Las izquierdas camino a la debacle

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

De las diversas variables necesarias para vencer una batalla, existen tres elementos de importancia clave: conocimiento y dominio del terreno, ventaja estratégica e inteligencia y el factor sorpresa. Esas mismas variables las podemos ver y aplicar en el contexto en que nos encontramos, ad portas de un proceso constituyente impuesto a la fuerza a través de un golpe articulado y organizado por ya sabemos quiénes.

Si hay algo que las izquierdas más radicales no parecen entender es que, por simple ley de la física, a toda acción, se opone una reacción: frente a tanto odio que han generado, van a recibir de vuelta, en algún momento, una reacción. La ceguera que produce el discurso revolucionario del progresismo, cargado de odio y violencia, así como en los 1970, hoy en pleno siglo XXI valida el asesinato como arma política. Si a eso le sumamos lo que he llamado anteriormente de la intoxicación por “el opio constitucionalista”, parecen no darse cuenta que estiraron el elástico más de la cuenta. En realidad, sí se dan cuenta, y los pocos vestigios de personajes razonables que quedan en la izquierda chilena lo saben, pero ciertamente no serán escuchados. Siendo así, la contra respuesta vendrá, tal vez no de la misma clase, no violenta, mas sí en la forma de una derrota en las urnas. Esto se da porque en el frenesí revolucionario, asumieron que tenían control del terreno en que pisaban.

En la fraseología de las izquierdas abundan términos como “la calle”, “lo público”, “el estado”, y la que más les fascina, “el pueblo”. Por esa costumbre que tienen de auto designarse como los representantes de ese pueblo que dicen conocer, y apropiarse de toda causa que implique confrontación, dan por asumido que el pueblo como un todo está con ellos, casi como si fuese una relación simbiótica, que en la realidad es más bien parasitaria. Asumen que ese 80% del plebiscito lleva el puño en alto, mirando hacia un horizonte rojo. Se equivocan, y ya se han equivocado en el pasado. Prueba de ello fue el éxito de José Antonio Kast en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales nada menos que en Lota, otrora bastión proletario. Sin ir más lejos, asumían que Chile entero, supuestamente aún bajo los encantos de la expresidente Bachellet, estaba con el candidato de la izquierda; craso error, finalmente se llevaron una rotunda derrota. El conocimiento del terreno ciudadano que ellos manejan se basa en las epopeyas obsoletas del “campesino, del obrero del salitre y del carbón”, pero desconocen o más bien ignoran lo que realmente le preocupa a la ciudadanía: paz, orden, trabajo y libertad.

A través de una simple inspección de las fuentes de información tradicionales, sumado al despliegue y copamiento del espacio público, de las universidades y de los más diversos ámbitos, es posible pensar que efectivamente el progresismo nacional tiene una ventaja estratégica. ¿Realmente están en ventaja? Evidentemente que el discurso de las izquierdas, de mucha forma y poco fondo, antes cargado de un patrón moral distorsionado y hoy, sumado a ello, lleno de gritos, insultos, odio y sedición, parecen avasalladores, imparables y que efectivamente es la voz común de toda la ciudadanía. Error. Ese discurso no es la voz del agricultor aterrorizado por la violencia extrema de la guerrilla de izquierda, tampoco habla por las familias de esfuerzo que necesitan del transporte público que el brazo armado urbano de la extrema izquierda, primera línea y grupos anarquistas, insisten en destruir. Tampoco habla por los cientos de miles de microempresarios y emprendedores que lo perdieron todo. Menos aún habla el discurso hegemónico de las izquierdas por los millones de chilenos que quieren vivir en paz. Por tanto, la ventaja de la que creen disponer no es tal cosa.

La unión en la izquierda chilena nunca ha sido su fuerte, pues carecen de inspiración patriótica que coloque a Chile primero. Con el fin de la concertación perdieron cohesión, unidad y rumbo, razón por la cual, han apostado, cuales boys scouts “siempre listos” por la violencia para llegar al poder. El silencio condescendiente de la izquierda frente a la violencia sin precedentes en nuestro país la ha hecho, a los ojos de la ciudadanía, un cómplice activo sediento de poder, y con ello han perdido el factor sorpresa. Por ello, no es de extrañar sus llamados a suspender las elecciones, pues saben que el botín se les escapa de las manos. El histórico del Partido Socialista, Camilo Escalona, señalaba en 2019 después del inicio de la insurrección de octubre, que era “ahora o nunca”, que se les “iba la vida” y aún no conseguían volver a poner en marcha el programa del gobierno totalitario del señor Allende. Sí, ellos y cada una de las personas que han apoyado este proceso insurreccional son los responsables de la destrucción de Chile. Saben que la ciudadanía lo sabe, no hay sorpresa en ello, razón por la cual temen la peor de las derrotas.

Están conscientes que cabe la posibilidad que pierdan. Creen, basados en los resultados del último plebiscito, que el sentir nacional es de izquierda. Se equivocan. Al ciudadano común no le interesa el lenguaje inclusivo, ni el feminismo, ni el progresismo en general en sus más diversas expresiones. La ciudadanía quiere paz, orden y trabajo, tres elementos vitales que a través del golpe insurreccional de la izquierda, le fueron arrebatado. Y el ciudadano común va a pasar la cuenta. Querían el poder y no lo van a tener. Sí, las izquierdas van camino a la debacle.