Sobre la conciencia y nuestro futuro

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Son horas de angustia. Son horas de ansiedad. Una vez constituidas las mesas se configura la desasociación entre los discursos de campañas y los electores. Solos en la cabina de sufragio, con las papeletas en las manos y munidos de una poderosa arma, el lápiz, son los votantes los que realmente tienen el poder de decidir por el Chile que desean, cuyo futuro estará, en definitiva, sujeto a la conciencia, decisión y responsabilidad del elector.

La conciencia, bien orientada, tiende siempre a algo muy superior, superior que el propio individuo. Santo Tomás de Aquino nos propone que “la voluntad siempre es buena cuando se rige por el mandamiento de Dios y la ley eterna” (Saint Thomas Aquinas On law, Morality and Politics: Conscience: On the Intelectual Powers.). Claro está que existen multiplicidad de razones que llevan a un elector a decidir a quién otorgarle su confianza en la forma del sufragio, sin embargo, cuando se tiene conocimiento de las implicancias asociadas a su decisión, los efectos que generaría más allá de la dimensión del votante, es decir los efectos para el bien común, teniendo en vista al resto de la ciudadanía como nuestro prójimo, es posible entonces realizar el llamado voto consciente. Es aquí donde radica la dificultad, ¿cuántos votan verdaderamente conscientes y cuántos lo hacen cegados por el calor de la emoción?

Estamos frente a una encrucijada histórica, crucial para los destinos de nuestro país, que se entrelaza también con la encrucijada en que se encuentra la humanidad toda. Lo que se configuraba como posible escenario en famosas obras literarias con las distopias como tema principal, hoy es una realidad, en la cual la ideología dominante impone una pseudo verdad. Por tanto, es el “cuarto poder”, dominado por una ideología “creadora de verdades absolutas”, definida genéricamente hoy como progresismo, el que realmente está controlando naciones enteras, generando, por momentos, pseudo-realidades con verdades ficticias al más puro estilo de “The Matrix”. Sabemos que la verdad no se crea, la verdad es; pero, como preguntara Pilatos hace dos milenios a nuestro Señor, “¿quid est veritas?”. Vemos entonces que el concepto de totalitarismo no es algo distante que quedó atrás con la caída del Muro, sino que está aquí, hoy día, plenamente vigente.

En concreto, ¿qué es lo que está en juego? Nuestro país, nuestro futuro, pero principalmente nuestra libertad. Siendo así, discrepo de las palabras del Presidente de la República: aquí no nos jugamos el futuro de Chile por las próximas décadas, nos jugamos la existencia de nuestro país tal y cual lo conocemos; una mala decisión puede llevar inclusive al fracaso de toda una nación, no pudiendo nunca más recuperarse de dicha condición, pasando a ser un estado fallido. He escuchado en repetidas ocasiones la dramática sentencia “me da lo mismo lo que le pase a Chile”. No da lo mismo, tarde o temprano las malas decisiones, las malas elecciones pasan la cuenta; es cosa de mirar el actual Congreso Nacional que nos trajo, entre otros motivos, una seguidilla de malas decisiones. Esto no es discurso anacrónico de la Guerra Fría, es real. Argentina y Venezuela están allí de prueba viva, mostrando el descalabro que generan las políticas públicas del socialismo del siglo XXI que solo han traído miseria. Por otra parte, tenemos ejemplos de que sí es posible vencer la inercia de las izquierdas: España pudo, Inglaterra pudo, Ecuador pudo. Es nuestro turno de recuperar Chile y evitar caer en el abismo al que el populismo y el totalitarismo de la extrema izquierda nos están llevando. No señores, Chile no va a caer, y de nosotros depende.