La historia se repite… otra vez

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Historia, Política

Se dice que el estudio de la historia nos puede ayudar a comprender el presente y, tal vez, con algo de suerte y mucha sabiduría, evitar cometer los errores de antaño. La rueda de la historia, en su implacable girar, nos muestra hoy hechos del pasado. El presente de nuestro país, obviamente con su singularidad que lo distingue inconfundiblemente del Chile de comienzos de la década de 1970, muestra una serie de señales altamente preocupantes al ojo del buen observador, con un símil asustador con el Chile de 1972-1973.

Cuando la polarización nacional llegó a su paroxismo entre Junio y Septiembre de 1973, no cabía duda de la inminencia de una guerra civil. Hoy, aún no se oyen voces sobre guerra civil, pero sí, tímidos hace algunos meses, y con mucha más fuerza y franqueza después del bimestre Enero-Febrero 2021, se habla de conflicto civil con posibilidad de escalar a algo más serio. Es prudente usar el término conflicto civil en el sentido de que para este no necesariamente tienen que haber dos ejércitos matándose a balazos en las calles, sino que se da en las más diversas esferas, en el lenguaje de odio, las manifestaciones violentas y la agresión física. Sin embargo, el escenario de La Araucanía nos dice otra cosa. Peor aún, nos advierte y da una señal inconfundible de que el modus operandi de la izquierda chilena continúa siendo el mismo que hace 48 años atrás: antes era el MIR, el MAPU, VOP; hoy son la CAM, el FPMR, primera línea, células de grupos anarquistas que operan desde la clandestinidad en todo el país, así como otras organizaciones con fachada mapuche y de movimientos sociales, pero con la misma extrema izquierda por detrás. Recordemos que el PC, y hoy también el FA, siempre han utilizado a otros para hacer el trabajo sucio. En los ‘70 el número de guerrilleros extranjeros, principalmente cubanos, se contaba de a miles, guiados por el régimen de Castro; hoy por hoy se sabe de la presencia de estos, de procedencia colombiana y venezolana operando en distintos niveles, vinculados y apoyados por el narco terrorismo latinoamericano (concertado por el eje La Habana-Caracas) y directrices del Grupo de Puebla/Foro de Sao Paulo.

Lamentablemente esta historia no es nueva para Chile. Desde los años 1940’ hasta hoy, ya van 4 golpes violentos contra la democracia e intentos de revolución en Chile en que la extrema izquierda ha puesto al país de rodillas frente a la violencia, siguiendo su viejo mantra marxista, “la violencia como partera de la historia”: en 1949 la llamada “Revolución de la chaucha”, en 1957 la “Batalla de Santiago”, entre 1970 y 1973 durante el gobierno de la Unidad Popular y 18 de octubre de 2019, proceso revolucionario insurreccional que sigue en marcha. Con la derogación de la Ley de Protección de la Democracia y la re-integración del PC a la vida pública, aprovecharon durante la UP para crear el caos. Después del retorno a la democracia y particularmente con el fin del binominal, el PC y la extrema izquierda entraron nuevamente con fuerza a la vida política nacional haciendo de las suyas en todos los frentes, comenzando por el congreso. Por lo tanto, vemos que después de cada “perdonazo” que la extrema izquierda chilena ha recibido han aprovechado la circunstancia para literalmente reventar el país.

En ese sentido, no siendo mi intención incitar la precipitación de eventos como el 11/09/1973, si recordamos la Proclama de la Junta Militar de Gobierno y la comparamos con la situación actual, veremos que tenemos hoy una situación análoga, cuya única diferencia radica en algunos detalles: “Santiago, 11 de Septiembre de 1973. Teniendo presente, primero, la gravísima crisis económica, social y moral que está destruyendo al país, segundo, la incapacidad del gobierno para adoptar las medidas que permitan detener el proceso y desarrollo del caos, tercero, el constante incremento de los grupos armados paramilitares, organizados y entrenados por los partidos políticos de la Unidad Popular, que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile declaran…”. Cambie ahora las palabras en cursiva por una eventual fecha incierta, los grupos armados paramilitares de antaño por la actual CAM y Cía., partidos políticos de la UP por el PC, FA y quién sabe quiénes más, y verá a lo que me refiero.

Si hacemos memoria, veremos que retóricamente la clase política chilena hablaba, de tiempo en tiempo durante las últimas tres décadas de “no cometer los mismos errores del pasado”. Lamentablemente, aquí estamos de nuevo, una vez más cometiendo los mismos errores. Cuando se cometen errores, hay que enmendarlos y corregir el curso. Cuando creíamos que Chile finalmente había corregido el curso, durante la última década silenciosamente el país comenzó a andar cuesta abajo hasta llegar hoy a un punto de quiebre semejante al de hace 48 años atrás.

Siendo así, ¿dónde está la falla? En tiempos de la República Romana, existía una serie de códigos y reglas no escritas que junto con tradiciones era conocida como mos maiorum (“al modo de los ancianos”, o “de acuerdo con las costumbres de los antepasados”) que regían la vida social y ciertamente la conducta política. De acuerdo con el historiador Mike Duncan, no fue otra cosa sino la erosión del mos maiorum, los códigos de respeto mutuo que mantenían cohesionada a la sociedad romana, lo que precipitó el quiebre de la República Romana. De la misma manera, el proceso de erosión durante los últimos 10-20 años de la estructura valórica de nuestra sociedad, de la chilenidad, el sentir republicano de nuestra sociedad visto en detalles tan simples como cantar con orgullo el Himno Nacional la noche de año nuevo a las 00hrs, junto con la explotación y manoseo de viejos rencores están llevando nuevamente a la Republica de Chile a un punto mucho más peligroso que un quiebre institucional: la fractura del alma nacional.

Frente a este escenario poco alentador, ¿qué hacer entonces? El ciudadano común, alejado de cualquier posición de poder puede suponer que poco puede hacer por la convivencia nacional y ayudar a salvar el país de este zapato chino. Primeramente, es fundamental bajar los niveles de emoción que están horadando nuestra sociedad. En segundo lugar, rescatar los valores que, a pesar de nuestras legítimas diferencias, mantenían a Chile cohesionado haciéndolo insuperable frente a los embates de la naturaleza y la historia, lo que inclusive era objeto de admiración internacional. Y, en tercer lugar, no caer en el juego del odio fratricida al que los grupos más radicales nos están empujando, manteniendo la esperanza en que Chile y sus instituciones siempre han prevalecido, por más adverso que el escenario parezca.