El origen de la masonería: presencia del misterio de iniquidad

Carlos Casanova | Sección: Historia, Religión, Sociedad

La situación actual del mundo y de Chile me ha llevado a investigar los orígenes de la masonería. En algunas fuentes he encontrado verdaderas minas de información, que hoy quiero compartir con los lectores. Se trata, creo yo, de una historia fascinante.

Stephen Knight, en su libro The Brotherhood, hace una investigación muy astuta y completa de la influencia de la masonería sobre la política inglesa, y de la probable infiltración de la masonería por el comunismo internacional. Es interesante que una hipótesis análoga guió al otro principal investigador en que me voy a basar hoy, Agustín Barruel. En efecto, Barruel pensó que en su origen la masonería procedente de las islas británicas era un conjunto de sociedades secretas perjudiciales, pero no deletéreas, y que fue la infiltración por parte de los illuminati de Adam Weishaupt lo que las convirtió en una poderosa arma de destrucción de la civilización. El mal más hondo habría residido, según pensó inicialmente Barruel, en la susceptibilidad de infiltración que padecían las logias.

Knight inicia la historia apuntando que el gremio de los masones en Inglaterra era un gremio católico que perdió su razón de ser en el siglo XVI y que a partir del siglo XVII recibió en su seno a personas ajenas a la profesión. El primer masón no profesional que ingresó a la logia fue John Boswell, un noble escocés, en Edimburgo y en 1600. El primer caballero inglés que se unió a una logia fue Elías Ashmole, muy interesado en los rosacruces, y lo hizo en 1646. Durante el siglo XVII los miembros de logias no profesionales fueron creciendo en número, y para 1670 en la logia de Aberdeen ya la gran mayoría no eran constructores de oficio.

En los años siguientes, de acuerdo con Knight, se mantuvieron sólo los siguientes elementos originales: (1) la organización con miembros de tres grados; la unidad llamada “logia”; (2) las historias legendarias sobre el origen de la profesión masónica, contenidas en diversos manuscritos, de los que el más viejo data de 1390; (3) el secreto que originalmente se refería a las reglas de la profesión, pero que no se aseguraba con juramentos ni con la aceptación de castigos sanguinarios como los que se introducirían más tarde; (4) un método de reconocimiento por medio de una palabra; (5) un fundamento cristiano. Pero, entre 1670 y 1717 (cuando se fundó la Gran Logia de Inglaterra), la corporación sufrió una verdadera metamorfosis, cuyo origen exacto no se puede trazar ahora con precisión. Con agudeza Knight señala que fue en este tiempo cuando los no-profesionales comprendieron el potencial que una sociedad secreta que podía abrazar personas de todas las clases sociales ofrecía a sus líderes en la sombra para manipular los acontecimientos como titiriteros escondidos detrás del escenario. Uno de sus primeros objetivos fue consolidar los logros de la guerra civil de 1642-1651, y limitar el poder del rey. Es probable que los masones hayan intervenido activamente en la llamada “revolución gloriosa”, pero ciertamente al inicio del siglo XVIII las logias de Londres se federaron y decidieron elegir un Gran Maestro que fuera un noble, una figura que diera respetabilidad a las logias, con el fin de manipular la nueva dinastía hannoveriana. En ese tiempo las reuniones de las logias se convirtieron en actos rituales que giraban en torno al templo de Salomón (que durante el carácter católico y profesional de la corporación no tuvo mayor prominencia) y que establecían juramentos terribles, con la aceptación de penas sanguinarias para el caso de perjurio (Cfr. The Brotherhood, Book Club Associates, Londres, 1984, capítulos 2-3).

Después de la creación de la Gran Logia, los nobles ingleses se aseguraron el control de la sociedad secreta, y al fin del siglo XVIII habían asegurado el Patronato Real: mientras la Monarquía española ejerció el patronato sobre la Iglesia Católica, la inglesa todavía lo ejerce sobre la masonería. De hecho, Knight muestra una preocupante fusión entre el Estado y la Logia, que nunca denuncian los “valientes” escritores que propugnan la separación Iglesia-Estado, porque prefieren no tocar una organización que realmente tiene el poder en sus manos.

El tercer Gran Maestro de la Gran Logia fue un personaje de origen francés, Theophilus Desaguiliers, quien, al dejar el cargo, viajó a Escocia para organizar las logias de manera semejante a la inglesa; inició a Frederick, Príncipe de Gales en la Hermandad (1737); y viajó a La Haya, donde inició al Duque de Lorena, que se casó con María Teresa y se convirtió en Co-Regente cuando ésta accedió al trono austríaco en 1738. Se pusieron así las bases para la dominación masónica bajo el reinado de Joseph II (The Brotherhood, capítulo 4).

