel o incluso inferior que la vida animal. Tal anti especismo deja de ser una preocupación por la dignidad de los seres vivos como parte conjunta de la creación y pasa lisa y llanamente al terreno del delirio suicida anti humanista; transhumanista, que buscan modificar los límites que definen lo humano de lo animal (lit. más allá de lo humano). No debemos dejarnos engañar por causas que aparentan ser inocentes, pero que detrás esconden como un caballo de troya ideas que apuntan directamente a nuestra destrucción, no por nada son financiadas (como reveló Wikileaks en 2016)  por los mismos regímenes que estos grupos abiertamente ignoran y que vulneran a los seres humanos, de peor manera que a los animales que pretenden proteger. Sólo en el corto plazo hay que recordar que la alternativa a la experimentación animal, a pesar de los esfuerzos recientes para crear “quimeras” en laboratorio, es la experimentación directa en personas.