Nuestra actual situación (I)

Alfonso Hidalgo | Sección: Política, Sociedad

Introducción: la aspiración a un poder global

Siempre nos han llamado profundamente la atención aquellos que niegan de forma tan rotunda y segura cualquier posibilidad del eventual surgimiento de un gobierno mundial, casi dando la impresión que quien lo propone no estuviera en sus cabales, o fuera un absoluto conspiranoico.

Sin embargo, la verdad es que no existe ninguna razón para que lo antes dicho no pueda ocurrir. Y en realidad, muchos de los grandes imperios nunca se dieron por satisfechos con sus dominios, aun cuando al crecer más allá de lo sostenible tuvieran problemas para mantenerse. Por eso el argumento anterior es tan absurdo como creer que el Imperio Británico o el Romano habrían rechazado ser más y más extensos si las circunstancias así se lo hubieran permitido.

Lo anterior se debe a que el poder es de suyo expansivo y por tanto tiende a crecer de manera natural. O si se prefiere, nunca dejará de dar un paso más adelante, pudiendo hacerlo. En caso de no hacerlo, estaría contradiciéndose a sí mismo. De ahí que las únicas posibilidades de que ello no ocurra, sea por debilidad, o porque exista otro poder que se lo impide. 

Además, si ya ha habido estados o imperios con aspiraciones de una hegemonía global –como el soviético durante la Guerra Fría–, nada impide que hoy también existan pretensiones de lograr un gobierno mundial, como ocurre actualmente con el régimen chino. 

Ahora, lo que se dice respecto de la extensión territorial, se puede replicar respecto de la intensidad del poder que se quiere ejercer sobre los habitantes de dicho espacio físico. De esta manera, si no existen límites claros y fuertes (como tradicionalmente han intentado ser, entre otros, la división de poderes o la existencia de un estado constitucional de derecho), el poder tenderá de suyo a crecer y abusar, como de hecho ya está ocurriendo en tantos países no sólo totalitarios, sino también estructurados de acuerdo al modelo señalado, pero que en el fondo se han ido convirtiendo en tiranías, al predominar en la práctica uno de esos poderes sobre los demás, sin contrapeso.

Por otro lado, a los anteriores mecanismos ideados para controlar al poder se añade al menos de manera ideal, el sistema democrático, cuya profunda crisis se abordará reiteradamente más adelante. Por ahora puede señalarse que han sido fundamentales en esta crisis, la labor desarrollada por los medios de comunicación y la actitud entreguista a las órdenes dictadas por las instancias internacionales de la casi totalidad de la clase política de muchos países.

Por lo tanto, imperioso es reconocer y admitir que el poder como fenómeno humano es insaciable, y que siempre que pueda prosperar lo hará. Es por eso que para usar una nomenclatura muy recurrente en el último tiempo, se pueda señalar con bastante fundamento que hoy existe una lucha entre globalistas, partidarios y promotores de este poder total –aunque también siervos del mismo–, y patriotas o nacionalistas, que buscan preservar la independencia y soberanía de sus estados de dicho dominio.

Sin embargo, la situación se ha tornado más peligrosa que nunca entre otras cosas, debido a las posibilidades que hoy permite la tecnología, antes imposibles. De esta manera, en la actualidad se cuenta con instrumentos inéditos para conseguir este ideal, algunos de los cuales se mencionarán aquí.

El papel fundamental de los medios de comunicación

Como se ha dicho, en teoría el sistema democrático ha sido uno de los instrumentos creados para contener al poder. No obstante, la democracia descansa en varios presupuestos sin los cuales o no le es posible existir, o acaba completamente desnaturalizada, convirtiéndose en una mera apariencia.

Una de las piezas esenciales de cualquier democracia es que exista una real libertad de expresión y de información, siendo fundamental para conseguirlas la existencia de medios de comunicación verdaderamente libres y pluralistas. En caso contrario, la población será cada día más esclava de la ignorancia, fruto del engaño producido por estos medios monopolizados por un determinado sector ideológico. 

Y aquí tenemos a uno de los grandes problemas de nuestro tiempo: la casi completa manipulación y control de la información por un conjunto cada vez más extenso de medios de comunicación hegemónicos, manejados por unos pocos conglomerados, que determinan casi por completo y de manera concertada, qué es verdad y qué no y por lo mismo, quiénes son los “buenos” y los “malos” en este gran teatro del mundo. De esta forma, la mentira y la ocultación de la información se han convertido en pan de cada día, al punto que la mayoría de la población da por verdaderos un conjunto de datos que no lo son, difundidos por estos medios de manera planificada coordinada y sistemática. Sin exagerar, puede afirmarse que hoy ellos mienten descaradamente, con premeditación y alevosía, sin ningún remordimiento, al haberse convertido la mentira en un arma más para la obtención del poder total.

