Elecciones en tiranía

Carlos A. Casanova | Sección: Política, Sociedad

El clima que se vive en Chile es el de una tiranía. Los ciudadanos y otros habitantes han perdido el derecho a circular libremente, el terrorismo sanitario y otros terrores han paralizado a la población. En sus casas languidecen ésta y su economía (exceptuando la de las grandes fortunas), convirtiéndose en pasto de cualquier enfermedad respiratoria grave a causa de la falta de vitamina D. En sus casas están confinados los fieles sin que el gobierno les permita dar el debido culto a Dios, ni siquiera en Navidad o Semana Santa, y aun en desacato de una expresa sentencia de la Corte Suprema de Justicia. Muy pocos logran escapar a la fuerza de la campaña del miedo. Axel Káiser, Juan Lehuedé y Max Silva son algunos representantes conspicuos de la minoría que logra ver la realidad a través del espeso velo de la propaganda.

Por otra parte, el país se halla metido en un proceso revolucionario que se inició con una serie de ataques concertados a la institucionalidad sin que dichos ataques recibieran respuesta alguna adecuada por parte del gobierno, que fue elegido para detener la revolución, pero que se ha dedicado a promoverla, si juzgamos por sus acciones y omisiones, e incluso algunas veces por sus palabras (como cuando condenó las protestas de los camioneros). La revolución ha logrado que haya zonas del país en las que no puede entrar la fuerza pública, y otras en las que reina la ley impuesta por los carteles de la droga. Pero la revolución ha tomado también al Congreso, que ha hecho una serie de reformas constitucionales y legales que poco a poco van desfigurando casi por entero la faz de la república: el aborto, la ideología de género, la destrucción de la subsidiaridad educativa y de la autonomía universitaria, la habilitación política de los totalitarios, quizá la eutanasia y un cambio radical en las relaciones entre padres, hijos, organismos públicos nacionales e internacionales y ONGs en el seno del hogar (mediante el proyecto de ley de garantías de la niñez). Nos encontramos ante una verdadera catástrofe político-teológico-sanitaria.

En ese contexto, se han retrasado las elecciones de la Convención Constituyente y de las autoridades municipales y regionales de abril a mayo. Ese retraso, me parece, ha servido para agudizar la sensación de miedo y de vulnerabilidad. No se nota un verdadero ambiente electoral. Lo que hay es un pánico colectivo inducido por la televisión, y prospectos tristes en torno a la capacidad de subsistir ante la sistemática destrucción del aparato productivo y distributivo o, mejor dicho, de las zonas de ese aparato que se encontraban en manos de empresas pequeñas y medianas.

Éste es el ambiente que necesitan los revolucionarios. Chile no es un país que quiera saltar al abismo de una revolución. Chile quiere algunas mejoras, eso sí, pero no una revolución. Si se lograra que el chileno percibiera que la situación es desesperada, también se lograría que perdiera miedo al abismo revolucionario. Si se lograra, además, que la población de mayor edad decidiera no ir a votar a causa del pánico sanitario, entonces las posibilidades de que ocurriera la revolución serían mucho más grandes. Los jóvenes revolucionarios conservan el entusiasmo de la ignorancia, y se movilizarán para realizar el sueño de un “Chile más digno”, cuyo símbolo es la destrucción de los monumentos patrios.

La unión de UDI, RN y Partido Republicano se levantó como una seria amenaza al proceso revolucionario. La aparente división de las fuerzas del caos permitió concebir en marzo la esperanza de detener la avalancha. Pero la avalancha ha seguido rodando en el Congreso. La revolución ha continuado su marcha en medio del atolondramiento de la población confinada. Entonces, una vez que se dé la elección, ¿no se unirán en la Convención constituyente todos los revolucionarios, como lo han hecho en el Congreso, aunque pertenezcan a diferentes toldas políticas? Me temo que sí. Y me temo que en sus filas militarán no pocos miembros de la alianza de “derecha”, políticos como ésos que han apoyado desde la UDI, desde RN o desde Evópoli la silente revolución parlamentaria.

En este contexto es muy importante que Chile conserve un partido y una voz que “clame en el desierto”, que señale los gravísimos abusos que se están cometiendo en todos los planos y que han puesto en jaque la existencia republicana. José Antonio Kast y su Partido deben tomar decisiones políticas que entrañan compromisos realistas con agentes con los que no están del todo de acuerdo, como don Andrés Allamand, quizá. Pero deben guardar con sumo cuidado su identidad y su compromiso con el orden jurídico natural y con las tradiciones patrias. Sus bases quieren observar una enérgica oposición al Proyecto de Ley de Garantías, al aborto, a la eutanasia, y un serio compromiso con la defensa constitucional de la familia. (Hay confusión en esta materia: se ha logrado hacer creer que la situación fáctica de desorden familiar implica que se pueden postular diversos “modelos” de familia. La situación fáctica es una realidad que hay que asumir, pero para nada exige abandonar el patrón contra el cual ella se mide. Hay, por ejemplo, niños criados por madres solteras, pero hay que reconocer que esa situación no es ideal, que debe promoverse la responsabilidad de los padres y su vinculación mutua para proporcionar al niño un ambiente adecuado para su crianza y educación). Este compromiso de los líderes del Partido es lo que puede mover las bases a votar y a cuidar el voto en esa mañana de mayo en que se decidirá el futuro de Chile. Así como las bases revolucionarias se mueven porque se las manipula para que piensen que Chile será “más digno”, las bases republicanas se moverán porque comprenderán que la Patria está en peligro y que hay una verdadera alternativa no revolucionaria.

Por último quiero insistir en que es indispensable que los dirigentes no revolucionarios se aseguren de que el padrón electoral ha sido debidamente purgado de toda indebida hinchazón o de toda migración estratégica, y de que se establezcan medidas con las que se pueda evitar eficazmente el voto múltiple. De otro modo, la labor de los apoderados de mesa podría ser vana.