Algunas reflexiones sobre la Iglesia y el Liberalismo

Pedro L. Llera | Sección: Religión, Sociedad

¿Son todas las religiones verdaderas o sólo hay una que lo sea? ¿Existe el derecho al error? Podemos equivocarnos, pero el error no es un derecho. El error hay que evitarlo… Y cuando te equivocas, conviene que te dejes corregir y no persistir en el error, porque si lo haces, ya no es un problema de ignorancia, sino de necedad.

La única religión verdadera es la Católica. Todo el mundo es libre para buscar la verdad y, una vez encontrada, proclamarla. Pero no existe el derecho a decir que la capital de España es Bogotá. La libertad siempre debe ir de la mano de la verdad y de la moral. La mentira no es un derecho humano, sino una depravación de la libertad: es pecado, como lo es la idolatría de rendir culto a cualquier dios que no sea Cristo.

Pero la libertad liberal se separa de la verdad y de la ley moral universal y predica el derecho a auto poseerse y autodeterminarse; es decir, el derecho a que cada uno haga lo que le dé la gana, sin tener en cuenta si esa acción contribuye al fin para el que hemos sido creados (Dios) o nos lleva a la condenación eterna. Porque el liberal desprecia a Dios. Y si uno es libre para autodeterminarse y auto poseerse, lo lógico es que tengamos que aceptar que cada uno sea libre para profesar la religión que quiera o para no profesar ninguna en absoluto. Lo mismo que cada uno sería libre para casarse con una mujer, con un hombre, con un perro, con un árbol o con nadie: todas las opciones de género serían igualmente aceptables porque la verdad y la Ley Moral Universal – la ley natural y la Ley de Dios – no pueden obligarme a nada: el hombre es autónomo y responsable de sus actos y puede hacer todo lo que quiera con la única restricción de no violentar la libertad del otro.

Para los liberales, la dignidad de la persona se basa en su libertad para autodeterminarse. Para los modernos, depender de Dios no es digno: eso sería ser menor de edad (lo cual es un insulto a todos los santos y a la mismísima Virgen María que proclamó aquello de “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”). La persona sería dueña de su propia vida sin dependencia alguna de Dios. Por eso cualquier ser humano puede decidir según su propia voluntad, su propio deseo o su propio gusto, ser heterosexual, homosexual, transexual, asexual, poliamoroso (polígamo) o lo que quiera. Esa libertad formaría parte de sus derechos como ser humano autónomo. Por eso, como el hombre es siempre digno por su autonomía, la Iglesia Liberal del Nuevo Paradigma decide – libre y autónomamente – que, diga lo que diga la doctrina y el Vaticano, ellos van a bendecir las uniones homosexuales. Porque el liberalismo hace tiempo que entró dentro de la Iglesia para corromperla y derruirla. Y hay obispos que dicen avergonzarse de la Iglesia por no aceptar las bendiciones del pecado… Desolador.

Para el catolicismo, en cambio, la dignidad del hombre tiene su fundamento en Dios: estamos hechos a su imagen y semejanza. Dios es nuestro principio – Él nos dio la vida – y el fin para el que hemos sido creados – el Cielo, que es Dios mismo. Y durante nuestra vida en este mundo, es Dios mismo quien gobierna nuestras vidas a través de su Divina Providencia. Nuestra vida tiene sentido: viene de Dios y camina hacia Dios. Y mientras vivamos debemos cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, que en eso consiste hacer su Voluntad. Nosotros somos libres para elegir el camino mejor para ir al cielo, pero debemos rechazar los caminos que nos apartan de ese fin y nos llevan a la condenación. Quien camina de día no tropieza pero quienes caminan de noche acaba chocando y cayendo. Los cristianos caminamos de la mano de Cristo, que es la Luz verdadera y nos concede su gracia para no tropezar o para levantarnos si caemos. Los “fines en sí mismos”, los autodeterminados, van solos, no quieren ir de la mano de nadie, rechazan la gracia de Dios y acaban en el abismo y en la oscuridad del pecado.

El libertinaje, la depravación, el vicio, la maldad, la corrupción, la perversión, la licencia no forman parte de la verdadera libertad. Así lo explica León XIII en su Encíclica Libertas Praestantissimum:

Puede suceder, y sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad”. (Libertas Praestantissimum, León XIII, 5).