Es por lo antes dicho que cada vez va surgiendo con mayor fuerza un discurso dominante, una “verdad oficial” impuesta de manera dogmática y que cierra toda posibilidad al diálogo y a la disidencia, al amenazar con todo tipo de males, incluso físicos, a quien se salga de lo políticamente correcto. En consecuencia, todo lo que no coincida con este discurso dominante es tildado de inmediato de falso, conspiranoico, discriminatorio, intolerante, racista o promotor del discurso de odio, produciendo así lo que hoy se ha llamado “cultura de la cancelación”.

Lo anterior es un primer pero fundamental indicio que muestra sin lugar a dudas, la peligrosa deriva totalitaria a la cual se nos ha conducido en las últimas décadas, al existir –para decirlo en términos orwellianos– este auténtico “Ministerio de la Verdad”. De hecho, esta situación viene desde hace ya mucho tiempo, pero las actuales circunstancias la han hecho más hegemónica y tornado mucho más evidente. Con la agravante, según se verá luego, que este proceso se hace de manera crecientemente indisimulada.

Todo lo dicho hace que cada vez sea más difícil distinguir entre lo verdadero y lo falso, al punto que nuestra actual situación puede asimilarse muy bien a un salón de espejos, en que no es posible saber a ciencia cierta qué es realidad y qué ficción. Todo lo cual se ha visto agravado sobremanera gracias a las increíbles y asombrosas posibilidades que brinda hoy la tecnología, que puede hacernos creer con total convicción algo completamente falso. 

Este lamentable proceso muestra por desgracia, lo poderosa que puede llegar a ser la mentira, al serle posible convencer incluso de manera inamovible a sectores enteros de la población de algo que no es real, vinculando además esa información con poderosos sentimientos, como el miedo o el odio. 

Todo esto ha hecho que masas enteras de la población hayan sido engañadas y manipuladas por esta verdad oficial, lo que ha dado como resultado que se encuentren absolutamente convencidas de la veracidad de lo que informan estos medios de comunicación. Y, en parte, lo señalado explica lo difundida que se encuentra la mentalidad que acusa de conspiranoicos a quienes tienen otra versión de las cosas. Todo lo cual genera una peligrosa mentalidad de rebaño o de colmena, cada vez más intolerante y agresiva con quienes se apartan de ella.

Lo antes dicho significa en buena medida –y esto es fundamental–, que la actual batalla por el dominio global se está llevando a cabo dentro de nuestras mentes, gracias a la grosera y evidente manipulación y falsedad de la información que se suministra a diario a las masas, hipnotizadas gracias a ella. En este sentido, vendría a ser como el “opio del pueblo”, que lo mantiene en un letargo e ignorancia muy conveniente para el avance de estos planes hegemónicos, siendo su mayor éxito precisamente, que la mayoría de la población no perciba el problema, que defienda el actual estado de cosas con uñas y dientes, y que considere trastornados a quienes piensan distinto.

Es por todo lo señalado que se ha dicho correctamente que la clave de la guerra es el engaño.

En consecuencia, y sin perjuicio que se volverá sobre esta cuestión, la actual situación está haciendo que nuestras democracias sean hoy casi aparentes, al no haber una competencia justa entre las diferentes alternativas, dado que no todas ellas pueden manifestarse de forma libre y en igualdad de condiciones. Incluso algunas se encuentran proscritas en los hechos, pese a ser pacíficas, mientras que otras que acuden de continuo a la violencia gozan de amplio apoyo y difusión por parte de los medios de comunicación dominantes. Por iguales motivos, cada vez son más frecuentes las agresiones, tanto de palabra como de obra, a quienes se salgan de los márgenes de lo políticamente correcto.

A esta lamentable y peligrosa situación se suma, generando los mismos problemas señalados, la cada vez más asfixiante censura de las redes sociales, tan importantes y requeridas en el día de hoy. De hecho, a medida que aumentan su poder e influencia en nuestras sociedades, son cada vez más descaradas al momento de determinar –sin que nadie les haya dado esa potestad–, quién tiene y quien no tiene derecho a expresar sus ideas, con un claro sesgo ideológico anticonservador y en pro de lo políticamente correcto. Con lo cual el encierro mental de la mayoría de la población se hace cada vez más totalitario y eficaz. Por eso se señalaba que la clave de la actual lucha por el dominio global es controlar las mentes. Atrás han quedado al menos por ahora, los tiempos de las batallas y de las balas.

De hecho, la censura de las redes sociales también ha crecido enormemente hacia los medios de comunicación independientes, que buscan informar con gran valentía, de un cúmulo de sucesos casi siempre muy importantes, pero que van en contra del discurso oficial. En este sentido, debe advertirse que el nivel y descaro de la censura en la actualidad está alcanzado visos francamente totalitarios.

Todo esto significa que las mentes y los sentimientos de gran parte de la población han sido secuestrados por quienes controlan la información. Y una de las armas más eficaces para esta labor, según se verá más adelante, es infundir el odio y el miedo.