En la obra de Barruel encontramos mucha más luz en lo que se refiere al carácter supuestamente católico de las logias profesionales de los masons en los siglos cristiano-latinos. Un interesante manuscrito autenticado por el propio Henry VI y que se encuentra depositado en Oxford, en la Biblioteca Bodleiana y comentado por Locke, muestra que ya en el siglo XV los masones habían aceptado los sistemas de la cábala, la astrología y la adivinación. Se ufanaban, además, en haber conseguido el arte de predecir las cosas futuras y de vivir sin temor ni esperanza. Es decir, parece que negaban la vida eterna. Y declaraban haber recibido este arte de los mercaderes venecianos, que se encontraban en contacto con el Oriente. Barruel descubre aquí un nexo con los misterios maniqueos (Cfr. Memoirs Illustrating the History of Jacobinism, Hartford, Nueva York, 1799, tomo II, pp. 233-234.), semejante al que se encontraba detrás de las grandes herejías revolucionarias y enemigas de todo orden social que estallaron en el sur de Francia a partir del siglo XI. Todo parece indicar que los gnósticos de cuño maniqueo se convirtieron desde esa temprana época en una corriente cultural que no pudo suprimirse, y que afloraría repetidas veces a lo largo de la historia de Occidente. Una consecuencia de este hecho me sorprendió hace unos años cuando un buen amigo italiano me informó que Gustav Zagrebelsky, el antiguo Presidente de la Corte Constitucional Italiana, es valdense, nada menos. Y yo mismo tengo sospechas, a causa de su insistencia en la “convencionalidad” tanto de la propiedad como de la diferencia del amor entre los cónyuges y el amor entre los concubinos, de que Guillermo de Ockham estaba sumido de alguna manera en esa corriente. Barruel sostiene que la masonería moderna es precisamente la encarnación en instituciones de ese caudal.

Pero el padre Agustín Barruel (que no era jesuita, por cierto, como se dice en Wikipedia), muestra otra conexión sorprendente: la corrupción de los Caballeros Templarios consistió en que, por influencias orientales seguramente sufridas en Tierra Santa, se convirtieron en una sociedad gnóstica secreta. Esto explicaría que los masones los vean como sus predecesores y que entre sus misterios se incluyan muchos elementos semejantes a los de la Orden extinta en el siglo XIV, y la ceremonia del Caballero Kadosch, que ritualmente decapita una figura de Felipe el Hermoso y otra de Clemente V, como representantes del Trono y del Altar. Barruel basa su investigación en los documentos reunidos por el señor Dupuy, el bibliotecario del Rey Luis XVI, de manera que quizá sea la investigación más sólida y documentada con que pueda contarse hoy, porque dudo que esta colección de documentos haya sobrevivido la destrucción revolucionaria (Barruel, Memoirs, tomo II; p. 205). Las principales conclusiones que obtiene son las siguientes: (a) la gran mayoría de los templarios de (la actual) Francia confesaron los delitos por los que la orden fue condenada; (b) es falso que esas confesiones se hayan obtenido por medio de la tortura; (c) es falso que el rey Felipe el Hermoso haya obtenido beneficios pecuniarios o territoriales de este juicio, pues él explícitamente renunció a todo posible beneficio (como accesión al Trono de las tierras de la Orden); (d) es falso que hubiera alguna animadversión previa que llevara a esta condena. De hecho, el Gran Maestro de la Orden, Molay, era amigo y compadre del rey; (e) el Papa Clemente V condenó estos procedimientos como una persecución injusta, hasta que la evidencia que se le presentó fue tan abrumadora que no pudo sino reconocer la verdad de los cargos contra la Orden; (f) éste era el estado de la Orden cuando fue intervenida: los Caballeros Templarios, al entrar en la Orden (después de su corrupción) tenían que negar a Cristo y pisotear y escupir una cruz; esto mismo se hacía sobre todo el Viernes Santo; todo niño engendrado por un Templario era arrojado al fuego; tenían que hacer un juramento de obedecer todas y cada una de las órdenes del Gran Maestro, cualesquiera que fuesen, de considerar como lícita cualquier cosa requerida por el bien de la Orden, de nunca violar el secreto de los “Misterios Nocturnos”, bajo pena de los más terribles castigos; si alguno se resistía a seguir estas políticas era forzado a aceptarlas por medio de castigos penales. En la ceremonia de iniciación de los Templarios, “el iniciador comenzaba por oponer el Dios que no puede morir al Dios que muere en la cruz por la salvación del género humano. ‘Jura’, le dice al candidato, ‘que crees en un Dios, el Creador de todo, que no puede ni quiere morir’, y luego continúan unas blasfemias contra el Dios del cristianismo. Al nuevo adepto se le enseña a decir que Cristo es sólo un falso profeta, condenado justamente en expiación de sus propios crímenes, y no por los del género humano”; (g) al parecer cometieron los Templarios gran cantidad de traiciones informando a los sarracenos sobre los movimientos de las tropas cristianas; (h) los mismos resultados se obtuvieron en las investigaciones realizadas en Inglaterra, Escocia, Irlanda, Rávena, Boloña, Pisa y Florencia (Barruel, Memoirs, tomo II; pp. 205-218).