Así pues, para el liberalismo, la libertad es la autonomía que te da licencia para pecar: es libertinaje, licencia para la depravación y para ofender a Dios. Para el católico, en cambio, la libertad es un don de Dios para ir al cielo. Nuestra dignidad no se fundamenta en la licencia para pecar y para vivir sin dependencia alguna de Dios, sino en el amor de Dios y en nuestra dependencia de la Providencia Divina. Para ser libres nos hacemos esclavos de Dios: he ahí la paradoja del cristiano. Otros se niegan a servir a Dios y se rebelan contra Él creyéndose así libres y lo que consiguen es acabar siendo esclavos de Satanás.

La Iglesia ha predicado siempre la tolerancia, el respeto y la caridad. Hay que combatir el pecado y respetar y amar al pecador, a quien, por caridad, hay que tratar de salvar enseñándole la verdad e invitándole a la conversión. Pero la fe no se impone por la fuerza. La fe se propone y se recibe como un don de Dios: es una virtud teologal. A quien se equivoca en un examen se le suspende, se le corrige y se le enseña para que aprenda. Pero no se le condena a ninguna hoguera ni se le cuelga de una grúa. Hay que aborrecer al pecado pero hay que amar al pecador, hay que amar a los enemigos, porque Dios quiere que todos los hombres se salven y todo hombre es imagen y semejanza de Dios. La única ley inquebrantable es la caridad. Y la caridad no implica aceptar el error ni el pecado pero sí tolerarlo, porque también Dios lo tolera, hasta que dice basta. Implica ser luz en medio de las tinieblas, implica combate contra el mal, implica el martirio; implica aceptar la cruz de la incomprensión, de la persecución, de las injurias y las calumnias.

Siendo el mal por su misma esencia privación de un bien, es contrario al bien común, el cual el legislador debe buscar y debe defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios, quien, al permitir la existencia del mal en el mundo, ‘ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga y esto es bueno’. Sentencia del Doctor Angélico, que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal”. (Libertas, 23)

Pues bien, se puede razonar y argumentar lo que se quiera pero la religión católica creada por Jesucristo es la única verdadera y las demás religiones son falsas. Y nuestra misión es anunciar la Verdad, que es Cristo, y procurar que todas las almas se salven. Y quien crea y se bautice se salvará y quien no crea se condenará. Pero quien salva o condena es Dios. La solución es que todos se conviertan a Cristo y crean en la fe de la Iglesia. Y el único ecumenismo que vale es que los que viven apartados de la Iglesia vuelvan a la única Iglesia de Cristo, que es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Hay un concepto de “libertad religiosa” que acaba en el relativismo y en el indiferentismo y que viene a predicar que aquí se salva todo el mundo y que da igual qué religión profeses porque te vas a salvar igualmente. Que todas las religiones son verdaderas: o, lo que es lo mismo, que todas son falsas e inventadas. Porque no pueden ser todas verdaderas a la vez cuando cada una predica cosas absolutamente dispares y contrarias a las otras.

León XIII en el punto 15 de la Libertas lo deja claro:

En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro origen primero y fin supremo, que es Dios. Hay que añadir, además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien del hombre; y por esto, la religión, cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el honor de Dios, es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la Divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de tanta trascendencia, implicaría desastrosas consecuencias. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado”.

Dios tolera que haya otras religiones como tolera que haya pecado: como tolera que el trigo y la cizaña crezcan juntas y que el sol salga para justos y pecadores. Pero es Cristo el único que tiene palabras de vida eterna.

La Iglesia Católica ha sufrido en los últimos cien años la infección del Liberalismo. El humo de Satanás que se coló por las rendijas de la ambigüedad calculada. Y así, sin que nos diéramos cuenta, la pandemia liberal ha emponzoñado la verdadera doctrina hasta desfigurarla. Doctrina, liturgia, moral… Una parte importante de la Iglesia se ha contagiado de esta peste liberal y camina hacia su propia destrucción. Esa falsa Iglesia Liberal ha traicionado a Cristo y se ha convertido en una ramera que se ha vendido a los amos de este mundo.

Los católicos liberales conservadores se callan o se quejan débil y resignadamente cuando se aprueban leyes que consagran el derecho al aborto, las leyes LGTBI o la eutanasia. Se lamentan de las consecuencias y las aceptan con resignación (sin apenas combatirlas). Pero los católicos liberales se reafirman en las premisas, en las causas que conducen a esas consecuencias. Si el hombre es libre de hacer lo que quiera, sin tener en cuenta para nada la Ley de Dios, ¿por qué no se van a aprobar esas leyes? Si la dignidad del hombre radica en su autonomía, en su libertad negativa, en su libertad para poner su propia voluntad por encima de la Voluntad de Dios, sin tener más límite que la libertad de los demás y su propia responsabilidad, sin tener que atenerse a norma moral alguna y menos de la Ley Moral de origen divino, mañana se podría derogar la ley de la gravedad y proscribir a Newton. A fin de cuentas, los fetos, los enfermos terminales o los mentales y los dependientes, los ancianos no son realmente “personas” – dicen estos impresentables – porque no se valen por sí mismos, no son autónomos: no tienen capacidad de autodeterminarse. Y además no son útiles para la sociedad y suponen una carga y un coste económico. Por no hablar de que esos seres humanos no pueden “disfrutar” de la vida ni gozar de los placeres terrenales. Eso dice la filosofía moderna. Para los modernos, la compasión y la misericordia atentan contra la ley de la selección natural, que debe prevalecer.

