Nuestros padres nos vacunaron

Gonzalo Rojas S. | Sección: Educación, Familia, Sociedad

Las vacunas no sólo servirán para que podamos superar la pandemia, sino que podrían tener también un magnífico efecto en la conciencia de las personas.

Es difícil afirmar que los chilenos seamos más desaprensivos que otras nacionalidades, pero que somos escasamente previsores, no cabe duda. Basta ver lo poco rigurosos que somos con las medidas sanitarias de prevención. Las relativizamos, las diluimos al aplicarlas al caso personal, al que frecuentemente consideramos un supuesto “caso único y distinto”.

Con la vacuna no caben términos medios. Te pusiste las dosis requeridas o no; quieres prevenir para ti mismo y para los demás, o no; hiciste un pequeño esfuerzo (aunque no sepas exactamente cuán eficaz resultará) o no.

Ese carácter binario de la vacunación, ese significativo todo o nada, debiera ayudarnos a enfrentar de modo análogamente preventivo situaciones que, por desaprensión, se tiende a relativizar.

Pero no se trata sólo de temas de salud o de seguridad personal o de accidentes. El concepto de prevención debe aplicarse en toda su extensión, y particularmente en las dimensiones morales de la vida (que, por cierto, están presentes en todas las facetas de nuestra existencia).

Nuestros padres y abuelos nos dieron buen ejemplo en esto, y ya es hora que repasemos algunas de las vacunas con las que ellos operaban.

Vacunaban a sus hijos de las malas influencias, explicándoles bien con quiénes no debían tratar y qué amigotes resultaban indeseables en la familia.

Prevenían el uso desordenado de la sexualidad, hablando claramente y a tiempo, explicando la belleza de la pureza y la necesidad de reservarse para el matrimonio, pero siempre advirtiendo de los riesgos de la propia debilidad.

Inoculaban proporcionadas dosis de castigos, advirtiendo que las irían aumentando en caso de que no hicieran efecto. No le tenían miedo al pinchazo que vacuna.

Prohibían, y prohibían, y prohibían, marcando límites, ayudando a no utilizar el arma de las pataletas, de las rabietas y de las rebeldías. 

Vacunaban contra las frustraciones de los fracasos, permitiendo que desde muy niños sus hijos los sufrieran en ciertas magnitudes, para así inmunizarse.

Se alejaban oportunamente, para ir entregando más y más cuotas de libertad que permitieran hacer madurar la personalidad de sus hijos. A lo más, un “tú verás lo que haces”, con el que manifestaban tácitamente la opinión contraria a la consulta filial.

Pero, por lo que se ve en el comportamiento de tantos jóvenes, parece que ya casi no se aplican estas vacunas o, al menos, no en las dosis adecuadas. Quizás la pandemia alerte sobre otros males que también requieren de prevención.

Aunque, por supuesto, las vacunas morales no son infalibles. Pueden fallar individualmente en hasta un 100% si la persona hace mal uso de su libertad. Problema suyo. Que no le eche la culpa al sistema sanitario moral.