La Orden de los Templarios fue disuelta al comienzo del siglo XIV. ¿Cómo se transmitió el gnosticismo desde entonces hasta los masones del siglo XVII? Ya sabemos que en el siglo XV tenía fuerte influencia sobre la corporación de los masons y que esa influencia había llegado a Inglaterra desde el Oriente por medio de comerciantes venecianos. Pero a través de las investigaciones de Frances Yates (y de sus fuentes), podemos ver que dos tradiciones diferentes, las herméticas y las cabalísticas, seguían vivas en diversas partes de Europa. En España, los judíos se embarcaron en la aventura cabalística sobre todo a partir del siglo XIII, y tuvieron fuerte influencia en sectores cristianos, como lo atestigua la obra de Raimundo Lullio en los siglos XIII y XIV. La corriente hermética había llegado a Italia seguramente de fuentes orientales, debido a las muchas aventuras italianas en Bizancio y en el oriente (que Yates ignora para atribuir toda la causalidad a la caída de Bizancio); y la corriente cabalística venía de los judíos italianos, y se reforzó con la expulsión de los judíos de España. Dos grandes representantes fueron Pico della Mirandola y Marsilio Ficino. Poco después surgió, también por influencia judía, la cábala supuestamente cristiana de Johannes Reuchlin (que preparó la Reforma al criticar la recepción cristiana del Antiguo Testamento), de Francesco Giorgi y de Cornelius Agrippa. Ambas corrientes fueron continuadas por la obra de John Dee, el famoso mago isabelino, que creía tener el poder de conjurar y manipular a los “ángeles buenos”. (Uno de esos “ángeles buenos” lo indujo a hacer un intercambio de esposas con su compañero de viaje Edward Kelly, detalle que Frances Yates pasa por alto). Precisamente John Dee hizo un viaje “misional” por Europa, y parece haber establecido contacto en Praga con el rabino Löwe, con no pocos nobles bohemios, y también parece haber tenido gran influencia sobre el emperador Maximiliano II, y haber impactado en menor medida al emperador Rodolfo II. Diseñó una Monas hierogliphica que era una cruz roja, y parece haber tenido bastante influencia en el nacimiento del movimiento rosacruz: en el segundo manifiesto rosacruz hay una monas hierogliphica y en todos los manifiestos alemanes se nota la influencia de Dee. Es posible, pues, establecer una línea genealógica que va del gnosticismo antiguo al oriental, del oriental a las herejías maniqueas y gnósticas de la Cristiandad Latina; de éstas y de la influencia cabalística a algunas corrientes ocultistas (tanto herméticas como cabalísticas) del así llamado “renacimiento” y desde allí hasta las logias del siglo XVIII (Cfr. Frances Yates, The Occult Philosophy in the Elizabethan Age, Routledge, Nueva York, 2001).

Por tanto, si las intuiciones de Barruel y los trazos gruesos de Yates fueran ciertos, entonces resultaría que lo que estamos viendo ahora es una continuación de un duelo que empezó hace veinte siglos y del que dan testimonio los Apóstoles (Gálatas 4; Colosenses 2; II Pe. 2, etc.) y los Padres Apostólicos: los gnósticos anómicos que intentaron destruir la Iglesia de Cristo en el siglo I; que encarnaron las sectas luciferianas y cainitas de los escritos herméticos; que se unieron a Julián para destruir el cristianismo; que volvieron a la superficie por la influencia oriental sobre la Cristiandad Latina con las sectas maniqueas que en el siglo XI iniciaron una revolución de iniquidad (anomía); que pasaron luego a la clandestinidad de diferentes sociedades secretas como la de los templarios o los constructores ingleses; que cristalizaron en los movimientos cabalistas, herméticos y rosacruces de los siglos XV-XVII, lograron finalmente convertirse en un poder mundial en el siglo XVIII al salir de Inglaterra e inficionar a todo el mundo antiguamente cristiano, desde la Argentina hasta el Canadá, desde Colombia hasta Filipinas, pasando por Europa y las posesiones cristianas en otros continentes. Asistiríamos hoy, entonces, al desatado “misterio de la iniquidad” (mysterion anomías) de que nos habla el Apóstol en II Tes. 2.

