La pérdida de la chilenidad y sus consecuencias

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Era el 31 de diciembre del 2009 y yo figuraba en Plaza Baquedano no sólo para despedir el año que se iba, sino también para despedirme simbólicamente de mi amado Chile antes de emigrar al extranjero para hacer mi doctorado y proseguir mi carrera. Ese era el corazón de Chile, un altar donde se fundían nuestras penas y alegrías. Un monumento al Soldado Desconocido, donde aquella noche abracé a otros compatriotas también desconocidos, de los más diversos orígenes, pero todos compartiendo no solamente el hecho de haber nacido en suelo chileno, sino algo más profundo: la chilenidad, manifestada en ese instante en el Himno Nacional y en uno más de los infinitos “Viva Chile” que en dicha plaza tantas veces se entonaron.

Hoy, Plaza Baquedano es tierra de nadie. Hoy es sólo desolación y símbolo de la rendición de un gobierno cobarde que no se atreve tomar la última medida que le va quedando a Chile: hacer uso de las armas, dejando caer sobre la CAM y el terrorismo desatado a nivel nacional, apoyado por la extrema izquierda chilena y latinoamericana, todo el peso de la fuerza y de la ley, hasta llegar a las últimas consecuencias si es necesario. Dicha falta de carácter está creando un nivel de frustración en instituciones de la República y en la ciudadanía que puede estallar en cualquier instante.

La estatua del General Manuel Baquedano ya no observa gallardo en dirección a la Alameda. Ya no se entona allí el Himno Nacional ni menos se grita “Viva Chile”, sino que sólo se escucha el coro desaforado de hordas iracundas, gritando groserías de amplio espectro, gritos de odio, llamados a destruirlo todo y a asesinar a compatriotas civiles y militares. El pabellón nacional es un ausente en las manifestaciones brutales que se han hecho costumbre, solo emblemas anarquistas y pseudo-banderas mapuches. ¿Qué pasó? Se perdieron nuestras tradiciones, se perdió la chilenidad.

Es evidente que como nación independiente y soberana, Chile es joven, sin embargo, a lo largo de la colonia y durante los últimos 200 años, se han forjado los valores y tradiciones propias nuestras que se reflejan en una serie de conductas simples, pero significativas: Cantar el himno a las 00hrs del año nuevo, la unánime opinión que existía frente a asuntos de soberanía, siendo el tema del mar con Bolivia un ejemplo por antonomasia, la cantidad de niños llamados de Vicente el 2010, en homenaje al bicentenario, el sentimiento fraterno para con un compatriota, por desconocido que fuese, al encontrarlo en el extranjero, la anulación temporal de legítimas diferencias entre los chilenos durante eventos de catástrofe, o inclusive la Teletón.

Hoy pareciera que incomoda inclusive decir “Chile”. Para qué decir “Patria”, palabra tan pequeña pero capaz de sacarle ronchas a las izquierdas nacionales; la sola presencia del monumento del General Baquedano, General de la República y héroe nacional, ¡simplemente los sacaba de quicio! De ahí la necesidad de destruirlo, sin darse cuenta que con ello estaban atentando directamente contra el alma nacional, convirtiéndose estos vándalos, así como todo aquel que aleona dichas afrontas, en anti-chilenos, término acertadamente propuesto en las declaraciones del Ejército de Chile.

Entonces, ¿es la chilenidad una mera expresión patriótica o tiene asociada una forma de tradiciones que regía la vida entre los chilenos? Personalmente, me inclino por la segunda opción. Siendo así, ¿por qué el desprecio a la chilenidad? Puedo entender, porque es muy propio de ellos, el desdén y la abominación que la extrema izquierda y cuánto grupo rupturista hay en nuestro país tienen por el sistema, por las instituciones, por la cristiandad, etc., pero ¿por qué la chilenidad? Tal vez porque lleva asociada en sí una serie de códigos implícitos que entran en conflicto con el ideario rupturista más radical de las izquierdas. La sola idea de la existencia de los valores y sentir republicano que hay efectivamente dentro de cada chileno ¡los trastorna! Por lo tanto, vemos que este proceso revolucionario va mucho más allá de una constitución, es un proceso de metamorfosis forzado para cambiar el alma nacional y así dar dar paso a cuánta ideología vacía aparece a la orden del día para forjar ese “hombre nuevo” que tanto añoran e instalar “el otro modelo”.

Es evidente que una sociedad y ese pegamento que son sus tradiciones no se puede inventar de una década para otra sobre la base de nuevas ideologías que en los desvaríos de sus fanáticos apunta a más inclusión, sin embargo, sabemos que apunta al totalitarismo absoluto, controlando los comportamientos, las creencias, el lenguaje, la redefinición unilateral de lo que es correcto e inclusive lo que es ilegal hablar. Una sociedad con bases sentadas al antojo de fanáticos no solo carece de futuro, sino que está destinada a la ruina. Es ese el modelo que una fauna vergonzosa de candidatos a constituyentes, con un manejo pobrísimo del lenguaje, sin propuestas constructivas, solo destructivas, y sin la más mínima experiencia y conocimiento jurídico pretende elaborar una constitución. Veo este escenario y aquel Chile del 2009 y me parece que nuestra realidad es una franca pesadilla.

La chilenidad, ese conjunto de tradiciones forjado durante siglos, es la base de nuestra manera de mirar al mundo, de relacionarnos y de convivir. No permita con que aquellos que desprecian la chilenidad continúen arrebatándosela junto con nuestra tranquilidad, nuestro progreso y nuestro futuro. No permita que le arrebaten el orgullo de ser chileno, no el sentido nacionalista, sino el profundo cariño y respeto por nuestra tierra. Habiendo sido testigos del poder que tiene un voto, que nos trajo hasta este punto post-plebiscito, no desperdicie esta nueva oportunidad que le da la historia para escoger constituyentes que hagan prevalecer el sentido común, respetando en la eventual nueva carta magna nuestra chilenidad.