El hombre que se rebela contra Dios se convierte en un monstruo degenerado, cruel e inhumano, capaz de las mayores atrocidades. Efectivamente, “vuelven los bárbaros”. Lo señala perfectamente Mons. Reig Pla en su artículo titulado Aprobación de la Eutanasia. España, transformada en un “campo de exterminio”:

Se trata de la destrucción de la libertad en nombre de una libertad sin más contenido que ella misma. Una libertad perversa fuente de numerosos sufrimientos humanos: la destrucción de la vida humana, rupturas familiares, abandono de los niños, desorientación en el sentido de la vida e incluso aumento de la soledad, enfermedades psíquicas y suicidios.

El camino es conocido: manipular el lenguaje, debilitar a la familia como educadora de sus hijos, cambiar las costumbres con ingeniería social y crear una nueva opinión de masas propiciada por la invasión masiva de los medios de comunicación social que han conseguido atravesar el alma y la mente de muchos españoles”.

Suscribo de principio a fin las palabras de don Juan Antonio en este artículo.

La lucha es contra la realidad, contra la creación, porque si te rebelas contra el Creador, lo haces contra lo creado. Y el hombre se pelea contra Dios para convertirse a sí mismo en creador de todo, en señor del mundo, en dueño de la naturaleza: empezando por la suya propia.

No se puede seguir a Cristo y considerar que la persona es el centro del universo: teocentrismo y antropocentrismo al mismo tiempo son incompatibles. Son dos cosmovisiones distintas, dos ciudades enfrentadas. No se puede ser siervo de Dios y dueño de sí mismo para ir a favor o en contra Dios indistintamente, según convenga. Todo lo que gana la licencia lo pierde la libertad porque la libertad deber ir de la mano de la Verdad y de la ley moral. Cuando la libertad va de la mano de la mentira y de la inmoralidad degenera en libertinaje, en licencia, en desenfreno, en vicio e indecencia. La verdadera libertad es la que conduce al bien, a la verdad y a la belleza. La verdadera libertad es la que conduce a Dios, que es nuestra felicidad.

Sin Dios, no hay ley moral universal: solo hay leyes positivas que se fundamentan en la voluntad del propio hombre. Y si para el hombre matar niños no nacidos o ancianos y enfermos es conveniente y adecuado, aunque Dios lo prohíba, pues las leyes recogerán esos derechos al aborto o a la eutanasia. No puedes proclamar el derecho del hombre a ser libre incluso para pecar y luego quejarte cuando el pecado se convierte en ley. Y eso es lo que les pasa a los católicos liberales conservadores. No aceptan la sumisión del hombre y de la sociedad a Dios pero cuando se legisla contra Dios, los conservadores se quejan y los otros, los más progresistas, aplauden… Y así llevamos cincuenta o cien años… Desde que tipejos como Maritaine propuso que la fe formaba parte de la vida personal de cada uno, de su intimidad, mientras que en su vida pública podía comportarse como si Dios no existiera. Esa es la esquizofrenia de los llamados demócratas cristianos; de los que se autoproclaman católicos, como Biden y luego legislan sin rubor a favor del aborto, de la ideología de género y de todo cuanto ataca los principios que debe defender un siervo de Cristo. La derecha española está plagada de católicos liberales y conservadores que van a misa y votan a favor del aborto. Eso de que los católicos deben estar en todos los partidos es una estupidez de tal calibre que solo un imbécil lo puede defender sin rubor. ¿Cómo va a estar un católico en un partido socialista o comunista, que son ideologías abiertamente enemigas de Cristo? ¿Estamos locos?

La locura es conocer a Cristo, conocer la Verdad, y traicionar a nuestro Señor y negarlo. La locura es negar la soberanía de Cristo, verdadero Rey y Señor de nuestra vida personal, pero también de la Historia y la sociedad. Por eso todas las leyes debería contribuir a que todas las almas se salven, a que todo hombre alcance el fin para el que ha sido creado: el cielo. Eso es lo que llamamos “bien común”. Y todas las leyes que vayan contra la ley de Dios van en contra del bien común y, por lo tanto, deben ser combatidas porque son leyes inicuas. Y nosotros debemos obedecer a Dios antes que a los hombres y combatir el mal.

