Nuestra actual situación (II)

Alfonso Hidalgo | Sección: Política, Sociedad

La creciente influencia internacional

A lo dicho la semana pasada, se añade un poder internacional cada vez más influyente, si bien difuso y por lo mismo no tan fácil de identificar, que además tiene varias manifestaciones. Con todo, resulta evidente la creciente presión y efectos que están ejerciendo un conjunto de organismos internacionales, tanto universales como regionales sobre los países y sus decisiones internas, quienes deben tener cada vez más cuidado al momento de actuar para no ser criticados por ellos, a veces duramente. Todo lo cual genera consecuencias políticas, jurídicas y económicas cada vez más gravosas y efectivas, quitándoles autonomía y por tanto, soberanía. 

De manera complementaria a este fenómeno –y es un tema de la máxima gravedad sobre el cual creemos que no se ha tomado debida conciencia todavía–, ha sido crucial la actitud absolutamente sumisa y servil de la mayoría de la clase política gobernante de nuestros países hacia estas instancias internacionales, tema sobre el que también se volverá más adelante.

Ahora bien, uno de los elementos cruciales de esta creciente influencia de las instancias internacionales sobre nuestros países, han sido los derechos humanos. Debe advertirse que en la actualidad, este concepto está muy lejos de su propósito y sentido originales, esto es, ser una férrea defensa para las personas derivada de nuestra objetiva, común e incuestionable dignidad. Muy por el contrario, actualmente se han convertido en un concepto dúctil e ideologizado, que se encuentra en permanente reconstrucción, cuyo propósito es lograr consolidar un totalitarismo tanto a nivel local como global, al buscar imponer un pensamiento único, según se explicará en seguida.

Muy lejos ha quedado así el tiempo en que se podía confiar en estos derechos, viendo en ellos una tabla de salvación o un escudo para protegerse de los abusos del Estado. La realidad es hoy por desgracia muy distinta, pues han sido completamente secuestrados y manipulados desde instancias internacionales, a fin de imponer este poder universal del cual estamos advirtiendo. De hecho, a tanto ha llegado la corrupción del concepto, que en la actualidad cualquier cosa, por absurda, chocante o dañina que sea, puede convertirse en un “derecho humano”, fruto de la interpretación monopólica que tienen a su respecto estos organismos, sean comités o tribunales internacionales, a cuya labor de propaganda ayudan los medios de comunicación y las redes sociales.

Por eso no es exagerado señalar que en la actualidad, los tratados que consagran estos derechos han sido completamente superados y reemplazados por estas antojadizas y arbitrarias “interpretaciones” emanadas de estos organismos internacionales, cuya actividad dicho sea de paso, no es controlada por nadie.

Otro indicador del asombroso nivel de corrupción y de descaro a que se ha llegado, es indagar en algunos de los países que actualmente forman parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (como Cuba, China o Venezuela), de lejos de los más corruptos y opresores del orbe. 

El fenómeno descrito está otorgando a estos organismos un poder inusitado a nivel global, pues se quiera o no, se han convertido en los auténticos árbitros de nuestro tiempo, en una especie de oráculo que determina desde unas alturas inalcanzables para los ciudadanos, qué conductas son correctas y cuáles no, sacralizándolas de alguna manera, al disfrazarlas de “derechos humanos”. 

De ahí que en atención a sus peligros, deba insistirse en lo que podría llamarse el “efecto talismán” de los actuales “derechos humanos” en virtud del cual, cualquier materia defendida por ellos termina convirtiéndose en un auténtico dogma, en un tema que no puede ser puesto en duda y contra el cual está absolutamente prohibido disentir.

Con todo, pese a la evolución –o mejor, involución– señalada, este concepto sigue despertando una adhesión casi automática, incluso una auténtica veneración en nuestras sociedades occidentales, tornando casi de manera mágica en bueno y justo todo lo que tocan. Poseen así una presunción de legitimidad muy difícil de derribar.

Por tanto, no resulta tan cierto –al menos para los promotores de esta visión– que hoy nos encontremos sumidos en un relativismo moral, en que todas las concepciones del mundo tengan el mismo valor y deban respetarse entre sí. O si se prefiere, que hoy exista un “politeísmo valórico” o que seamos “extraños morales”. En realidad es exactamente al revés, al ir imponiéndose sin cortapisas esta verdad indiscutible y oficial consagrada por estos “derechos humanos”, que se han convertido en una especie de nuevo “Derecho natural” obligatorio para todo el mundo.

Es por todo lo dicho que para la mentalidad de rebaño antes señalada, resulte inconcebible que alguien en su sano juicio pueda estar en contra de los “derechos humanos”. Con la agravante que despojados de cualquier fundamento objetivo, vayan creándose un cúmulo de nuevos “derechos” por completo inalcanzables u otros francamente absurdos, pero que gozan de la simpatía de las grandes masas, al prometer de manera permanente un mejor estándar de vida y más libertad, siempre de la mano de una creciente actividad del Estado, como se verá dentro de poco.

