El Quo Vadis de la derecha chilena

José Pablo Abrigo M. | Sección: Política

Sabemos que nuestro país está acostumbrado a los sismos de magnitud y resiste bien esos infortunios, sea por la solidez de sus construcciones o por la preparación de su población para reaccionar ante la emergencia. Frente a gradaciones sísmicas que destruyen ciudades en otras partes del orbe, las urbes nacionales y su población sólo experimentan un temblor.

Cuando aún hay fuertes réplicas de nuestro desastre electoral, habrá que revisar alguno de esos manuales que aconsejan dónde refugiarse en caso de un sismo. En general, recomiendan no salir corriendo, alejarse de la electricidad, quedarse dónde está si es un lugar seguro y protegerse debajo de una estructura sólida.

Parece ser, entonces, que lo menos recomendable en este momento es la desesperación, y por nublado que sea el panorama, el mejor refugio es la fortaleza de nuestras convicciones, las de la libertad, el esfuerzo individual y una sociedad libre y justa.

Es muy evidente que la menguada representación del sector poco y nada puede decidir en la votación de una convención muy mayoritariamente de izquierda y que podría contar con los quorum necesarios para dictar un texto constitucional a su amaño. No obstante, hay dos caminos complementarios para igualmente influir en el texto constitucional: la opinión pública y el plebiscito ratificatorio.

No hay que perder de vista que existe un enorme sector de ciudadanos que conforman el centro político que, sin lugar a duda, no va a verse representado en propuestas extremas si es que son estas las triunfantes en el debate constitucional. Ese grupo de chilenos moderados es el que los partidos tradicionales que han gobernado los últimos treinta años olvidaron, no fueron capaces de interpretar, y lisa y llanamente los dejaron fuera de las urnas este fin de semana. 

Sin embargo, aún queda una oportunidad de reencantarlos. Esos ciudadanos forzosamente deberán votar en el plebiscito ratificatorio. Ya no tendremos que conquistar su voluntad de ir a votar. Ni siquiera necesitamos convencerles que nuestras ideas son mejores para Chile, porque lo saben, más de alguna vez han votado por nosotros, fuimos nosotros los que los desencantamos: colusión, fraudes, abusos, corrupción, y un largo etcétera.

Con prudencia, pero con firmeza, debemos hacer pedagogía para que sea la opinión pública la que obligue a la moderación al órgano constituyente, sea durante la deliberación, sea porque no se atreverá a plebiscitar un texto contrario a las tradiciones democráticas y republicanas de nuestro país.

Hay que actuar con astucia, nuestros convencionales deben utilizar el lenguaje del sentido común, no de la confrontación. Deben ser verdaderos hombres y mujeres de Estado y no guerrilleros de  trinchera. Su discurso debe ser hacia la opinión pública antes que al hemiciclo de la convención. Claro, preciso, concreto, empático, inteligente e inteligible. 

A nosotros nos toca apoyar el trabajo heroico de nuestros convencionales desde los partidos políticos, desde nuestros centros de estudio, desde nuestros intelectuales, desde los medios de comunicación que desarrollemos, desde el lugar en que nos corresponda estar. Debemos apoyar con presencia territorial haciendo pedagogía constitucional. Tenemos que acoger en nuestras ideas a los huérfanos del terremoto político, que son los dos millones de personas que en esta ocasión no se sintieron interpretados por nuestros candidatos.

Es un camino largo, difícil, extenuante, meticuloso, de avances y retrocesos. ¿Hay alguna reconstrucción nacional que no lo haya sido?