Nosotros solos no podemos cambiar el mundo y acabar con todos los males que nos aquejan: Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los buenos no vamos a ganar ni a cambiar nada. Es Cristo quien vence. Es Él quien nos redime y nos libra del mal. Solo cuando todos acepten la soberanía de Nuestro Señor Jesucristo y se conviertan, cuando Cristo lo sea todo en todos, alcanzaremos la justicia y la paz verdaderas. Nosotros dependemos siempre y en todo de Dios, que es quien nos gobierna, nuestro origen primero y nuestro fin último. Que el Nombre de Dios sea santificado, que venga a nosotros su Reino y que se haga siempre su santa voluntad, en la tierra como en el cielo: la suya y no la nuestra, salvo que la nuestra se conforme en todo con la Suya.

Giovanni Pico della Mirandola (Mirandola, 24 de febrero de 1463 – Florencia, 17 de noviembre de 1494) fue un humanista y pensador italiano, que escribió en 1486 la Oratio de hominis dignitate. En esa obra destaca este párrafo:

Cuando Dios terminó la creación del mundo, empieza a contemplar la posibilidad de crear al hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo para hacerlo. Por lo tanto se dirige al primer ejemplar de su criatura, y le dice: ‘No te he dado una forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la Tierra, ni del Cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos”.

Veamos:

1.- El hombre es creado para amar y admirar la grandeza de la creación. Su fin ya no es el cielo, sino admirar lo creado: el mundo, la naturaleza… La importante es la vida terrenal: carpe diem y hedonismo a tope.

2.- La voluntad del hombre no tiene límites: El ser humano es libre para ser lo que quiera ser y como quiera ser. Es hombre es una especie de dios que no tiene límites y que se da forma a sí mismo. “Tendrás la forma y función que desees”. La Ideología de Género no lo podría decir mejor quinientos años más tarde.

3.- La voluntad del hombre está por encima de la voluntad de Dios. “Podrás transformarte a ti mismo en lo que desees”.

4.- El hombre es el centro del universo: Antropocentrismo.

La Iglesia liberal es antropocéntrica y bebe de esta tradición humanista – antropocéntrica y mundana – que nace con la Modernidad. Para la Iglesia del Nuevo Paradigma el fin del hombre es gozar de la creación y construir un mundo nuevo donde todos seamos hermanos. No tiene visión transcendente, no hay “más allá”… El paraíso que nos ofrece es puramente terrenal: una sociedad justa, solidaria, ecológica y fraterna: un mundo sin fronteras; todos juntos luchando contra el cambio climático, contra la deforestación de la Amazonia, contra la contaminación de los mares y de la atmósfera, contra el flujo de las mareas y, si hace falta, contra el movimiento de rotación terrestre. Juntos podemos, dicen los estúpidos soberbios. ¿Qué vamos a poder? Si Dios no quiere, todos los santos son pocos. El refranero es sabio.

Para la Iglesia Liberal del Nuevo Paradigma, liberal, secularizada, humanista y antropocétrica, la persona es el centro del universo. El hombre se coloca en el lugar de Cristo.

El Catecismo nos advierte de ello:

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico” “de esta especie de falseada redención de los más humildes«; GS 20-21).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

La Iglesia Liberal, la del non serviam, la libertina, degenerada y viciosa que desobedece la ley de Dios, la que ofrece soluciones aparentes a los problemas de la humanidad y nos dice que va a acabar con la pobreza, con las guerras, con el hambre, con el cambio climático, con las injusticias, al precio de la apostasía de la verdad, a cambio de pisotear la santa doctrina, de destruir la liturgia, de pisotear la moral… La Iglesia falsa que ofrece un paraíso puramente terrenal y se olvida del cielo y del infierno porque ha perdido la fe… Esa Iglesia Liberal, ramera apóstata que glorifica al hombre y traiciona y desprecia a Cristo, esa que predica un mesianismo secularizado, representa una impostura religiosa que anuncia la llegada del Anticristo y del Juicio Final. 

Vosotros, pues, amados, que de antemano sois avisados, estad alerta, no sea que, dejándoos llevar del error de los libertinos, vengáis a decaer en vuestra firmeza. Creced más bien en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y salvador Jesucristo. A Él la gloria así ahora como en el día de la eternidad”. (2 P 3, 17-18)

Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. No desfallezcáis.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Infocatólica, el lunes 22 de marzo del 2021.