Sakoku

Cristóbal A. Mena Alarcón | Sección: Historia, Política, Sociedad

Durante más de 214 años, del 1639 al 1853 d.c., Japón estuvo cerrado al resto del mundo. Esto fue mediante el sakoku (鎖国, país encadenado), una política establecida por el Shogun, el líder feudal hereditario que gobernaba de facto. Esta ley, que castigaba bajo pena de muerte salvo casos muy específicos todo ingreso y salida al país, se instauró tras casi 100 años de interacción con exploradores, misioneros y comerciantes europeos, en pleno siglo de exploración y expansión.

Tras una apertura inicial a toda innovación europea; la gradual monetización de la economía, hasta entonces casi exclusivamente funcionando mediante impuestos e intercambio en sacos de arroz de 150 kg (koku), el avance del cristianismo y conversión de Daimyos (señores feudales), ideas crecientes de soberanía popular y no divina (polémicas entonces en la misma Europa), el modelo científico, y el ingreso de las armas de fuego (tanegashima) fueron aparentemente demasiado para el orden férreamente jerárquico y feudal de Japón, que dependía de la autoridad divina que el emperador le entregaba al Shogun y sus Daimyo, además que se venía saliendo desde hace muy poco de una larguísima guerra civil (Sengoku del 1467 al 1615 d.C).

Sacerdotes y sus fieles fueron crucificados, políticos y mercaderes expulsados o asesinados y sus bienes confiscados, todo extranjero en el mejor de los casos mirado con sospecha y el orden feudal permaneció mayoritariamente sin cambios (salvo las armas de fuego, que pasaron a ser propiedad exclusiva del shogunato). La gran mayoría de la gente permaneció en servidumbre siendo oprimida en un régimen proto-totalitario controlando fe, costumbres, economía y libertad de movimiento, con la economía basada en intercambio y distribución de los impuestos de arroz. Sólo a un pequeño puesto comercial holandés en la islita artificial de Dejima en la bahía de la Nagasaki (sí, la misma) se le permitió ser el punto de entrada de noticias, innovaciones (y contrabando) del mundo exterior, al punto de que la ciencia se pasó a llamar “estudios holandeses”.

Así, Japón dormitó ignorante en el feudalismo servil durante toda la era de la ilustración e industrialización inicial hasta que el 8 de Julio de 1853, sin previo aviso, el capitán estadounidense Mathew C. Perry llegó al mando de una flotilla de buques de guerra de vapor negros a la bahía Uraga, la entrada a Tokyo. Un país industrializado y boyante entraba en contacto con un reino feudal. La orden con la Perry venía era simple, “abran el país, o en un año volveremos y lo abriremos nosotros”.

El caos e histeria fue total, rápidamente otras potencias como Rusia y el Imperio Británico “olieron sangre” y forzaron la apertura comercial o relaciones diplomáticas y en menos de un año, cuando Perry volvió, el sakoku estaba prácticamente extinto. La percepción de ineptitud de los japoneses ante este mundo moderno que se les venía encima provocó en la población un sentimiento extendido de nihilismo. Ee ja nai ka “¿A quién le importa?”. La gente, a su vez gobernada por una casta anquilosada, nepotista y ludita, no sabía qué hacer. ¿Correría Japón el mismo destino colonial de tantos otros reinos de aquel tiempo y más atrás?

Por fortuna para Japón, un joven emperador, Meiji, asumió el trono en 1867, y desde su rol que por centurias era más que nada decorativo y ceremonial aprobando la voluntad de los shogunes; inició la “Restauración Meiji”: en un golpe interno derrocó al último Shogun, y al mando de la clase mercantil e intelectual abrazaron las nuevas ideas y tecnologías que hicieron poderosos a los imperios que tocaban a sus puertas. En menos de 30 años, se abolió la servidumbre, se permitió libertad de culto, de a poco se implementaron elecciones, se abrió la economía. La llegada de inversión extranjera permitió la construcción de locomotoras, fábricas, barcos, industria. Fue una completa revolución, no sin sus detractores remanentes del orden anterior. 

En 1904, Japón incluso derrotó a Rusia, otra potencia en retirada que no se adaptó a tiempo. Era primera vez en la historia que una nación “bárbara” no europea se imponía al viejo mundo. Y si bien, aunque desapareció la desesperación en el pueblo llano, en el siglo XX fue reemplazada por sentimientos de supremacía racial y excepcionalismo. La economía se volvió de nuevo proteccionista y la cultura xenófoba, y el fanatismo llevó a Japón a una cruzada por el dominio de Asia y el Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, que en 1945 llegaría a su fin, con Hiroshima y Nagasaki destruidas por armas nucleares del mismo país que los abrió al mundo. 