En consecuencia, sólo cuando se llega al fondo de esta cuestión y se comprende a cabalidad lo que hoy está ocurriendo, se cae en la cuenta de que lejos de ser algo bueno y positivo, los actuales “derechos humanos” se han convertido en un gran peligro para nuestras sociedades y en la excusa perfecta para imponer la agenda ideológica globalista que se ha apoderado de los mismos. Precisamente al impulsar un contenido jurídico homogéneo para el mundo entero, sirve de manera magistral para lograr este poder total, presentándose además como algo bueno.

Es por eso que los actuales derechos humanos –conviene repetirlo una vez más, en atención a su gravedad– se han convertido en una peligrosísima arma, que permite imponer las medidas más arbitrarias y peligrosas para poblaciones enteras, al legitimarlas con el prestigio casi hipnótico que aún conserva este concepto. 

A lo anterior se añade como siempre, la influencia de los medios de comunicación y de las redes sociales, tanto por la información falsa que propagan como debido a la censura que imponen. Esta es la razón por la cual advertimos nuevamente sobre la crucial importancia que hoy tiene convencer a las personas de algo no solo para lograr destruir su resistencia, sino incluso obtener su entusiasta ayuda en pro de esta causa. La estrategia resulta magistral, al poder compararse con la actitud de un esclavo que fuera el principal defensor de sus cadenas, al no ser consciente de ellas. 

Es este auténtico dogma en que se han convertido los “derechos humanos”, al cual nadie puede ni se atreve a oponerse, lo que explica que en este mundo crecientemente interconectado, los estados tengan cada vez más en cuenta lo que digan estos organismos internacionales, perdiendo por ello buena parte si es que no casi toda su soberanía. En caso contrario, corren el riesgo de ser considerados auténticos “parias”, tanto de cara a la comunidad internacional como al interior de sus propios países, al estar oponiéndose a algo tan beneficioso y sagrado como los actuales “derechos humanos”. 

Ello explica la creciente influencia que han adquirido estos derechos para determinar el contenido y la consecuente legitimidad de los ordenamientos jurídicos nacionales, así como en la actuación de la clase política. Todo lo cual se relaciona con la actitud completamente servil y entreguista de esta última que ya se ha mencionado y sobre la que se volverá luego.

Pero además, debe tenerse en cuenta que los propios Estados se han comprometido a defender y hacer realidad estos derechos, al suscribir los tratados que los consagran, pese a que como se ha dicho, hoy hayan sido sustituidos por su “interpretación”. En consecuencia, sus dirigentes consideran que debe usar todas las herramientas que se tengan (leyes, economía, fuerza, educación, etc.) para hacerlos realidad. Con la agravante que lo que de verdad se está aplicando hoy en día no es lo que estos tratados consagran –y que fue lo que realmente acordaron los Estados–, sino lo que interpretan con absoluta libertad a su respecto los organismos internacionales ideologizados encargados de tutelarlos –cortes y comités–, en un proceso de constante reconstrucción.

Es en parte debido a ello que en muchos casos, nuestros gobernantes han terminado siendo auténticos títeres de estos organismos internacionales, sea por temor o por complicidad –pero siempre para conservar su propia cuota de poder–, convirtiéndose en brazos ejecutores en la tarea de imponer este pensamiento único y acrecentar ese poder global que busca dominarlo todo.

Ello ha traído consigo no solo una creciente pérdida de soberanía, sino que además explica por qué prácticamente todos los países –al menos occidentales– estén hoy enfrascados en la discusión de los mismos problemas (aborto, eutanasia, ideología de género, cambio climático, etc.) y aquejados por dificultades semejantes (inmigración, violencia, corrupción, crisis del sistema democrático, etc.).

En consecuencia, los países son cada vez menos autónomos para tomar sus propias decisiones, incluso por vías democráticas, pues están más y más “amarrados” por estos derechos que cambian rápidamente y se van haciendo incluso impredecibles. De hecho, cada día es más difícil saber si conductas que hoy aún son consideradas correctas, podrían ser estimadas como el peor de los crímenes en un futuro no muy lejano y ser juzgados sus autores por comportamientos actuales con esos criterios futuros, al convertir a dicha acción en una auténtica monstruosidad. Todo lo cual y entre otras cosas, afecta de manera particular a la libertad de pensamiento y de expresión.

Por tanto, lo que se busca es que los actuales “derechos humanos” influyan en todas las esferas de la vida, al haber sido establecidos -en teoría- en nuestro propio beneficio, de tal forma que nada quede excluido de su influencia y protección. Lo que equivale a otorgarle al Estado la excusa perfecta para inmiscuirse en las esferas más íntimas de la vida, quitándonos cada día más y más libertad. 

De ahí que los actuales “derechos humanos” se hayan convertido en un auténtico caballo de Troya que ha permeado nuestras sociedades, tanto desde instancias internacionales como también locales, según se verá pronto, a fin de imponer esta agenda global. Por eso, lejos de ser un aliado, sean hoy un peligro cada vez más amenazante, un perfecto instrumento de dominación para alcanzar un estado o incluso un mundo totalitario.

Se reitera una vez más, pues es una de las columnas vertebrales de todas estas reflexiones, en la crucial importancia que han desempeñado en este proceso los medios de comunicación y las redes sociales, al hacer las veces de auténticos amplificadores de este fenómeno, así como por prohibir, perseguir y censurar a cualquier opinión disidente de este discurso oficial, todo con el fin de lograr un pensamiento único.