¡Despabílense!
Alvaro Ferrer del Valle | Sección: Política, Sociedad

Conversaba con un buen amigo sobre el resultado eleccionario, ese que él -desde su peculiar posición de influencia y privilegio- ideó y promovió con sesudos y eruditos argumentos en favor del apruebo.
Fui duro al pasarle la cuenta; le guste o no, todo este proceso -como toda revolución- se cocinó por una élite burguesa o aburguesada, no por el clamor popular ni el destino inevitable, y el resultado fue repetidamente advertido.
Su reacción -vaya paradoja- fue el rechazo…; no tanto por la humana y comprensible autodefensa, sino porque a su entender ese día aciago de noviembre del 2019 no había otra opción. Era la vía institucional de la nueva constitución o ríos de sangre y guerra civil. Así, como cualquier determinista o víctima de la coacción insuperable, diluyó y evadió la responsabilidad de su participación y decisión en un grotesco falso dilema.
Acto seguido, su defensa se transformó en ataque con el simplón “es que tú no sabes, no entiendes”, acompañado con el ademán auto justificatorio de la victimización (“yo que estoy en el servicio público, que me he sacrificado tanto”) como siempre ocurre con quien se ve acorralado y tiene el cutis demasiado fino. Cero autocrítica.
Otro tanto he visto en mis amigos intelectuales de centro derecha que validaron el acuerdo y el apruebo. Ni un ápice de reflexión sobre su responsabilidad en aquella lectura que construyó puentes rimbombantes hacia el abismo. Todos inmunes, tal vez por la sensación de seguridad que les proveen los likes y retuits de sus colegas de trabajo en esa realidad paralela de las redes sociales, donde sus sabios y elocuentes diagnósticos junto a redundantes denuncias -normalmente escritas y dichas en siútico y difícil- se difunden y bombean con estratégica planificación en el jueguito -algo patético, debo decir- de la reciprocidad confirmatoria a través de citas cruzadas a todo evento.
Me pregunto qué están viendo y escuchando aparte de sus fotos en los diarios y dichos en las radios (esa tribuna que agrava su responsabilidad) donde (a veces) la vanagloria del propio posicionamiento se disfraza de apostolado en la opinión pública.
El efecto de semejante burbuja y autobombo es el mismo distanciamiento que sin compasión le achacan a las tres comunas donde ellos viven, mediante recurrentes generalizaciones que por burdas no logran ocultar su injusticia.
Si tuviese que elegir una palabra para calificar este alejamiento de la realidad sería ésta: insensatez. Decía Chesterton, el gran apóstol del sentido común, que “cuando los hombres instruidos comienzan a hacer uso de su razón, entonces es cuando descubro que generalmente no tienen ninguna”. Esa es mi conclusión.
Chile no puede darse el lujo de que los escrutadores de la realidad sean insensatos. Su porfía debe ceder ante los porfiados hechos. Y el dato final es inequívoco: avanza el marxismo -trasnochado y renovado– revestido de ángel de luz.
Podemos darnos mil vueltas de carnero haciendo acrobacias intelectuales acompañadas de un inocente optimismo que intenta rescatar oportunidades ante la debacle instalada que ahora se titula “cambio de época”. El punto es que como con cualquier discurso del Presidente, la proliferación y abundancia de adjetivos no reemplazan la falta total de substancia.
¡Basta! Con el marxismo no se juega de manera tan infantil. Se lo mira a la cara y se lo combate con hombría denunciándolo como lo que es: un enemigo increíblemente astuto.
La insensatez debe desaparecer. Entregar el país en bandeja al marxismo, cualquiera sea su forma y concreción, es inaceptable. La verborrea ensimismada y el derroche de tinta de los encumbrados intelectuales debiese dejar espacio para leer y meditar las cartas del diablo a su sobrino. Su continua abstracción plagada de citas de autoridad necesita con urgencia una buena dosis de Encarnación para bajar de lo alto y elevar la mirada.
Aterricen. Despierten. Miren. Escuchen. Pero, ¡por favor!, que mande la realidad y no la vanidad. Ya es tiempo de llamar al pan, pan, y al vino, vino, reemplazando el éxtasis de la auto referencia por la humildad de la contemplación.