En todo caso, es impresionante que, desde san Pablo hasta hoy, el misterio de iniquidad reúne rasgos comunes nada despreciables. Así, (1) ha sembrado la anomía, el rechazo de la ley, como lo hicieron también los Illuminati (que infiltraron las sectas masónicas, llevaron a cabo la Revolución Francesa e “iluminaron” el mundo con la luz de las logias, la luz de lucifer) y como lo hacen los gnósticos contemporáneos, enteramente anómicos.

Desde san Pablo hasta hoy, el misterio de iniquidad (2) ha proclamado una falsa ciencia, una gnosis que no es ni ciencia ni Fe, sino un oscuro engaño en que caen los “hijos del orgullo”. Como ha mostrado Barruel, los Illuminati pretendían, entre otras cosas, destruir las verdaderas ciencias y reemplazarlas por sus “misterios ocultos”. Para sustanciar esto nos muestra su actividad, pero también transcribe una de las preguntas que se hacían a los candidatos que querían acceder a sus grados intermedios: “¿Acaso las ciencias generales y comunes a las que se aplican los hombres infunden una verdadera luz? ¿Acaso conducen a la verdadera felicidad? ¿No son, más bien, el fruto de variadas necesidades, o del odio anti-natural en que existen los hombres? ¿No son, en verdad, la invención de cerebros enloquecidos y artificiosamente sutiles?” (Cfr. Agustín Barruel, Memoirs, tomo III, p. 168) ¿No recuerda esto el odio de los gnósticos contemporáneos a la contemplación y a la ciencia, que pretendidamente no es “del pueblo”?

Desde el tiempo apostólico los gnósticos han intentado (3) vaciar a la Iglesia de la verdadera Revelación y arrebatarle sus tesoros de gracia. ¿No recuerda esto lo que hicieron los Illuminati? Veamos un breve pasaje de Xaverius Zwack, el Catón de Weishaupt: “por la recomendación de los hermanos, Pylades (un illuminatus) se ha hecho consejero fiscal eclesiástico. Al conseguir este puesto para él, hemos puesto los dineros de la Iglesia a disposición de la Orden [de los Illuminati …]. Los hermanos que han recibido órdenes [sagradas] han sido proveídos con rentas, curatos y puestos de preceptor. […] Con la recomendación de nuestra Orden, dos jóvenes están viajando a expensas de la Corte [de Munich]. En este momento están en Roma. […] Hemos obtenido cuatro cátedras eclesiásticas para cuatro hermanos. Pronto gobernaremos la Institución de Bartolomé para la educación de jóvenes eclesiásticos. […] Por este medio llenaremos a Baviera de sacerdotes astutos y adecuados (para nuestro objeto). Tenemos esperanzas semejantes sobre otra casa de sacerdotes. Por medio de incesante aplicación e infatigables esfuerzos, y de las intrigas de XXX, al fin hemos tenido éxito no sólo en mantener el Consejo Eclesiástico (que los jesuitas querían destruir), sino también en poner bajo este Consejo los Colleges y Universidades, todos esos bienes que todavía se encontraban bajo la administración de los jesuitas en Baviera, tales como la institución para la misión, las limosnas doradas, la casa de ejercicios y los fondos para los conversos recientes […]”. Y, Barruel comentó que este texto explicaba varios fenómenos que se dieron en la revolución, de curas y aun obispos apóstatas que participaron activamente en los más grandes sacrilegios: “de Catón-Zwack aprendemos quiénes eran esos falsos pastores. Esos hipócritas atroces son seleccionados por la Secta, imbuidos del veneno de sus principios y luego liberados en el seno de la Iglesia bajo su maldita protección. La Secta les había indicado que asumieran la apariencia de piedad y de celo, y que pretendieran creer en los símbolos del sacerdocio […], que públicamente predicaran la doctrina del Evangelio y que su exterior coincidiera con los deberes eclesiásticos, pero en secreto ellos tenían que secundar las opiniones de la Secta y prepararle el camino”. ¡Se introdujo, así, la peor “hipocresía aun en el Santo de los Santos!” (Cfr. Agustín Barruel, Memoirs, Tomo IV, capítulo 2).

¿Y no es este mismo fenómeno el que inspira el n. 675 del Catecismo?, que afirma: “la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (Cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (Cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el ‘Misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (Cf. 2 Te 2, 4-12; 1 Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).”

Si esto es así, los cristianos pueden ver en el mal desatado hoy el cumplimiento de antiguas profecías, y en el Nuevo Testamento una teología de la historia que describe unas corrientes más hondas de lo que ordinariamente pensamos los cristianos. Pablo y otros Apóstoles y Padres, con el don de profecía, realmente penetraron en el misterio de la iniquidad que, teniendo su origen en “los principados y las potestades de los aires” (Efesios 6, 12), atraviesa el curso del hombre por el tiempo y se enfrenta al Reino de Dios, que, aunque manso y ahora en apariencia indefenso, triunfará finalmente por una especial intervención divina.