No obstante, Japón destruido por la guerra, ocupado por EEUU, volvió a abrirse al mundo y hoy es una próspera nación, modelo ante otras. Poderoso en alta tecnología y cultura, aparentemente habiendo aprendido de las lecciones de la historia, es ahora un baluarte del republicanismo en el mundo “occidental”. 

De este interesante caso de la historia, hay en mayor o menor grado varios más: curiosamente la misma Rusia, derrotada y apaleada por un “imperio bárbaro de hombrecillos amarillos”, empobrecida por la mala administración de los zares, cayó prontamente bajo el populismo de los bolcheviques, quienes dieron su golpe de gracia aprovechando el sumo descontento popular por la estrepitosa derrota del Imperio Ruso en 1917 en la primera guerra mundial. El comunismo se impuso tras una cruenta guerra civil y se instaló rápidamente bajo Lenin, consolidándose así, bajo su “sucesor” Stalin, un régimen totalitario absoluto. Los “explotadores burgueses”, los “internacionalistas judíos” y los cristianos ortodoxos y católicos fueron expulsados, apresados o aniquilados, así como todo “revisionista” que osara alzar la voz contra el “camarada Koba”. Las fronteras fueron cerradas o altamente controladas, y la economía formal, que había colapsado casi completamente producto de tales medidas y expropiaciones, fue reemplazada por sistemas de trueques internos o trabajos forzados “voluntarios”. 

Este “sakoku soviético” se impuso con aun mayor violencia y extremismo después de la segunda guerra mundial bajo el nombre de la Cortina de Hierro. Nadie podía entrar a la Unión Soviética sin que se declarase su motivo de entrada, y más importante aún para sus empobrecidos habitantes, nadie podía salir (aunque tuviese motivos de sobra). El ejemplo más horrendo fue el muro de Berlín, donde más de 140 personas perdieron la vida tratando de cruzar desde el lado Soviético al lado “capitalista” de la otrora capital Nazi. De manera casi correlacional, todos y cada uno de los países comunistas hasta la era moderna (siendo el ejemplo más reciente Corea del Norte) han impuesto un modelo de “sakoku” o cierre total de sus fronteras y de todas las influencias externas, representando acaso todos los temores y ludismo de las sociedades que se van quedando atrás del progreso de la civilización. El resultado suelen ser sociedades que solamente carecen del nombre para ser descritas propiamente tal como feudalistas serviles.

Curiosamente, los países exsoviéticos que se han abierto al mundo exterior tras su encierro, son algunos de los con mayores tasas de crecimiento en Europa a la fecha. Los países bálticos, Polonia, Checoslovaquia y Vietnam tienen una de las economías de más rápido crecimiento de sus respectivas regiones, mientras que otros que prefirieron tener economías mixtas o modelos anquilosantes han perdido influencia o han resumido su senda al subdesarrollo. China, que tan bien iba encaminada hacia una aparente modernización y democratización en paz, lamentablemente ha vuelto a implementar cada día con mayor violencia medidas tipo sakoku, como la opresión de Hong Kong, el genocidio de los musulmanes de Xinjiang, el cierre de sus fronteras a extranjeros, medidas de control a sus ciudadanos como el “crédito social” y una conducta diplomática cada vez más inaceptable para los países de la zona (medidas que recuerdan pavorosamente a los años 30 ‘s). 

Aunque pudiese ser respetable la noción de que toda nación debería tomar con cautela toda inversión, invención o ideología foránea, idealmente buscando la adaptación antes que la imitación; llama la atención que en nuestro país, desde hace al menos una década, se ha ido imponiendo a la fuerza de hegemonía cultural y de líderes de opinión, una noción de rechazo absoluto al modelo de libre mercado, la libertad de opinión o expresión y creciente xenofobia (agravada por la inmigración masiva experimentada en los últimos 5 años), que ha llegado a su paroxismo en el intento de golpe de estado ocurrido en Octubre de 2019 que nos aflige hasta hoy. 

Hoy, está casi prohibida en las vías culturales tradicionales (radio, televisión, cine, prensa) toda opinión que no vaya acorde a las nociones presentes, so pena de la temida “funa”.

Más aún, de los 155 constituyentes electos para la convención constitucional, donde se pretende ahora plasmar en una nueva Carta Magna estas nociones, 96 han manifestado ideas o nociones de restringir o incluso prohibir la inversión extranjera. Ahora bien, ¿podremos impedir la imposición en nuestro país de un sakoku?. En los meses cruciales para la historia nacional, queda rogar para que sakoku no dure 200 ó 70 años, ni que se tenga que esperar la llegada de barcos negros.