Lecciones de un juguete roto

Joaquín García-Huidobro | Sección: Política, Sociedad

Cuando tenía seis años me regalaron un juguete “importado”, como se decía entonces. Era un muñeco, una especie de robot, que hacía ruido y echaba muchas luces: absolutamente fascinante.

Quise conocer el secreto de esa maravilla y lo arrojé contra las piedras para ver qué había adentro. Se rompió y hurgué en sus entrañas. Me di cuenta de que el interior no tenía nada muy especial (la magia estaba en el conjunto); constaté que de ahí en adelante no podría utilizarlo, porque se había roto, y supe que la culpa de haber perdido ese asombroso artefacto era exclusivamente mía. En suma, aprendí que no se podía tener un juguete bonito, romperlo y esperar que siguiera funcionando.

Estas verdades básicas, que están al alcance de cualquier niño, han sido sistemáticamente olvidadas en el Chile de los últimos años.

Para empezar, los parlamentarios hacen trampas de modo constante, tuercen la ley, se dedican a disputas sin fin, y luego se extrañan de que la actividad política esté completamente desprestigiada y emerjan liderazgos extravagantes. Quieren buenas pensiones, pero vacían los fondos y ponen serios obstáculos a una reforma del sistema.

Una parte importante de la Democracia Cristiana apoya la idea de acusar constitucionalmente al Presidente de la República por cumplir con su deber, y después nos habla de la importancia de las virtudes democráticas y de la necesidad de que en Chile reine un clima tolerante.

En la misma lógica errada, muchos empresarios han financiado con su publicidad, por décadas, programas y medios que destruyen la credibilidad de las instituciones, y más tarde se horrorizan de que ya nadie confíe en ellas.

Además, quieren leer la prensa y esos otros medios de comunicación que se preocupan de corroborar sus fuentes y hacer periodismo en serio; sin embargo, cuando las cosas se ponen complicadas les quitan la publicidad, a pesar de que los índices de lectoría son hoy más altos que nunca. ¿Han bajado sus propios ingresos? En muchos casos sí, pero un aviso publicitario tampoco es tan caro y sirve al bien común, porque no podremos tener una democracia representativa sana si no contamos con una buena prensa.

Por su parte, los académicos y sus teorías de moda demuelen la literatura; una y otra vez nos enseñan que las obras de Homero, Cervantes o Shakespeare no son más que expresiones de la dominación y opresión patriarcal. Y luego se sorprenden cuando la gente no estudia esas disciplinas que tanto ayudan a la comprensión de la condición humana, y se molestan porque las humanidades quedan condenadas a la irrelevancia.

No pocos padres prohíben a sus hijos estudiar historia, letras o filosofía, y más tarde lloran cuando la cultura se transforma en una suerte de monstruo que devora todo aquello en lo que una vez creyeron: “Nos están reescribiendo la historia”, dicen espantados.

Los padres quieren que sus hijos los respeten. Al mismo tiempo, muchos desautorizan a los profesores de manera constante, y no aceptan que sus pequeños puedan obtener una mala nota. En suma, les hacen imposible descubrir que, si uno quiere aprender, debe estudiar mucho y en serio. Como si el principio de autoridad solo valiera para ellos y no fuera parte de un tejido del que todos formamos parte.

Los católicos muestran, con razón, su horror por los abusos de algunos clérigos, pero no se les pasa por la cabeza acompañar a esa enorme mayoría de curas que sí hacen la pega, o mandarles de vez en cuando unos chocolates. Los dejan en la soledad.

La izquierda pide tolerancia, aunque en su mayoría no tiene escrúpulos a la hora de linchar a los descarriados que, como Javiera Parada, abandonan sus filas sin cambiar sus ideas, porque no aceptan el sectarismo; reprueba a quienes se atreven a reconocer algún mérito en sus adversarios, y ataca sin piedad a aquellos que son capaces de llegar a un acuerdo con el Gobierno para conseguir el bien de Chile.

Ciertos políticos y académicos insisten en desconocer el aporte público de la Universidad Católica y otros centros de enseñanza superior no estatales. Sin embargo, no tienen inconveniente en vacunarse en un proceso que, sin quitar su mérito al Gobierno y al sistema de salud primaria, habría sido imposible sin la iniciativa y perseverancia de profesores y autoridades de esa universidad, con el apoyo de otras casas de estudio.

Hemos sido testigos de una campaña de vacunación masiva, en que las vacunas están disponibles en las cantidades requeridas y son accesibles a todos según su rango etario. No en vano el Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los principales diarios europeos, lo ha puesto como un ejemplo para la propia Alemania. En suma, esas personas piensan que se puede pisotear a la Universidad Católica y luego mantener todas las ventajas que su existencia le reporta al país.

Ha pasado más de medio siglo desde el día en que destruí mi juguete y no ha cesado mi agradecimiento ante ese pequeño robot, a su ruido galáctico y a sus luces que causaban mi asombro. Él ya no existe, y nunca tuve otro, porque en las tiendas chilenas de entonces no había nada semejante. Pero junto con verlo destrozado me enseñó que las cosas que uno quiere hay que cuidarlas. Chile también debería tenerlo presente. No es tan difícil.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 25 de abril del 2021.