Historia
Adolfo Ibáñez SM. | Sección: Historia, Política
En este año y medio de crisis, el odio y la ira de los violentistas y de quienes los defienden han apuntado a borrar nuestra historia. Se dice que el pueblo es víctima de un relato falso que han construido los grupos dirigentes para asegurar su preeminencia a través del tiempo, condenando a la gran mayoría a ser nadie y pobre por siempre jamás, lo que configuraría una violencia estructural contra la que hay que rebelarse. Es la lucha de clases llevada a la historia.
De aquí derivaría que los autoproclamados defensores y redentores del pueblo tendrían legitimidad para situarse por sobre el bien y el mal, denunciando el Estado de Derecho como algo espurio. Y proponiendo que la sociedad se reorganice a partir de la solidaridad.
Es un lenguaje sonoro y aparentemente bello. Pero es equívoco, porque no desciende de las generalidades que brillan en el cielo como las blancas nubes. No le viene la tierra sucia y polvorienta de la realidad, porque desnuda la ampulosidad de las frases cargadas de ideología. De aquí deriva el recurso a la demolición y al odio que esconde la incapacidad de plantear soluciones concretas y de realizarlas.
Las crisis son un momento especial para analizar desapasionadamente nuestra realidad y nuestro pasado. No se trata solo de soñar un futuro, sino de plantearnos lo que queremos y definir el camino (siempre será pedregoso), las etapas y los medios más adecuados para alcanzarlo. De lo contrario corremos el riesgo de quedar estancados y destruirnos.
En la próxima discusión constitucional se juega el respeto a nuestra historia y el reconocimiento de que somos un eslabón más en la cadena de personas y del tiempo que han hecho nuestro país, para bien o para mal. Respecto de los medios, mucho se elogia al Estado como el gran factor de prosperidad y felicidad. Se olvida que la dependencia del Estado tiende a hacernos indolentes porque la responsabilidad de empujar el carro se transfiere a otros, eludiendo el deber de cada uno. Además, ya tenemos una muy mala experiencia al respecto, por el centralismo, el estatismo y el presidencialismo que nos dejó, con su cortejo de debilidad y pobreza.
Es necesario reconocer lo vivido para no tropezar con la misma piedra, y para abrir un futuro que permita a todos desarrollarse y aportar el grano de arena que cada uno puede. Las ideologías con su lenguaje de encantamiento odioso, la ignorancia y los intereses sectoriales y partidistas son los virus que transforman las blancas nubes celestiales en negros nubarrones de tormenta.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el lunes 29 de marzo del 2021.