Política y políticos

Alvaro Góngora | Sección: Educación, Política

Viviremos un proceso constitucional donde nuestras instituciones serán repensadas para responder de mejor forma a las necesidades del país en los tiempos que corren.

Sin embargo, hay otro ámbito que resulta gravitante en el engranaje institucional respecto del cual también existe un severo malestar, preocupa y requiere de atención. Se trata del nivel de nuestra política y de los políticos. Sin poder abordarlo todo aquí, me refiero a los partidos y a los parlamentarios específicamente. Llevan tiempo pésimamente evaluados. Los primeros fueron objeto de estudio por una comisión que evacuó un informe sugiriendo medidas que se han implementado, pero sus resultados se verán con los años.

Cierto. Pueden mejorarse las instituciones y su credibilidad probablemente aumente, pero al final su buen funcionamiento depende esencialmente de personas que actúan en conciencia, ajustando sus actos a principios. Los partidos son consustanciales a la democracia y el político tiene el deber de cuidar la institucionalidad del Estado y el sistema.

Pero los chilenos desconfían de partidos y de políticos —del conjunto, aunque hay excepciones— debido a una política mal entendida, ejercida más con afanes mediáticos, corporativos, populistas, que por objetivos de bien nacional. Es una desgracia que se arrastra por décadas y que ha afectado particularmente a los jóvenes, quienes se desengañaron, perdiendo el interés y respeto. La afiliación a partidos es mínima, cercana a los 840.000 militantes entre casi 14.900.000 electores y existen 25 colectividades. Hay quienes no votan en elecciones de su propio partido. De las “prácticas políticas”, de la Cámara especialmente, se dice de todo: descuidan las formas en la indumentaria, la dicción, el lenguaje, degradan el oficio, las discusiones destilan odio, descalificaciones hacia el adversario. Lector, dese el tiempo, vea los debates, tome nota de la argumentación que escuchará.

Hay dotes esenciales exigibles al político (Weber): pasión, entendida como una especie de devoción por una causa, algo trascendente, acorde con convicciones propias, para que las acciones tengan consistencia interna; vivir para la política y no de la política como medio para satisfacer aspiraciones personales; sentido de responsabilidad para saber afrontar las condiciones y las consecuencias de la acción propia, y mesura, prudencia, evitar la frivolidad intelectual y la excitación estéril.

La tradición enseña que se formaba en valores a los aspirantes a hombres públicos. El instrumento era la ética como una rama de la política. Estudiaban y leían a líderes en la materia. Así, de asumir un cargo, se lo honraba con diligencia, honestidad, razonabilidad, con madurez de juicio y sentido del deber en favor del Estado y bien común. Weber no estaba de acuerdo con un sufragio universal indiscriminado. Para tener auténtica vida política, una institucionalidad firme debía asegurarse un método exigente de acceso a tales cargos y así propiciar el florecimiento de verdaderas personalidades políticas. ¿Por qué no instituirlo, dada la realidad que vivimos?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el lunes 25 de enero de 2021.